He leído
recientemente un libro que no sé cómo calificarlo. No es un ensayo, porque va
mucho más allá del que configura un análisis de investigación. Tampoco creo que
sea un relato autobiográfico, porque integra en el mismo el amplio campo de la
meditación. Y no es un libro filosófico, pues no analiza, sino que mira hacia
dentro. Por ello, si he de poner un adjetivo, diría que es un libro humano;
aunque este término se salga de las habituales clasificaciones de las obras
literarias.
Pablo d’Ors,
en su obra Biografía del Silencio,
nos regala una sonrisa a través de la observación, en un escenario tan sencillo
que es fácil recorrerlo; pues, todos, lo llevamos dentro. El problema es querer
iniciar el camino para verlo. Introducirse en la obra es iniciar un viaje que
no te deja inerte; pues, casi sin darte cuenta, te sientes sumergido en la
meditación mirando hacia nuestro interior. Paso a paso, hoja a hoja, te va
enseñando a convivir con nuestro ser y a vaciarnos de experiencias.
El autor, nos
hace ver que vivimos extraviados, confundidos por cientos de obligaciones y
cargas que nos distancian de nosotros mismos y nos hacen subsistir en una vida
que no es la nuestra. Nos pasamos el tiempo persiguiendo quiméricos sueños a
través de un sinfín de planes, aspiraciones y deseos de vida que nos aprisionan
y nos hacen olvidar lo verdaderamente significativo; aprender a vivir.
El discurso de
Biografía del Silencio, está lleno de
enseñanzas, anhelos y ánimo. Su objetivo es la confianza. Y la contagia con la
certeza de que, con un poco de entrenamiento, podemos transitar por nuestra
conciencia, explorarla y descubrir un territorio que nos ofrecerá la sabiduría
necesaria para vivir mejor, más en paz con nosotros mismos. Como nos dice su
autor, “Meditar es asistir al fascinante y tremendo proceso de muerte y
renacimiento”.
Biografía del Silencio,
nos ofrece la posibilidad de descubrir que se puede vivir de otra manera; ya
que nos enseña que no existe la dicotomía entre yo y el mundo, sino que el mundo
y yo son una misma y única cosa.
Al terminar de
leerlo, han saltado, de pronto, hacia el frontal de mi cerebro, muchas de mis
historias cotidianas. Y al analizarlas, me doy cuenta de que casi todos los
días de mi vida, han estado cosidos, casi siempre, al pespunte de la fragilidad
de mi mortal existencia. Y esta es la aporía existencial, que relata, como si
fuera un romance, mi propia ausencia. Sobre todo, en ciertos días, en algunos momentos,
que me han roto, por los cuatro costados, entero. En aquellos en los que mi
mejor palabra ha sido el silencio…