Tres años después, Ucrania sigue en el escaparate del mundo como un maniquí vistiendo la última moda del cinismo geopolítico de las grandes potencias. La OTAN de los cruzados deja presuntamente que Rusia se lleve un 20% del país asumiendo la geometría variable de los mapas. Trump ha derivado la guerra en Ucrania, que en su día fue un conflicto militar con ínfulas de épica occidental, a una pugna mercantil donde las trincheras no son de barro y metralla, sino de litio y tierras raras. Parece que al final, lo que empezó con la retórica de la libertad y la democracia, acaba oliendo más a concesiones mineras que a principios kantianos. El Pentágono y el Departamento de Comercio de EE. UU hacen números sobre lo que se puede sacar de un país que ha resultado tabla periódica más que bastión democrático. Al final la UE se ha quedado con la narrativa de la épica y Washington con la caja registradora.
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Segre 15.03.2025 |
Europa ha financiado una guerra perdida. Ahora, sola ante Rusia, pagaremos la reconstrucción de Ucrania mientras los barcos con tierras raras zarparán hacia los Estados Feudales de Trump, donde el Sr. Presidente no hace política, sino negocios. Y mientras tanto, la UE se encuentra en la encrucijada de la novia abandonada: o se ahoga en el charco, o navega en el océano. Y es que, tal vez, se nos olvida con demasiada facilidad que la guerra es un negocio y que detrás de los discursos grandilocuentes sobre democracia y libertad hay intereses económicos, geopolíticos y estratégicos que pocos se atreven a mencionar. Ucrania, más que un país en guerra, se ha convertido en un laboratorio de la industria militar occidental, un mercado cautivo para la venta de armas, drones, municiones y tecnología de guerra. La narrativa de la "resistencia heroica" no solo es rentable para los contratistas de defensa, sino también para los políticos que encontraron y encuentran en la guerra un recurso electoral: Biden necesitaba parecer fuerte ante Rusia, la UE quiere justificar ahora su rearme y Zelenski, tras la humillación sufrida en el Despacho Oval, con su carta a Trump, se convierte en el gran derrotado que no puede evitar reconocer, después de tanto sufrimiento, que la única opción realista es negociar.
También se nos olvida que las guerras no terminan con discursos, sino con acuerdos. La historia nos lo dice alto y claro: Corea, Vietnam, Yugoslavia, Afganistán, Irak, Siria y, seguramente dentro de poco tiempo, Oriente Medio…. Todos los conflictos que se alargaron más de la cuenta acabaron con un pacto que podría haberse firmado años antes, ahorrando miles de vidas humanas. Pero la guerra, cuando se vuelve una herramienta de poder, se convierte en un fin en sí mismo. Aquí no importa lo que convenga a Ucrania, sino lo que interesa a los actores que manejan el tablero. Probablemente, si en 2022 se hubiera pactado la neutralidad ucraniana y un estatus especial para el Donbás, esta guerra habría terminado antes de empezar. Pero no, se optó por inflamar el conflicto con promesas vacías de adhesión a la OTAN y UE y unas sanciones económicas que han golpeado más a Europa que a Rusia.
En este tablero geopolítico, se nos olvida, asimismo, el ridículo moral de la UE. La misma Europa que ahora se rasga las vestiduras ante el presunto reparto y la violación de la soberanía de Ucrania, no tuvo problemas en bombardear Serbia en 1999, intervenir en Afganistán en 2001 y 2021, en Irak en 2003 y 2011 y en Libia en 2011 o aplaudir la independencia de Kosovo sin el consentimiento de Belgrado. Cuando el mapa se redibuja a favor de Occidente, lo llamamos "derecho de autodeterminación". Cuando lo intenta o logra hacer Rusia, lo llamamos "imperialismo". La hipocresía es tan grande que los dignatarios políticos de Occidente, ya ni se esfuerzan en disimularla. Pero el mayor truco del diablo es haber convencido a tantos ciudadanos europeos y mundiales, de que esta guerra es una lucha existencial por la democracia y no el enésimo capítulo de un juego de poder en el que los muertos siempre los ponen los mismos.
J.D. Vance, el político republicano, empresario, escritor y actualmente vicepresidente estadounidense, lo ha dejado muy claro: para EE.UU., Europa ya no es un aliado ni un socio a la altura de sus ojos, sino un viejo continente que ha perdido su propósito. Es decir, no somos un actor estratégico, sino un accesorio cómodo y un mercado útil, pero políticamente irrelevante. Washington ya no nos consulta, nos informa. Ya no nos respeta, simplemente nos tolera; veremos hasta cuándo. La era en la que Europa se creía el copiloto de Occidente ha terminado; ahora nos ven como pasajeros de clase turista, observando desde la ventanilla mientras otros pilotan el mundo. Nos quejamos de la actual arrogancia y despótica brutalidad estadounidense, pero lo cierto es que hemos dejado de ser imprescindibles. No porque ellos nos hayan abandonado, sino porque, muy probablemente, nosotros nos hemos vuelto prescindibles por inacción, burocracia y una autocomplacencia suicida. Y es que Europa no se dio cuenta que para ser relevante, habría necesitado menos reglamentos sobre el tamaño del pepino y más voluntad y esfuerzo colectivo para jugar en la liga donde se definen los destinos del mundo.
Me vienen a la cabeza deshilachados fragmentos del poema de Paul Éluard, Libertad, que apenas recuerdo. Es un poema escrito durante la Segunda Guerra Mundial, en el que, de manera conmovedora, repite en cada verso: “Escribí tu nombre”, evocando diferentes imágenes hasta culminar en la palabra “Libertad”. ¡Qué poco valor tienen en el mundo de ahora esas palabras...!