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jueves, 28 de agosto de 2025

Europa: de imperio cultural a vasallo estratégico

 

No le va bien a la UE el papel de convidado de piedra, de presente circunstancial al que nada se le pide y del que nada se espera. Son ya, al menos, tres las presencias hueras de la Unión Europea —o de algunos de los países que la constituyen— en escenarios de relevancia mundial: la claudicación ante el presidente norteamericano en la cumbre de la OTAN celebrada en La Haya, los días 24 y 25 de junio de 2025, con el aumento del gasto en defensa al 5 %; la afrenta y obediencia de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, en el campo de golf de Escocia el domingo 27 de julio de 2025, consintiendo y suscribiendo los azotes arancelarios del 15 %; y ahora, su fútil asistencia para aparentar algún protagonismo en la toma de decisiones sobre la guerra de Ucrania, el pasado 18 de agosto de 2025, en el Despacho Oval que, a modo de garito de negocios y castigos, tiene instalado Donald Trump en la Casa Blanca. Y otrosí digo, por no hablar de su sangrante silencio, sus tibias declaraciones y su insignificancia demostrada ante la masacre y el genocidio de Gaza. No, no es esto lo que los europeos esperábamos de la UE. Pues con esta vacuidad, el totalitarismo, de todo tipo, tiene las puertas abiertas para instalarse en nuestra otrora ilusionante Europa.

 

La Mañana 30.08.2025

Ante estos hechos, no hay otra realidad que no sea la imagen patética que damos los países europeos y, en concreto, el equipo de la Comisión Europea: todo un desastre para el caso. Sin olvidar a Mark Rutte, secretario general de la OTAN, con su babosa sumisión ante un todopoderoso y engreído Donald Trump. Y es que, en general, ya nadie cree en el liderazgo de la UE, ni en el de Berlín ni en el eje franco-alemán, ni tan siquiera ellos mismos. En definitiva, las bases sobre las que está fundada la Unión ya no sirven para la nueva realidad del mundo que se ha ido perfilando tras la caída del Muro de Berlín en 1991. A mi juicio, o se hace una Europa federal, de la que probablemente se descolgarían algunos países de los actuales integrantes, o seguimos siendo lo que somos: un gigante económico sin capacidad de ejercer el teórico poder que de ello debiera derivarse y, a la vez, una pulga en el poder político, consecuencia de nuestra nula capacidad e independencia militar.

 

A este respecto, Europa no es humillada por azar: se lo ha buscado. Durante décadas hemos vivido amparados por el paraguas militar de Estados Unidos, dependientes del gas barato de Rusia y de la producción de las fábricas chinas, mientras nos dábamos aires de potencia moral. Nos convencimos de que el comercio y los valores universales bastaban para imponernos en el mundo, pero lo que había debajo era un continente sostenido por muletas ajenas. Cuando esas dependencias se rompieron, se reveló la verdad: una U.E. sin ejército, sin soberanía energética y sin industria estratégica. Quizás el gran error fue abandonar la única fuerza que teníamos: el poder blando. Mientras fuimos mediadores, faro cultural y promotores de cooperación, Europa era respetada incluso sin cañones. Pero nos enmascaramos de imperio sin músculo y el espejismo se vino abajo. En Ucrania, creímos que las sanciones y comunicados pondrían de rodillas al imperio nuclear de Rusia; en Gaza, predicamos derechos humanos mientras financiamos y armamos lo que el mundo entero percibe como genocidio. El resultado: ya no somos árbitros de nada, sino comparsas en todo.

 

La incoherencia se agrava con nuestra obscena doble moral. Subcontratamos fronteras a Erdogan, a Marruecos, a milicias libias, a Túnez y Egipto, sabiendo que allí se tortura y se expulsa a migrantes al desierto. Hacemos negocios con Arabia Saudí y Catar, regímenes que continúan usando la pena de muerte mediante decapitación de modo habitual a disidentes y otros presos acusados de diversos delitos, y que mantienen a mujeres y trabajadores extranjeros como ciudadanos de segunda. Bruselas sermonea al mundo con retórica kantiana mientras practica hobbesianismo en Riad. El resultado es devastador: ya nadie nos cree. Por eso, entiendo que nuestras humillaciones son merecidas. No somos castigados por ser inocentes, sino por arrogantes e hipócritas. Quisimos ser potencia militar sin tener ejército, potencia moral sin respetar los valores que predicamos. Y hoy, ya no somos faro, ni gigante, ni nada: apenas un cajero automático para Washington, un mercado dócil para Pekín y un cliente frágil para los autócratas de nuestro vecindario. Europa no cayó por azar: se traicionó a sí misma. Y es que, en cierta manera, Europa es hoy la Grecia del mundo romano. Y París, la Atenas del siglo IV d. C. Somos las provincias del Imperio, con las legiones acantonadas aquí y los bárbaros a pocas millas de nuestras fronteras. Y ahora que Roma amenaza con marcharse, atenienses, espartanos, tebanos y demás helenos se mesan las barbas porque saben que sus glorias pasadas son eso: cosa del pasado, que no inquieta lo más mínimo a esos godos que los observan impávidos. Dicho con otras palabras: Europa, pese a su pasado glorioso y su prestigio cultural, es hoy un ser dependiente de un imperio exterior, los EE. UU, y se encuentra en decadencia, mientras unas nuevas fuerzas, “los bárbaros”, la acechan y no sienten el más mínimo respeto por su antigua grandeza.

 

viernes, 15 de agosto de 2025

Europa, mendigo geopolítico

 

Trump no gobierna, reina en Estados Unidos y en casi todo el mundo. Mañana estrechará la mano de Putin en Alaska y, pase lo que pase, la Unión Europea ni pinta nada ni podrá alterar el rumbo de los acontecimientos. Lo que está ocurriendo no es diplomacia, es un cabaret geopolítico con estética de club, en el que una Unión Europea, trajeada y con rodilleras, convoca una videoconferencia para mendigar la atención de un presidente estadounidense que apenas disimula sus verdaderos intereses. La escena roza la pornografía política: líderes de rostro grave suplicando no quedar fuera de las negociaciones sobre Ucrania y reclamando, como último asidero, un alto el fuego, la participación de Kiev en cualquier diálogo y la defensa de sus fronteras. Trump aseguró que Zelenski sería el único autorizado para negociar cuestiones territoriales de Ucrania. Meras palabras.

 

Lo indecente es que esta liturgia humillante de Europa era evitable. En Estambul, en 2022, hubo un proyecto de paz a punto para firmar que habría paralizado la guerra antes de que Europa vaciara sus arcas y cercenara su seguridad energética. Pero Biden necesitaba su guerra por delegación; la OTAN, su gesta épica; y Bruselas, creerse un actor estratégico. El saldo, tres años después, es un continente exhausto, empobrecido y diplomáticamente convertido en un extra de su propio drama, temiendo que Trump —que nunca creyó en esta guerra— modifique de opinión y cierre el telón sin consultarle. Es como hipotecar la casa para entrar en una partida de póker y luego implorar al ganador que, por favor, te deje vivir en el garaje. Y ahí está lo obsceno: Europa no ha sido excluida, se ha autoinvitado para humillarse en directo, con la ansiedad del adicto que ruega una última dosis. En este sentido, no es que tema Europa una solución indigna para Ucrania: es que lleva tres años normalizando su propia indignidad, pagando la factura de un conflicto que no sabe ni cuándo ni cómo terminar. La cumbre de Alaska no será su oportunidad de influir, sino su prueba final de irrelevancia: el recordatorio de que, cuando los poderosos se reparten el mundo, Europa solo sirve para sostener la bandeja y sonreír mientras le quitan el reloj de la muñeca.

La Mañana 26.08.2025

 

En todo este asunto, Rusia es la pérfida de manual; la Unión Europea, la ingenua doncella ultrajada; y la historia real, convenientemente resumida, parece un libreto para uso escolar. A este respecto, se nos olvida con facilidad un detalle menor: Europa, mientras fingía creer en promesas de Moscú, se dedicaba a financiar su guerra por procuración con cheques en blanco y sanciones que han funcionado como vitaminas para el rublo. Y no solo eso, sino que en Gaza, la misma Europa que exige respeto a las fronteras y condena los crímenes de guerra de Putin se ha convertido en cómplice financiera y diplomática de un genocidio retransmitido en directo, aplicando la “legalidad internacional” como si fuera un menú degustación. Es decir, la UE que hoy clama traición no fue seducida, sino la que llevó el champán, encendió las velas y entregó las llaves de su gasoducto, todo mientras presumía de autonomía estratégica. Ahora, verse contra las cuerdas no es una sorpresa: es el número final del espectáculo que ella misma montó, con el capítulo de Gaza incluido en el precio de la entrada.

 

No se trata de un mal deseo, expreso lo que considero que es una opinión sobre la realidad. ¿Alguien cree, a estas alturas, que la intervención de Europa puede aportar algo a la resolución del conflicto que no sea humillante para Ucrania y que ponga a Rusia en su sitio? Después de la exhibición de desprecio, amenazas y bravuconería que ha protagonizado Donald Trump en la taberna global de la Casa Blanca y del indigno y vergonzoso espectáculo de sumisión con que ha respondido la UE, resulta inimaginable un final de la guerra en el que no salgan beneficiados Rusia y Estados Unidos, mutilada Ucrania y ninguneada y advertida la UE.

 

Y es que una Europa incapaz de negociar directamente con Trump aranceles sin claudicar no puede pretender ahora influir sobre esta reunión. Si Trump logra acabar con esta guerra pactando la cesión territorial permanente, Europa hará lo de siempre: seguir lo que diga el Boss. Y, además, no olvidemos que las fronteras de Europa se han movido durante siglos —incluyendo el siglo pasado— a punta de cañón. Por ello, si Ucrania tiene que ceder territorio, no sería la primera ni la última vez que algo así ocurra. Lo importante, a mi modo de ver, es acabar de una vez por todas con una guerra que desangra a Ucrania y presiona económicamente a Europa. Es por ello que deduzco que no va a haber otra desenlace que ceder la franja oriental de Ucrania, tal vez con algún tipo de autonomía o gestión federal, o como sea. Pero Rusia va a impedir que desaparezca su paso a Crimea. Y nada de OTAN. A cambio, Ucrania podría integrarse en el mercado común tras un periodo de reconstrucción. No creo que se pueda negociar nada más allá de reparaciones económicas.

 

Europa conlleva ahora las consecuencias de su dependencia militar —asentida— de Estados Unidos desde sus orígenes: un país no europeo, con conceptos distintos sobre la democracia y los derechos de los ciudadanos. Si en un principio esa dependencia estaba justificada como consecuencia de su intervención en la Segunda Guerra Mundial y de la continuidad de la dictadura soviética en el Este, la construcción de la Unión Europea debería haber relevado a EE. UU. de su función protectora y haber cerrado las numerosas bases militares que aún conserva, asumiendo —en consonancia con su desarrollo político— su propia defensa, independiente de su aliado o, al menos, el control de la misma. Pero, desgraciadamente, no ha sido así. Y nos encontramos, por ello, en la penosa situación actual: debemos suplicar a un líder de un país no europeo que nos defienda y aceptar cualquier decisión que tome, por humillante que sea.

 

 

lunes, 11 de agosto de 2025

Las Médulas, Patrimonio en Llamas

 

Segre 16.08.2025
Es tremendo lo de Las Médulas. Y lo peor es que la tragedia no se reduce a las cenizas: lo que se quema también es la conciencia colectiva. Nos llenamos la boca con las palabras “Patrimonio de la Humanidad”, como si fueran un blindaje, cuando en realidad son un espejismo que nos hace creer que lo importante ya está protegido por decreto. Pero no hay decreto que sustituya a la prevención, ni protocolo que funcione sin voluntad. 

Aquí parece que seguimos pensando que la historia se conserva sola, que el paisaje se defiende por inercia… hasta que la realidad, en forma de humo y fuego, nos recuerda que la dejadez también deja huella.

 

¡Qué país! ¿Hasta cuándo vamos a mirar hacia otro lado?

martes, 5 de agosto de 2025

De Diógenes a Netanyahu: el cinismo que mata

 

Diógenes de Sinope caminaba por las calles de Atenas con una lámpara encendida a pleno día. “Busco a un ser humano”, decía, y su frase atravesaba la ciudad como una bofetada contra la comodidad moral de los ciudadanos. Pues, aunque su figura provocaba burla y desconcierto, lo que movía su gesto era una radical honestidad: denunciar la hipocresía del poder, el absurdo de las convenciones, la esclavitud de los deseos. Dormía en una tinaja, despojado de todo. Se reía de la riqueza, de los acaudalados, del orden social que convertía al esclavo en mercancía y al rico en modelo social. Ladraba como un perro -así lo llamaban- , contra las cadenas invisibles que los hombres aceptaban como un hecho natural; pero no lo hacía por rabia, sino por lucidez. Su cinismo no era desprecio por la vida, sino una forma extrema de exigencia ética: vivir sin hipocresía, sin doblez, sin máscaras.

 

La Mañana 6.08.2025

Más de dos mil años después, otro cinismo habita el mundo, pero éste ha abandonado la tinaja y la lámpara. Se ha vestido de traje oscuro, se parapeta tras ejércitos y alta tecnología, y ejerce su poder con la frialdad de un algoritmo. Es el cinismo del gobierno de Benjamín Netanyahu, que ha promovido a una condición sublime la barbarie. Un cinismo que aprovecha las recientes y espantosas imágenes del rehén israelí Evyatar David, en un túnel de la Franja de Gaza, para decir que es Hamás quien está matando de hambre a Gaza. Un cinismo que, amparado en la retórica, no desnuda las mentiras, sino que las fabrica; que no denuncia la crueldad, sino que la administra; que no busca la verdad, sino que la entierra bajo escombros. Un cinismo que utiliza el argumento de la autodefensa y el relato del dolor histórico de un pueblo que sufrió el Holocausto, para convertir Gaza en un laboratorio de muerte a plena luz del día. Y es que, en nombre de esa supuesta seguridad, en nombre del trauma, en nombre de una memoria instrumentalizada, se bombardea Gaza. Se castiga colectivamente a más de dos millones de personas, se destruyen hospitales, se bombardean escuelas, se bloquea el agua, la electricidad, la comida, e indiscriminadamente se asesina, se mata. Y la violencia se ejerce con precisión quirúrgica sobre la vida cotidiana de un pueblo que no puede escapar, que no tiene refugio, ni comida, ni mar, ni aire. Que no tiene nada.

 

El gobierno israelí justifica cada crimen con una argumentación conocida: autodefensa, amenaza, legitimidad. Pero no hay nada legítimo en matar por venganza, ni en castigar a niños por nacer en la Franja de Gaza. No hay nada ético en convertir el dolor histórico en coartada para la ocupación. La historia exige memoria, sí, pero también coherencia: no se honra a las víctimas del Holocausto repitiendo lógicas de opresión y exterminio sobre otro pueblo, en este caso el de Gaza. La víctima que se convierte en verdugo no deja de ser responsable.

 

El cinismo de Diógenes era un acto de resistencia solitaria. El de Netanyahu es un ejercicio de poder despiadado. Mientras Diógenes rechazaba el oro y los imperios, Netanyahu se aferra al poder a cualquier precio, asesinando miles de vidas inocentes para sostener su narrativa y construir un nuevo imperio. Su Gobierno se sustenta sobre la ultraderecha mesiánica, el desprecio al derecho internacional y una impunidad alimentada por la complicidad de los EE UU de América y de los gobiernos occidentales que aún hablan de “equilibrio” entre ocupante y ocupado, entre tanques y piedras, entre el hambre y la insaciable y milmillonaria industria armamentística.

 

Diógenes pedía que no le taparan el sol. Netanyahu lo apaga para millones de seres humanos. El primero era un perro que buscaba humanidad. El segundo, es un despreciable hombre que la persigue para destruirla.

 

Lo que sucede en Palestina, y más concretamente en la Franja de Gaza, no es una guerra: es un crimen. No es un “conflicto”, como se empeñan en decir algunos, sino una limpieza étnica sostenida por décadas de impunidad. El mundo lo ve. Algunos lo denuncian. Otros callan. Y mientras tanto, el fuego desciende del cielo, la infancia se sepulta viva y la palabra justicia se deshace en el humo de las bombas.

 

En tiempos como estos, recordar a Diógenes no es un capricho erudito: es una advertencia. Su lámpara, que buscaba seres humanos en un mundo de máscaras, aún arde —o debería arder— dentro de quienes no aceptan el horror como rutina. El cinismo filosófico era una crítica a la mentira. El cinismo político de Netanyahu es su celebración. Y de ese abismo, si no lo rechazamos, no se regresa jamás. Y es que como nos dejó dicho en su libro Los hundidos y los salvados, Primo Levi, el escritor italiano de origen judío sefardí, sobreviviente de Auschwitz y una de las voces más lúcidas del siglo XX frente al horror: “Ocurrió, por tanto puede volver a ocurrir... puede ocurrir en cualquier parte."