martes, 14 de mayo de 2024

Más allá de las estrellas

 

Hay muchas cosas que sabemos que no sabemos de la muerte. La muerte es esa sombra silenciosa que, inseparablemente, camina a nuestro lado. La amante misteriosa que nos acecha con infinita paciencia y espera sin decirnos dónde ni cuándo se presenta. Un accidente que se anuncia en el sigilo de una noche cualquiera, cuando la luna argenta el paisaje, o en un luminoso día, danzando su macabra melodía y, con un susurro tenue que eriza nuestra piel, nos hiela el último aliento. Es el recordatorio de nuestra efímera existencia. Un murmullo en el oído que nos señala y avisa del perecedero y fugitivo tiempo de la vida, advirtiéndonos de que cada momento es precioso y, por ello, nos enseña y anima a vivir con valentía, a amar con pasión y a dejar una huella imborrable en las páginas del tiempo que vivimos. La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que a veces nos los roba y, en ocasiones, definitivamente. No hay llanto que detenga su paso, ni súplica que doble su voluntad. La muerte emplaza a todos, a cada uno de los hombres y mujeres, sin dejar entre renglones a uno solo. Es la gran igualadora, la que abraza a reyes y mendigos, a jóvenes y ancianos. Ante ella, todos somos iguales, frágiles hojas mecidas por el viento del destino.

 

Sin embargo, esa parca inevitable, no debería ser un enemigo a temer, sino un misterio a descifrar. Tal vez, sea únicamente la fórmula que ha buscado la naturaleza para satisfacer a todo el mundo y facilitar una transformación, un viaje a un plano ignoto donde el tiempo se diluye y el alma, espíritu, esencia o energía se libera de las ataduras terrenales y traspasa la puerta en dirección a un umbral desconocido que abre un nuevo capítulo hacia la eterna existencia. Quizás no es un final, sino una transición, un cambio de vestimenta para esa esencia que acompaña a nuestro cuerpo. No es por tanto una derrota, sino una liberación. Acaso sea el último acto de amor del universo, desatándonos de la materia que nos acompañó en vida para permitirnos volar libres en el cosmos infinito. Es el eco de una canción que ha terminado, pero cuya melodía perdura en el viento, como el último suspiro de una tarde que se desvanece en la oscuridad, dando paso a la luz en su camino hacía las estrellas.

 

Y es que la muerte es parte de la realidad de la vida, aunque no lo queramos ver. Por eso, creo que es importante desarrollar la capacidad de hablar de ella, ya que esa realidad es lo que queda de uno al desaparecer el brillo exterior que nos adorna. De hecho, juzgo que no hay aventura mayor ni más admirable que aprender a ser mortal; dado que, en el momento de morir, nada es importante. En ese supremo acto final de nuestra vida no está presente el trabajo, no está nuestro título académico, ni los méritos, ni los posibles honores, ni la cuna, ni fortunas, y tampoco los amores, ni pasiones, ni principios. Ni siquiera están las frustraciones, ni las inseguridades y vergüenzas. En ese instante final, solo estaremos, cada uno de nosotros, con la conciencia del fin que todavía nos ata al mundo antes de emprender el camino sin retorno con un incierto destino más allá de las estrellas o, tal vez, en dirección hacia la nada. Tal vez por ello, es aconsejable vivir de tal manera, con tal ejemplaridad y con tal dignidad, que nuestra muerte sea escandalosamente injusta. Y es que, como nos dijo Montaigne “Si alguien enseñara a los hombres a morir, les enseñaría a vivir”.

 

En todo caso, cuando llegamos a concienciarnos de la inexorable realidad de la muerte, termina uno aceptando su propia soledad. Por todo ello, no temamos a la muerte. Ya que nosotros partimos, pero la vida permanece. Aceptémosla, pues, como parte de nuestra extraordinaria travesía. Porque al final, todos somos estrellas fugaces en el vasto cielo de la existencia, destinados a brillar intensamente antes de desvanecernos en la eternidad.

 

domingo, 28 de abril de 2024

La ética política en juego, el poder a toda costa.

 

Segre 28.04.2024
La ética se define en la RAE como el conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida. En este sentido, la frustración del PP y Vox, al no conseguir formar gobierno tras las elecciones del pasado julio, ha generado la tendencia a aprovechar todas las ocasiones posibles para perjudicar al PSOE y la Coalición Progresista del Gobierno central, rayana en un visceral odio hacia dichas formaciones políticas. Y es que la cólera que domina por este hecho al PP y a Vox, no les permite ni les interesa, ver y saber todo lo que de positivo ha realizado y realiza en este espacio de tiempo la acción del Gobierno para mejorar la vida del conjunto de los ciudadanos.

La razón de esta actitud de la Derecha y de la Extrema Derecha política, judicial y mediática, de nuestro Estado, es debida a que cuando no gobierna, se bate más por sus intereses partidistas para alcanzar el poder a toda costa que por los derechos democráticos. Ha ocurrido siempre y cada vez lo expresan más claramente a nivel mundial en otros países; lo hizo Trump en los EEUU y lo han hecho recientemente en Portugal. Y, para ello, su estrategia y acción política como oposición la emplean en cubrirle el rostro a la mentira para que parezca verdad, disimulando el engaño y disfrazando la realidad como sea, a costa de lo que sea y de quien sea.

La Mañana 9.05.2024

Creo que en estos momentos decisivos el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha entendido lo que le ocurrió a Pablo Iglesias, Irene Montero, Mónica Oltra y Zapatero, entre otros. Tal vez entonces, el PSOE debió denunciar a la mafia mediática y judicial que en perfecta armonía, utilizan el PP y Vox para conseguir sus fines, convirtiendo la actividad política en un lodazal en el que embarrar a Pedro Sánchez y su familia.

 

lunes, 22 de abril de 2024

23 de Abril, Sant Jordi: Espejos de vidas y sueños

 

Hoy, 23 de abril, en Cataluña, celebramos dos importantes acontecimientos. Por un lado, festejamos la festividad de Sant Jordi, el noble que, según la leyenda, salvó a su princesa Cledolinda en Mont Blanc o Rocallaura, dependiendo de a quién se le pregunte, matando al dragón y cuyas gotas de sangre, al caer en la tierra, se convirtieron en un rosal que florecía con profusión y del que, el caballero, tomó la flor más hermosa y se la obsequió a su amada. Por otro lado, junto al festivo Sant Jordi, conmemoramos también el Día del Libro. Una celebración que rinde homenaje al aniversario de las muertes de tres emblemáticos escritores como fueron Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega, hecho que ocurrió un 23 de abril de 1616. Así pues, en este día tan especial, oficiamos y honramos tanto el valor y el amor simbolizados por Sant Jordi, como el inmenso legado literario de estos tres grandes y geniales autores.

 

En este último contexto, viviendo una época en la que la economía y tecnología digital dominan toda actividad y comportamiento en nuestro proceder, cabría preguntarse si entran los libros en la secuencia de exigencias y aspiraciones de la sociedad actual. ¿Son realmente útiles en nuestras vidas? Sabemos que ocupan mucho espacio en el salón de casa. Miremos nuestras estanterías, seguro que a más de uno le gustaría colocar allí una televisión QLED de gran pulgada, un equipo de música, un cuadro de algún pintor más o menos relevante, algunos recuerdos de viajes realizados o cualquier otra cosa; pero resulta que no puede ser porque están llenas de libros. Y además, los libros nos exigen mucho tiempo si los leemos, por lo que nos ocupan buena parte del ocio del que disponemos y, tal vez, le apetecería a usted pasarse el día hablando o jugando a la botifarra o viendo alguna serie de moda en la televisión o medio adormilado; pero no puede permitírselo porque necesita leer un libro que tiene pendiente o ya comenzado. En consecuencia, ¿son los lectores acaso un punto de apoyo del que se sirven los libros para seguir existiendo? ¿De verdad merecen la pena los libros? Mi respuesta es clara, categórica e incuestionable: por supuesto que sí; pues como nos dejó dicho el escritor romano Plinio el Joven, “No hay libro tan malo que no sirva para algo”. Quizás por ello, la tradición libresca está viva desde hace tres mil años. Se trata de un lapso breve de tiempo si se compara con la historia de la raza humana, pero es muchísimo si lo equiparamos con la vida de un individuo. De una manera u otra los libros se las han arreglado siempre para sobrevivir. Y es que, a pesar de estas consideraciones, no podemos olvidar el valor intrínseco de la literatura y su impacto en nuestra formación personal y cultural. Poder leer a los clásicos, adentrarnos en el mágico mundo de las expresiones cervantinas que reflejan un conocimiento asentado, en considerables ocasiones, en la sabiduría popular, es un viaje enriquecedor hacia el corazón de nuestra cultura y tradiciones, una experiencia que nos permite apreciar la belleza de la literatura y la profundidad del pensamiento humano. Es, en definitiva, una forma de conectar con nuestras raíces y entender mejor el mundo en el que vivimos. Y es que Cervantes era un genio que se formó y cultivó en los libros y también a base de las dificultades y obstáculos de una vida desventurada que le llevó de aquí para allá a lo largo de su vida: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”, nos dejó dicho. En verdad no hay mejor forma de aprender y de saber que recorriendo el camino de la vida en compañía de Don Miguel, de Galdós, Machado, Maragall, Rodoreda, Dostoyevski, Proust, Gª Márquez y otros tantos faros de la cultura española, catalana y universal, pues viajar y leer son actividades y condiciones necesarias para conocer. Por ello, acercarnos a los libros, sumergirnos en ellos, es participar de una cultura literaria que nos ofrece emocionantes viajes a través del tiempo y el espacio de todas las épocas. Es también, poder comunicarnos y estremecernos mediante el trato con personas y personajes, toda una diversa y colorida fauna humana con sus propias ideas y emociones. Así como, percibir las alegrías y tristezas, el dolor y el placer, la decepción y la esperanza, pues los libros son unos magos que actúan como espejos de vidas y sueños; aunque a menudo la vida real inventa más que las obras de ficción que leemos. Y es que un libro cobra vida a través del diálogo que provoca, las memorias que rememora y los sentimientos que desencadena. Por eso, todos deberíamos leer, pues los libros son un gigantesco espejo que nos permite entendernos. Es otra manera de entrar en la realidad, ya que los libros y las librerías nos facultan aislarnos del mundo y, a la vez, comprenderla viviendo otras vidas.

 

Así pues, hoy, 23 de abril, regala rosas y libros, tiempo, regala sueños. Ya que después de leer tranquilamente un libro la vida se ve de otra manera, se aprende y se impone más el sentido común. Denle, amigos lectores, una oportunidad al libro, tiene algo muy original: te hace escuchar, no le puedes replicar y es muy relajante saber que no espera tu respuesta.

 

viernes, 22 de marzo de 2024

Gaza se muere, con un silencio cómplice.

 

Siento la mayor vergüenza posible como persona de la situación en Gaza. Los habitantes que residen en esa Franja de Palestina: niños, mujeres, ancianos y adultos, todos, se mueren de hambre y de sed y los EE UU nos hablan de que tienen prevista la construcción de un puerto en la costa para dentro de dos meses con la finalidad de que la ayuda humanitaria llegue por mar a dicho territorio. ¡Qué poca vergüenza! Creo que para entonces ya no hará falta y Netanyahu y su Gobierno habrán conseguido su objetivo, matar y/o expulsar a todos los gazatíes posibles y ocupar su territorio. Israel está provocando un genocidio palestino con el beneplácito de la comunidad internacional. No es guerra entre dos ejércitos. Es un asesinato impune de miles de civiles. Por ello, considero que somos también en esto, la UE y todos los ciudadanos que en ella residimos, igual de culpables que aquellos otros europeos que en el siglo pasado consintieron el holocausto, aunque no lo cometieran. Y todo ello, todo nuestro cómplice silencio, para que un Gobierno de un país concreto, “con nombre y apellidos”, se le siga permitiendo matar de hambre y sed a decenas de miles de personas. Esto debe ser, fundamentalmente para U.S.A, algo normal y natural y, por eso, sigue apoyando indiscriminadamente a Israel. Tal vez, la razón de esta actitud estribe en que, como dejó demostrado la investigadora estadounidense de la Universidad de Pensilvania, Amy Kaplan, gran parte de la simpatía de los ciudadanos de los EE. UU. hacia Israel se manifiesta por la equivalencia entre la conquista del Lejano Oeste y la colonización judía, entre el colono sionista armado y el “valiente vaquero americano”. Y es que el secreto de esta analogía lo desvela el académico israelí Benjamin Beit-Hallahmi en su libro “The Israeli Connection: Whom Israel Arms and Why” publicado en 1987, cuando nos dice: “Se puede odiar a los judíos y amar a los israelíes; puesto que, hasta cierto punto, los israelíes no son judíos. Los israelíes son colonos y combatientes, duros y resistentes.”. En este contexto cabe preguntarse: ¿es posible aparecer ante la mayoría de norteamericanos como defensor de Israel y, a la vez, contra el Genocidio o su riesgo? ¿Se pueden modificar las estrategias más amplias de seguridad regional que unen a Israel y los EE.UU o son inamovibles? Sea como fuere, ni lo comparto, ni lo comprendo. Y luego quieren que les consideremos y valoremos como paladines en la defensa mundial de los Derechos Humanos. ¡Qué macabra ironía!

 

Israel es un Estado que viene cometiendo supuestos crímenes de guerra desde hace 52 años, tiempo en que comenzó la ocupación de territorios palestinos, que desafía las Resoluciones de la ONU y que no respeta la Convención de los Derechos Humanos. ¿Para cuándo Occidente aplicará sanciones político económicas a este país? ¿Cuándo intervendrá con la finalidad de que los colonos judíos ultraortodoxos no se apropien y ocupen tierras palestinas en Cisjordania? ¿Qué es esa actual broma de los EEUU de arrojar paquetes de comida desde aviones a la hambrienta población de la Franja de Gaza, al mismo tiempo que arman y respaldan al régimen sionista en su genocidio y permiten que Israel retenga la ayuda humanitaria de la ONU? ¿De qué sirve que la UE haga llegar el barco de la ONG española Open Arms, cargado con 200 toneladas de comida, tras un ingente esfuerzo técnico-diplomático y la cooperación de la organización internacional World Central Kitchen creada por el cocinero español José Andrés, si la población gazatí se está muriendo de hambre y sed por culpa de que Israel utiliza la hambruna como arma de guerra? ¿Acaso con el lanzamiento de comida desde el aire y la apertura de ese corredor marítimo establecido desde la localidad chipriota de Larnaca, no se demuestra objetivamente que Israel está incumpliendo la orden de La Corte Internacional de Justicia que le exigía y exige tomar medidas inmediatas y efectivas para permitir la prestación de los servicios básicos y la asistencia humanitaria de abastecer a los gazatíes? ¿Puede alguien explicárnoslo?

 

Dice el sabio refranero español que, “de aquellos polvos vienen estos lodos”. Y dice bien en este caso, pues no todo empezó el pasado mes de octubre. No nos dejemos engañar, ya que bastante antes del execrable acto terrorista de Hamás, en un no muy lejano sondeo del Centro de Estudios Estratégicos de la Universidad de Tel Aviv, se aseguraba que el 46% de los israelíes estaban a favor de la deportación de más de tres millones de palestinos de los territorios de Cisjordania y Gaza a los países árabes cercanos. Asimismo, el estudio señalaba que el 31% apoyaba el destierro de la comunidad árabe de Israel; es decir, el 20% de la población israelí, con cerca de un millón de personas. Y el 60% de los encuestados creía que los 11 diputados árabes, sobre un total de 120, “constituyen un peligro” para el Estado judío. Este estudio, con esos porcentajes sobre los encuestados, creo que refleja y clarifica mucho el porqué de esta ignominiosa confrontación.

 

Es intolerable lo que está haciendo Israel. Es injustificable la actitud de los EE UU y, en menor medida, la de la UE. Y es vergonzosa la pasividad del resto del mundo. Somos, todos, copartícipes de la muerte de Gaza. El mundo entero lo tolera, empezando por los países árabes. La ignominia nos salpica a todos. Y todo lo que no sea una manifestación ingente, multitudinaria, de millones y millones de personas, no servirá para evitar que Gaza muera.

domingo, 3 de marzo de 2024

La sombra del “Poder” es alargada: Assange y González, dos periodistas silenciados.

Corren malos tiempos para la prensa. Tras dos días de vista y años de batalla legal, el Alto Tribunal de Justicia de Londres decidirá a partir del 5 de marzo, si autoriza a Julian Assange, el fundador de Wikileaks, a seguir recurriendo sobre su extradición en el Reino Unido o, por el contrario, puede activarse su entrega a los Estados Unidos que le acusa de espionaje y hackeo informático al haber hecho público documentos sensibles sobre la seguridad nacional. En este contexto, en caso de que tras su deliberación los jueces británico dicten un fallo afirmativo, su extradición abrirá una vía más segura a todos aquellos “poderes” que hurtan información a la que tenemos derecho los ciudadanos y propiciará, además, un periodismo amordazado y paralizado por el temor ante unos Estados convertidos en falsas democracias y llenos de muchos rasgos de autoritarismo, que no autoridad, sino de dictadura. En cualquier caso, extraditado o no, me temo que el daño ya está hecho y los poderes fácticos ya han conseguido su objetivo: amedrentar a los periodistas, en la medida de lo posible, para que interioricen las posibles consecuencias de publicar determinado material y se lo piensen antes de hacerlo. Es una manera de evitar que siga habiendo funcionarios valientes como el agente del FBI William Mark Felt, el denunciante sin rostro que facilitó al reportero del Washington Post, Bob Woodward, la información del escándalo "Watergate", lo que provocaría la dimisión del presidente Richard Nixon en 1974 o el analista estadounidense de las fuerzas armadas americanas Daniel Ellsberg que, cuando trabajaba en la Corporación RAND, filtró al The New York Times y otros periódicos un estudio de alto secreto denominados Pentagon Papers, en los que se demostraban, entre otras cosas, que la Administración Johnson había mentido sistemáticamente, no sólo al público sino también al Congreso, sobre temas de interés nacional trascendentes e importantes en relación con la guerra de Vietnam. En ambos casos los periodistas y sus directores que recibieron la información respondieron con profesionalidad y valentía, aireando la revelación frente a la terca resistencia del poder político. Una información que posteriormente, el poder judicial terminó avalando en aras del derecho a la información y de la libertad de expresión. A este respecto, lo que ocurra ahora con Julian Assange será una piedra de toque para saber si las democracias han avanzado o van retrocediendo en este terreno. Y es que el derecho de información es básico para el funcionamiento de cualquier sociedad democrática y sin él, todos salimos muy perjudicados, salvo, obviamente, los que infringen la ley. Considerar que la democracia existe porque cada cuatro años, los ciudadanos votamos a alguien que han decidido los partidos políticos, es, cuando menos, irrisorio. En una democracia plena, los ciudadanos, tenemos el derecho a conocer y saber con veracidad qué está ocurriendo en nuestro país y en cualquier parte del mundo. Y, sobre todo, cuando las decisiones que se toman en Organismos internacionales y/o Estados, por parte de un pequeño número de personas, determinan el destino de miles y millones de ciudadanos de cualquier país a cualquier precio, llegando incluso al resultado de ruina, muerte y desolación. Por eso, considero que estamos obligados a defender a aquellos periodistas que, como Julian Assange, nos descubren los secretos oscuros de muchas decisiones políticas promovidas por egoístas e innombrables intereses empresariales, multinacionales y económicos y/o a empleados como el exanalista de la CIA Edward Snowden que entregó a la prensa documentos clasificados que demostraban cómo organismos de inteligencia de Estados Unidos y sus aliados vulneraban la privacidad de los ciudadanos.

 

El acoso y la tortura que está sufriendo Julian Assange, es una prueba más de la corrupción, la falta de humanidad y el espíritu destructivo que anidan en este "Occidente" nuestro que tanto cacarea de libertades y democracia. Lo que se le está haciendo a Assange no tiene nombre, como tampoco lo tiene lo que le ocurre al periodista español Pablo González, otro caso día a día casi olvidado, que fue arbitrariamente detenido y está encarcelado en Polonia, en una severa prisión de un país de la UE, nuestro organismo paladín de la democracia mundial y vigilante ante las injusticias y la opresión. Pablo González, colaborador de varios medios de comunicación, no tiene acusación, ni fecha de juicio. Trabajaba en el momento de su detención como reportero de guerra en la frontera con Ucrania, fue capturado por los servicios secretos polacos el 27 de febrero de 2022 y, desde entonces, permanece encarcelado e incomunicado, sin saber porqué, en régimen de aislamiento, sin días ni noches, hasta ahora. Parece que han tirado la llave al mar Báltico, dado que ignoran completamente los derechos de este ciudadano de la UE que posee la doble nacionalidad española y rusa, pues nació en Moscú al ser nieto de un exiliado español de los llamados “niños de la guerra”. Y, a causa de esta circunstancia, le acusan de aprovechar su condición de periodista para filtrar información a Rusia. Crimen y castigo contra el periodista y vergüenza, una vez más, para la UE, que ni dentro de sus fronteras garantiza la seguridad de según quién en según qué países, a la hora de aplicar leyes democráticas. Y es que corren malos tiempos para la prensa.