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viernes, 15 de agosto de 2025

Europa, mendigo geopolítico

 

Trump no gobierna, reina en Estados Unidos y en casi todo el mundo. Mañana estrechará la mano de Putin en Alaska y, pase lo que pase, la Unión Europea ni pinta nada ni podrá alterar el rumbo de los acontecimientos. Lo que está ocurriendo no es diplomacia, es un cabaret geopolítico con estética de club, en el que una Unión Europea, trajeada y con rodilleras, convoca una videoconferencia para mendigar la atención de un presidente estadounidense que apenas disimula sus verdaderos intereses. La escena roza la pornografía política: líderes de rostro grave suplicando no quedar fuera de las negociaciones sobre Ucrania y reclamando, como último asidero, un alto el fuego, la participación de Kiev en cualquier diálogo y la defensa de sus fronteras. Trump aseguró que Zelenski sería el único autorizado para negociar cuestiones territoriales de Ucrania. Meras palabras.

 

Lo indecente es que esta liturgia humillante de Europa era evitable. En Estambul, en 2022, hubo un proyecto de paz a punto para firmar que habría paralizado la guerra antes de que Europa vaciara sus arcas y cercenara su seguridad energética. Pero Biden necesitaba su guerra por delegación; la OTAN, su gesta épica; y Bruselas, creerse un actor estratégico. El saldo, tres años después, es un continente exhausto, empobrecido y diplomáticamente convertido en un extra de su propio drama, temiendo que Trump —que nunca creyó en esta guerra— modifique de opinión y cierre el telón sin consultarle. Es como hipotecar la casa para entrar en una partida de póker y luego implorar al ganador que, por favor, te deje vivir en el garaje. Y ahí está lo obsceno: Europa no ha sido excluida, se ha autoinvitado para humillarse en directo, con la ansiedad del adicto que ruega una última dosis. En este sentido, no es que tema Europa una solución indigna para Ucrania: es que lleva tres años normalizando su propia indignidad, pagando la factura de un conflicto que no sabe ni cuándo ni cómo terminar. La cumbre de Alaska no será su oportunidad de influir, sino su prueba final de irrelevancia: el recordatorio de que, cuando los poderosos se reparten el mundo, Europa solo sirve para sostener la bandeja y sonreír mientras le quitan el reloj de la muñeca.

 

En todo este asunto, Rusia es la pérfida de manual; la Unión Europea, la ingenua doncella ultrajada; y la historia real, convenientemente resumida, parece un libreto para uso escolar. A este respecto, se nos olvida con facilidad un detalle menor: Europa, mientras fingía creer en promesas de Moscú, se dedicaba a financiar su guerra por procuración con cheques en blanco y sanciones que han funcionado como vitaminas para el rublo. Y no solo eso, sino que en Gaza, la misma Europa que exige respeto a las fronteras y condena los crímenes de guerra de Putin se ha convertido en cómplice financiera y diplomática de un genocidio retransmitido en directo, aplicando la “legalidad internacional” como si fuera un menú degustación. Es decir, la UE que hoy clama traición no fue seducida, sino la que llevó el champán, encendió las velas y entregó las llaves de su gasoducto, todo mientras presumía de autonomía estratégica. Ahora, verse contra las cuerdas no es una sorpresa: es el número final del espectáculo que ella misma montó, con el capítulo de Gaza incluido en el precio de la entrada.

 

No se trata de un mal deseo, expreso lo que considero que es una opinión sobre la realidad. ¿Alguien cree, a estas alturas, que la intervención de Europa puede aportar algo a la resolución del conflicto que no sea humillante para Ucrania y que ponga a Rusia en su sitio? Después de la exhibición de desprecio, amenazas y bravuconería que ha protagonizado Donald Trump en la taberna global de la Casa Blanca y del indigno y vergonzoso espectáculo de sumisión con que ha respondido la UE, resulta inimaginable un final de la guerra en el que no salgan beneficiados Rusia y Estados Unidos, mutilada Ucrania y ninguneada y advertida la UE.

 

Y es que una Europa incapaz de negociar directamente con Trump aranceles sin claudicar no puede pretender ahora influir sobre esta reunión. Si Trump logra acabar con esta guerra pactando la cesión territorial permanente, Europa hará lo de siempre: seguir lo que diga el Boss. Y, además, no olvidemos que las fronteras de Europa se han movido durante siglos —incluyendo el siglo pasado— a punta de cañón. Por ello, si Ucrania tiene que ceder territorio, no sería la primera ni la última vez que algo así ocurra. Lo importante, a mi modo de ver, es acabar de una vez por todas con una guerra que desangra a Ucrania y presiona económicamente a Europa. Es por ello que deduzco que no va a haber otra desenlace que ceder la franja oriental de Ucrania, tal vez con algún tipo de autonomía o gestión federal, o como sea. Pero Rusia va a impedir que desaparezca su paso a Crimea. Y nada de OTAN. A cambio, Ucrania podría integrarse en el mercado común tras un periodo de reconstrucción. No creo que se pueda negociar nada más allá de reparaciones económicas.

 

Europa conlleva ahora las consecuencias de su dependencia militar —asentida— de Estados Unidos desde sus orígenes: un país no europeo, con conceptos distintos sobre la democracia y los derechos de los ciudadanos. Si en un principio esa dependencia estaba justificada como consecuencia de su intervención en la Segunda Guerra Mundial y de la continuidad de la dictadura soviética en el Este, la construcción de la Unión Europea debería haber relevado a EE. UU. de su función protectora y haber cerrado las numerosas bases militares que aún conserva, asumiendo —en consonancia con su desarrollo político— su propia defensa, independiente de su aliado o, al menos, el control de la misma. Pero, desgraciadamente, no ha sido así. Y nos encontramos, por ello, en la penosa situación actual: debemos suplicar a un líder de un país no europeo que nos defienda y aceptar cualquier decisión que tome, por humillante que sea.

 

 

lunes, 11 de agosto de 2025

Las Médulas, Patrimonio en Llamas

 

Segre 16.08.2025
Es tremendo lo de Las Médulas. Y lo peor es que la tragedia no se reduce a las cenizas: lo que se quema también es la conciencia colectiva. Nos llenamos la boca con las palabras “Patrimonio de la Humanidad”, como si fueran un blindaje, cuando en realidad son un espejismo que nos hace creer que lo importante ya está protegido por decreto. Pero no hay decreto que sustituya a la prevención, ni protocolo que funcione sin voluntad. 

Aquí parece que seguimos pensando que la historia se conserva sola, que el paisaje se defiende por inercia… hasta que la realidad, en forma de humo y fuego, nos recuerda que la dejadez también deja huella.

 

¡Qué país! ¿Hasta cuándo vamos a mirar hacia otro lado?

martes, 5 de agosto de 2025

De Diógenes a Netanyahu: el cinismo que mata

 

Diógenes de Sinope caminaba por las calles de Atenas con una lámpara encendida a pleno día. “Busco a un ser humano”, decía, y su frase atravesaba la ciudad como una bofetada contra la comodidad moral de los ciudadanos. Pues, aunque su figura provocaba burla y desconcierto, lo que movía su gesto era una radical honestidad: denunciar la hipocresía del poder, el absurdo de las convenciones, la esclavitud de los deseos. Dormía en una tinaja, despojado de todo. Se reía de la riqueza, de los acaudalados, del orden social que convertía al esclavo en mercancía y al rico en modelo social. Ladraba como un perro -así lo llamaban- , contra las cadenas invisibles que los hombres aceptaban como un hecho natural; pero no lo hacía por rabia, sino por lucidez. Su cinismo no era desprecio por la vida, sino una forma extrema de exigencia ética: vivir sin hipocresía, sin doblez, sin máscaras.

 

La Mañana 6.08.2025

Más de dos mil años después, otro cinismo habita el mundo, pero éste ha abandonado la tinaja y la lámpara. Se ha vestido de traje oscuro, se parapeta tras ejércitos y alta tecnología, y ejerce su poder con la frialdad de un algoritmo. Es el cinismo del gobierno de Benjamín Netanyahu, que ha promovido a una condición sublime la barbarie. Un cinismo que aprovecha las recientes y espantosas imágenes del rehén israelí Evyatar David, en un túnel de la Franja de Gaza, para decir que es Hamás quien está matando de hambre a Gaza. Un cinismo que, amparado en la retórica, no desnuda las mentiras, sino que las fabrica; que no denuncia la crueldad, sino que la administra; que no busca la verdad, sino que la entierra bajo escombros. Un cinismo que utiliza el argumento de la autodefensa y el relato del dolor histórico de un pueblo que sufrió el Holocausto, para convertir Gaza en un laboratorio de muerte a plena luz del día. Y es que, en nombre de esa supuesta seguridad, en nombre del trauma, en nombre de una memoria instrumentalizada, se bombardea Gaza. Se castiga colectivamente a más de dos millones de personas, se destruyen hospitales, se bombardean escuelas, se bloquea el agua, la electricidad, la comida, e indiscriminadamente se asesina, se mata. Y la violencia se ejerce con precisión quirúrgica sobre la vida cotidiana de un pueblo que no puede escapar, que no tiene refugio, ni comida, ni mar, ni aire. Que no tiene nada.

 

El gobierno israelí justifica cada crimen con una argumentación conocida: autodefensa, amenaza, legitimidad. Pero no hay nada legítimo en matar por venganza, ni en castigar a niños por nacer en la Franja de Gaza. No hay nada ético en convertir el dolor histórico en coartada para la ocupación. La historia exige memoria, sí, pero también coherencia: no se honra a las víctimas del Holocausto repitiendo lógicas de opresión y exterminio sobre otro pueblo, en este caso el de Gaza. La víctima que se convierte en verdugo no deja de ser responsable.

 

El cinismo de Diógenes era un acto de resistencia solitaria. El de Netanyahu es un ejercicio de poder despiadado. Mientras Diógenes rechazaba el oro y los imperios, Netanyahu se aferra al poder a cualquier precio, asesinando miles de vidas inocentes para sostener su narrativa y construir un nuevo imperio. Su Gobierno se sustenta sobre la ultraderecha mesiánica, el desprecio al derecho internacional y una impunidad alimentada por la complicidad de los EE UU de América y de los gobiernos occidentales que aún hablan de “equilibrio” entre ocupante y ocupado, entre tanques y piedras, entre el hambre y la insaciable y milmillonaria industria armamentística.

 

Diógenes pedía que no le taparan el sol. Netanyahu lo apaga para millones de seres humanos. El primero era un perro que buscaba humanidad. El segundo, es un despreciable hombre que la persigue para destruirla.

 

Lo que sucede en Palestina, y más concretamente en la Franja de Gaza, no es una guerra: es un crimen. No es un “conflicto”, como se empeñan en decir algunos, sino una limpieza étnica sostenida por décadas de impunidad. El mundo lo ve. Algunos lo denuncian. Otros callan. Y mientras tanto, el fuego desciende del cielo, la infancia se sepulta viva y la palabra justicia se deshace en el humo de las bombas.

 

En tiempos como estos, recordar a Diógenes no es un capricho erudito: es una advertencia. Su lámpara, que buscaba seres humanos en un mundo de máscaras, aún arde —o debería arder— dentro de quienes no aceptan el horror como rutina. El cinismo filosófico era una crítica a la mentira. El cinismo político de Netanyahu es su celebración. Y de ese abismo, si no lo rechazamos, no se regresa jamás. Y es que como nos dejó dicho en su libro Los hundidos y los salvados, Primo Levi, el escritor italiano de origen judío sefardí, sobreviviente de Auschwitz y una de las voces más lúcidas del siglo XX frente al horror: “Ocurrió, por tanto puede volver a ocurrir... puede ocurrir en cualquier parte."

 

miércoles, 30 de julio de 2025

Gaza, la vergüenza de Occidente.

 

Segre 30-07.2025
Lo que sucede en Gaza es una execración histórica. Y lo más estremecedor no es solo la violencia, los asesinatos, los ataques indiscriminados y desproporcionados o la obstrucción de la ayuda humanitaria, entre otros crímenes de guerra y de lesa humanidad, sino el modo en que Israel está llevando a cabo un genocidio contra el pueblo palestino. Lo hace con una fría racionalidad, sin el menor temblor, como si exterminar pudiera concebirse como un acto quirúrgico, limpio y aséptico. Y es que en esta televisada barbarie, el Gobierno de Netanyahu, ha convertido ahora también el hambre en arma de guerra y la diplomacia en cómplice. Y Occidente, que se ufana de encarnar los valores universales, ha optado por el cálculo antes que por la humanidad. No es neutralidad lo que está realizando la Unión Europea, es colaboración pasiva, envuelta en comunicados esterilizados y tecnocracia moral. La incongruencia es insufrible: permitir que Israel les mate de hambre con razones legales, pasar por alto que bloquee la ayuda humanitaria mientras se emiten alegatos sobre la dignidad humana. Eso no es decadencia, es pura putrefacción con medias y/o corbata.

 

En este contexto, como si la deshumanización no bastara, y por si hiciera falta aún más cinismo institucional, hace unas fechas, la jefa de la diplomacia europea, Kaja Kallas, advirtió a Israel de que “matar civiles que buscan ayuda humanitaria es indefendible”. Y antes dijo A. Y antes, B. Y antes, nada. Mediante un mensaje en redes sociales, planteó que “todas las opciones están sobre la mesa” si Israel “no cumple sus promesas”. Resulta alarmante y profundamente hipócrita, el modo en que se dosifican las advertencias, se sustituyen los verbos, se ensayan nuevos eufemismos, se matiza una condena con otra y se adorna lo insoportable con adverbios cautelosos, mientras, la realidad se desangra sin retórica. Y es que la señora Kallas, como Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, y su desvergonzada jefa Úrsula von der Leyen , Presidenta de la Comisión Europea, encarnan una diplomacia incapaz de estar a la altura moral del momento. Y no por falta de datos ni de información, sino por falta de convicción, de dignidad y de coraje. En vez de proceder con la resolución que requiere el hambre, la desesperación y asesinatos de civiles inocentes, se inclina por demorar, modular, esperar. Como si la muerte y mutilación de niños y personas inocentes por desnutrición o fuego cruzado pudiera acomodarse al calendario diplomático.

 

No hay guerra en Gaza, es mentira, nunca la hubo, hay genocidio. El que está realizando el criminal, genocida, racista y colonialista Gobierno de Benjamín Netanyahu. Y la hambruna no es el resultado de nada, la hambruna es otra de las armas del genocidio, un arma de diseño, organizada estratégicamente para matar sin tener que echar aterradoras bombas sobre una población dejada a su suerte por todo el mundo. Y es que, lo que está ocurriendo en Gaza y resto de Palestina no tiene parangón histórico. Es la inmoral vergüenza de Occidente, nuestra indecente degradación como humanidad. Creo que Gaza es el juicio final de nuestra época, y la estamos perdiendo sin tan siquiera presentar defensa. Porque no se trata ya de política exterior, ni de seguridad, ni de alianzas estratégicas: se trata del umbral más básico de la humanidad. Y lo hemos cruzado en dirección contraria. Estamos viendo morir a inocentes por inanición en directo, y seguimos enviando armas al verdugo. Eso no es “realpolitik”, es barbarie decorada de civilización. Y el precio no es solo moral. Lo que Occidente pierde en Gaza no lo recuperará con tratados ni con ayuda postconflicto. Lo que se derrumba ahí es su alma, como bien dice Josep Borrell, y quizá —solo quizá— ya no haya túnel que conduzca de vuelta. Estados Unidos, Alemania y el conjunto de la Comisión Europea son tan culpables del GENOCIDIO como Israel. Son una vergüenza para nuestra especie humana.

 

Hoy rigen las sociedades humanas una “ontología de negocios”, una “diplomacia transaccional”, que programa ganancias a gran escala. Para lo cual dibuja mapas, aniquila poblaciones, echa abajo toda la vida en nuestro planeta. Mientras unas grandes plataformas tecnológicas entretienen a la población, nos roban el tiempo, la energía y la conciencia, de manera que podamos soportar toda la crueldad inimaginable con el corazón helado. Desde mi punto de vista, creo que hemos llegado a un punto, en el que ya no se puede esperar nada de las Instituciones Internacionales.

Un punto en el que no hay la más mínima diferencia entre el sionismo y el nazismo: dos ideologías basadas en la asquerosa idea de creerse el pueblo elegido; uno, por motivos de raza; el otro, por considerarse el pueblo escogido de un concreto dios. Y, en esta dual disyuntiva, los no favorecidos son considerados como alimañas a exterminar.

 

Las tremendas y terribles imágenes que los medios de comunicación nos muestran cada día parecen pertenecer a un pasado oscuro que creíamos superado: el de los campos de exterminio de la Segunda Guerra Mundial. Con dos diferencias notables: una, que hoy el exterminio se comete a la vista de todo el mundo; y otra, que la única diferencia entre las imágenes de Auschwitz y las del campo de exterminio de Gaza es el color.

 

Como en La náusea, la novela de J.P. Sartre, puedo decir, seguramente como otros millones de ciudadanos, que soy un hombre que se siente abrumado por un profundo sentimiento de repugnancia y vacío existencial ante comportamientos tan inhumanos y bestiales como los de Israel y sus aliados, que no quieren, pueden o saben detener. Ya no existes, Israel. Tú futuro ha quedado cancelado….