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domingo, 9 de marzo de 2025

Europa irrelevante y Ucrania, el negocio de la guerra.

 

Tres años después, Ucrania sigue en el escaparate del mundo como un maniquí vistiendo la última moda del cinismo geopolítico de las grandes potencias. La OTAN de los cruzados deja presuntamente que Rusia se lleve un 20% del país asumiendo la geometría variable de los mapas. Trump ha derivado la guerra en Ucrania, que en su día fue un conflicto militar con ínfulas de épica occidental, a una pugna mercantil donde las trincheras no son de barro y metralla, sino de litio y tierras raras. Parece que al final, lo que empezó con la retórica de la libertad y la democracia, acaba oliendo más a concesiones mineras que a principios kantianos. El Pentágono y el Departamento de Comercio de EE. UU hacen números sobre lo que se puede sacar de un país que ha resultado tabla periódica más que bastión democrático. Al final la UE se ha quedado con la narrativa de la épica y Washington con la caja registradora.

 

Segre 15.03.2025

Europa ha financiado una guerra perdida. Ahora, sola ante Rusia, pagaremos la reconstrucción de Ucrania mientras los barcos con tierras raras zarparán hacia los Estados Feudales de Trump, donde el Sr. Presidente no hace política, sino negocios. Y mientras tanto, la UE se encuentra en la encrucijada de la novia abandonada: o se ahoga en el charco, o navega en el océano. Y es que, tal vez, se nos olvida con demasiada facilidad que la guerra es un negocio y que detrás de los discursos grandilocuentes sobre democracia y libertad hay intereses económicos, geopolíticos y estratégicos que pocos se atreven a mencionar. Ucrania, más que un país en guerra, se ha convertido en un laboratorio de la industria militar occidental, un mercado cautivo para la venta de armas, drones, municiones y tecnología de guerra. La narrativa de la "resistencia heroica" no solo es rentable para los contratistas de defensa, sino también para los políticos que encontraron y encuentran en la guerra un recurso electoral: Biden necesitaba parecer fuerte ante Rusia, la UE quiere justificar ahora su rearme y Zelenski, tras la humillación sufrida en el Despacho Oval, con su carta a Trump, se convierte en el gran derrotado que no puede evitar reconocer, después de tanto sufrimiento, que la única opción realista es negociar.

 

También se nos olvida que las guerras no terminan con discursos, sino con acuerdos. La historia nos lo dice alto y claro: Corea, Vietnam, Yugoslavia, Afganistán, Irak, Siria y, seguramente dentro de poco tiempo, Oriente Medio…. Todos los conflictos que se alargaron más de la cuenta acabaron con un pacto que podría haberse firmado años antes, ahorrando miles de vidas humanas. Pero la guerra, cuando se vuelve una herramienta de poder, se convierte en un fin en sí mismo. Aquí no importa lo que convenga a Ucrania, sino lo que interesa a los actores que manejan el tablero. Probablemente, si en 2022 se hubiera pactado la neutralidad ucraniana y un estatus especial para el Donbás, esta guerra habría terminado antes de empezar. Pero no, se optó por inflamar el conflicto con promesas vacías de adhesión a la OTAN y UE y unas sanciones económicas que han golpeado más a Europa que a Rusia.

 

En este tablero geopolítico, se nos olvida, asimismo, el ridículo moral de la UE. La misma Europa que ahora se rasga las vestiduras ante el presunto reparto y la violación de la soberanía de Ucrania, no tuvo problemas en bombardear Serbia en 1999, intervenir en Afganistán en 2001 y 2021, en Irak en 2003 y 2011 y en Libia en 2011 o aplaudir la independencia de Kosovo sin el consentimiento de Belgrado. Cuando el mapa se redibuja a favor de Occidente, lo llamamos "derecho de autodeterminación". Cuando lo intenta o logra hacer Rusia, lo llamamos "imperialismo". La hipocresía es tan grande que los dignatarios políticos de Occidente, ya ni se esfuerzan en disimularla. Pero el mayor truco del diablo es haber convencido a tantos ciudadanos europeos y mundiales, de que esta guerra es una lucha existencial por la democracia y no el enésimo capítulo de un juego de poder en el que los muertos siempre los ponen los mismos.

 

La Mañana 26.03.2025

J.D. Vance, el político republicano, empresario, escritor y actualmente vicepresidente estadounidense, lo ha dejado muy claro: para EE.UU., Europa ya no es un aliado ni un socio a la altura de sus ojos, sino un viejo continente que ha perdido su propósito. Es decir, no somos un actor estratégico, sino un accesorio cómodo y un mercado útil, pero políticamente irrelevante. Washington ya no nos consulta, nos informa. Ya no nos respeta, simplemente nos tolera; veremos hasta cuándo. La era en la que Europa se creía el copiloto de Occidente ha terminado; ahora nos ven como pasajeros de clase turista, observando desde la ventanilla mientras otros pilotan el mundo. Nos quejamos de la actual arrogancia y despótica brutalidad estadounidense, pero lo cierto es que hemos dejado de ser imprescindibles. No porque ellos nos hayan abandonado, sino porque, muy probablemente, nosotros nos hemos vuelto prescindibles por inacción, burocracia y una autocomplacencia suicida. Y es que Europa no se dio cuenta que para ser relevante, habría necesitado menos reglamentos sobre el tamaño del pepino y más voluntad y esfuerzo colectivo para jugar en la liga donde se definen los destinos del mundo.

 

Me vienen a la cabeza deshilachados fragmentos del poema de Paul Éluard, Libertad, que apenas recuerdo. Es un poema escrito durante la Segunda Guerra Mundial, en el que, de manera conmovedora, repite en cada verso: “Escribí tu nombre”, evocando diferentes imágenes hasta culminar en la palabra “Libertad”. ¡Qué poco valor tienen en el mundo de ahora esas palabras...!

 

lunes, 3 de marzo de 2025

El peligro Interno de Trump, una distópica realidad

 

Decía Publio Cornelio Tácito, político e historiador romano de las épocas Flavia y Antonina, que “se cree más fácilmente lo que no se comprende”. Y debe ser cierto a tenor de la destrucción que está realizando el presidente Trump en la Administración, Servicios de Inteligencia y Pentágono de EE. UU., en el breve tiempo que lleva en la Casa Blanca. A este respecto, cesar al general afroamericano C.Q. Brown parece ser parte de su estrategia para rellenar la cúpula del ejército americano de hombres blancos, fanáticos religiosos y con ideas filonazis. Creo que es un grave error, puesto que todos los ejércitos, en general, son corporativistas, van en paralelo a la sociedad civil y entre ellos hay una cultura de respeto a la jerarquía que Trump no entiende o no ha querido entender. Por ello, considero que haber despedido de la manera que lo ha hecho, a un general de cuatro estrellas para nombrar a otro general de tres estrellas como jefe del Estado Mayor, saltándose la citada jerarquía, probablemente le pase factura en un futuro, pues supone una grave afrenta para ese estamento militar. Y es que, como ha dicho John Kelly, jefe de gabinete durante el primer mandato de Donald Trump, “el Presidente no quiere un ejército leal a la Constitución de Estados Unidos, sino que su deseo es tener un ejército que le sea leal a él personalmente, que obedezca sus órdenes, incluso cuando él les diga que vulneren la ley o desatiendan su juramento a la Constitución de Estados Unidos”.

 

Derruir es fácil. El problema es encontrar los mimbres necesarios para volver a vertebrar algo de lo que quede del sistema anterior que está desmantelando. Una situación que a Trump, Musk y compañía parece ser que no les preocupa; pues, de hecho, están deshaciendo casi  todo. En este sentido, a nadie se le escapa que los principales responsables que van a tener que sostener toda la nueva estructura de la Administración Americana y que acompañarán al Presidente en sus tareas de Gobierno durante sus cuatro años de mandato, están siendo reclutados y/o elegidos directamente por él, de entre las filas más ultras del Partido Republicano. Unos personajes que ya han comenzado a hacer lo que realizan y consuman los partidos ultras cuando tocan poder: ocuparlo todo y hacerlo suyo, eliminando cualquier contrapoder. Y, así es, como se acaba con la democracia, comienza la tiranía y se camina hacia la dictadura. Lo están ejecutando con alevosía y premeditación, y van deprisa, muy deprisa, probablemente para neutralizar, entre otras cosas, cualquier capacidad de reacción dirigida a pararles los pies si es que aún es posible. Y en esta tarea de cambio ya han ejecutado el primer capítulo del manual del dictador: poner al frente del Pentágono a gente absolutamente leal, por encima de cualquier otra consideración. Es por ello, que Europa se tiene que armar, si, y crear un ejército propio que apunte en todas las direcciones, y no solo hacia el este. Nada hay nuevo bajo el sol. Lo único relevante es que un presunto delincuente ha llegado a La Casa Blanca y los europeos debemos prevenirnos y prepararnos para lo que pueda ocurrir. Pues, las noticias que vemos, oímos y leemos cada día en los medios de comunicación, son dramáticas, nada esperanzadoras y dan fe sobre las consecuencias de los previsibles acontecimientos que nos esperan. En este contexto, conviene no olvidar que tanto en la Italia de Mussolini, como en la Alemania de Hitler, sus partidos, terminaron gobernando con técnicas no muy distintas de las que estamos viendo reproducirse en los EE.UU de Mr.Trump.: matonismo, expansión de bulos, desinformación, recepción de apoyo de grandes corporaciones de capitales y desmontaje de los sistemas de control. A los que habría que añadir ahora, la injerencia en países occidentales de la UE y otros, favoreciendo a los partidos de ultra derecha y filonazis, para que puedan alcanzar legalmente las instituciones democráticas y el poder establecido.

 

Ni los mayores genios del cine, la novela negra o centros de investigación, hubieran nunca imaginado el supuesto de que el mayor peligro para los EE.UU podría venir desde dentro del sistema y con la venia y beneplácito del pueblo americano. Y es que creíamos que algunas distopías que nos trasladaban en el tiempo, eran tan solo ensueños o actos de divertimiento. Pero parece ser que hoy en día, con la segunda llegada de Trump al poder, esas fantasías se materializan y, de un plumazo, la historia retrocede al feudalismo y a la monarquía absolutista del señor de horca y cuchillo. No es el único en la historia más o menos reciente que pretende moldear el mundo según sus ideas e intereses; otros, antes, fracasaron y esperemos que también fracase él. Y fracasará porque la sociedad americana, es de suponer, no se lo consentirá, ya que si se deshace de todos los emigrantes colapsará la agricultura, la construcción y los servicios. Y si impone aranceles, tal y como pretende, provocará una inflación que terminará creando desempleo, cerrando empresas y devaluando el dólar.

 

Sea como sea, toda esta aparente distopía que con incomprensión y espanto estamos contemplando los ciudadanos, la están llevando a cabo Donald Trump y Elon Musk, dos personas que poseen un alto cociente intelectual. En este sentido, sabido es que la palabra “cociente” proviene del latín quotiens, que significa “cuántas veces" y la palabra “intelectual”, deriva del latín intellectus, que significa "entendimiento". No obstante, tal vez esas etimologías sean erróneas y en realidad la palabra “cociente “, viene de "coz” y de ahí el conocido refrán: “Del jefe y del mulo, cuanto más lejos, más seguro". El tiempo nos lo dirá…