jueves, 21 de noviembre de 2019

Hace 44 años



Cuarenta y cuatro años después de la muerte de Franco, el Gobierno español decidió desenterrar al Dictador del Valle de los Caídos y llevarlo con benevolencia a una sepultura menos ostentosa en Mingorrubio. En este sentido, puede decirse que pese a la agitación jurídica y mediática que ha ocasionado la familia, el medievalista prior de la Abadía, Santiago Cantera Montenegro, La Fundación Nacional Francisco Franco y un pequeño grupo de nostálgicos del régimen, la inmensa mayoría de los españoles han aceptado como algo verdaderamente normal y positivo el cambio de residencia del dictador desde El valle de Cuelgamuros hasta la localidad de la provincia de Madrid de Mingorrubio, núcleo de población que, administrativamente, se sitúa dentro del barrio madrileño de El Pardo.

En unos momentos en los que la democracia está razonablemente asentada entre la inmensa mayoría de los españoles, este acto, parece querer representar el cierre definitivo con el pasado reciente y poner punto final a un triste ciclo en el que se prohibían, entre otras cosas, las más elementales libertades. Sin embargo, paralelamente a la creciente valoración de la democracia como sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes, cuanto más pasa el tiempo, va surgiendo un significativo aumento de voces discrepantes, tanto de políticos, como entre la ciudadanía,  sobre la Transición española y sus efectos. Es decir, sobre la forma en la que se llevó a cabo el proceso de pasar de un régimen dictatorial a otro regido por la Constitución española de 1978, como Norma suprema del ordenamiento jurídico español, a la que están sujetos todos los poderes públicos y ciudadanos de España desde su entrada en vigor un, ya lejano, 29 de diciembre de 1978. Y es que, durante estos años, el sistema político nacido de la Constitución parece haber envejecido y sufrido una innegable erosión en su valoración.

En este contexto, sin duda, los acontecimientos de estos últimos años; especialmente el derivado de la crisis política entre el Estado y Cataluña, han desgastado, de alguna manera, la imagen global de nuestro sistema político y de la Corona, en Europa y otras partes del mundo occidental. De ahí que se pueda interpretar una cierta caída en la valoración que se hace de nuestra democracia entre los propios españoles y en el exterior. No obstante, desde mi punto de vista, lo que falla o se minusvalora entre los catalanes y el resto de españoles, no es el deterioro o ausencia de la democracia, en sí misma, en nuestro país; sino que lo que creo que se cuestiona es el funcionamiento del sistema democrático que, entiendo, responde a factores coyunturales del momento presente y que, sin duda, pesan en la mente de la ciudadanía a la hora de manifestar su grado de satisfacción con la Norma Constitucional en vigor. En todo caso, quizás la cuestión esté en que para una gran parte de la población española, nuestra Democracia, a causa de su relativa juventud, no está aún tan consolidad como las existentes en la mayoría de los países de la UE como Alemania, Holanda, Dinamarca etc.


La Mañana - 21.11.2019

Según la leyenda, en el palacio de El Pardo, residencia de Franco, la luz no se apagaba nunca. Sin embargo, hoy en día, la huella del dictador se ha ido diluyendo hasta desaparecer por completo, lo mismo que acaba de ocurrir con sus restos del Valle de los caídos, hace escasas fechas. En relación con esto, tras 44 años de la muerte del dictador, considero que el pasado franquista ha muerto y el traslado de sus restos lo ha enterrado para siempre; aunque queden algunos residuos que, seguramente, no el tiempo físico, sino el interior que cada uno de nosotros llevamos dentro, irá borrando.

Decía José Luis López Aranguren, el filósofo abulense, refiriéndose al franquismo, “que era necesario olvidar el pasado para vivir, ya que el franquismo anuló la conciencia colectiva y se la cedió al dictador”. A este respecto, como resultado directo del comportamiento de muchos curas, los ciudadanos han ido perdiendo la fe en Dios, me temo que a causa de los políticos mucha gente está perdiendo la fe en la democracia. Esperemos que el sol nos quite las telarañas del crepúsculo, recuperemos la conciencia  y retornen los amaneceres…

sábado, 9 de noviembre de 2019

Somo Emociones, amigo: Nihil magis, nihil minus!



En sentido amplio, un escritor es la persona que, en calidad de autor, escribe cualquier obra impresa en el soporte que sea. Y en sentido estricto, el término designa a los individuos que practican la escritura a un nivel profesional; es decir, que dedican su vida a ella. Pues bien, dicho esto y ciñéndome a las definiciones del vocablo, yo no soy escritor en el sentido preciso de la palabra, aunque haya personas que gastando su tiempo y su dinero, amablemente lean mis artículos. Escribo porque me gusta escribir y al hacerlo soy consciente de que detrás de las palabras se esconden y cruzan mis emociones, según el día y/o el momento.

“La gente se resiste a la idea, pero la vida es solo química”, nos decía no hace mucho en una entrevista en El País el eminente premio Nobel de Química, Roger Kornberg. Una química que es capaz de generar pensamientos, realizar reflexiones y razonar. Esto es o dicho de otra manera, establecer relación entre ideas o conceptos distintos para obtener conclusiones o formar un juicio que sea capaz de justificar una respuesta, una opinión, un hecho, etc., mediante determinados argumentos… Y, sin embargo, muchos de los razonamientos que hacemos diariamente, y a lo largo de nuestra vida, son erróneos. ¿Cuál es la causa?, creo que es muy simple, todos esas laboriosas y concienzudas cavilaciones, todos los procesos filosóficos que enjuiciamos y consideramos, todas las ideas que estudiamos, analizamos y valoramos pasan, inevitablemente, por el tamiz de nuestras emociones.

Llegados a este punto, la inevitable pregunta es ¿de dónde salen las emociones? Creo que nadie de la comunidad científica ha encontrado todavía la repuesta. Parece ser que nuestros pensamientos y emociones son un fenómeno neurológico; es decir, que dependen de una serie de relaciones electroquímicas complejas que se producen en el cerebro. Y, según la ciencia, todos y cada uno de nuestros impulsos, sin excepción, se generan de dicha manera. Unos pensamientos y unas emociones que se forman en nuestra mente; ese lugar mágico que habita en algún lugar de nuestro cerebro, pero que nadie sabe dónde está y ni siquiera qué es. De tal forma que, cuando escribo, lo que hace mi mente es desarrollar ideas que transforma en palabras; o sea, en unas unidades léxicas constituidas por unos sonidos o conjunto de tonos, voces y acentos articulados que tienen un significado fijo y una categoría gramatical según quién la escribe y, quizá a veces o con frecuencia, otro diferente, según quién las lee e interpreta. Pues bien, en ambos casos, las citadas palabras, frases o párrafos, están, reitero, atravesadas por las emociones que genera la mente de cada uno.

Para mí, escribir, es una forma de terapia que me ayuda a escapar de esa melancolía que es inherente a “mi condición humana” y que tantas veces impregna lo que redacto, trascribo, expreso y publico. En este sentido, afronto siempre el hecho de escribir como un acto de compromiso personal que uno genera en soledad y que reúne dos alegrías: hablar solo y hablarle a los posibles lectores. No obstante, escribir, como indico al principio, no es para mí una profesión, sino una afición que surgió en mi adolescencia. Concretamente cuando estudiaba el sexto curso de Bachillerato Superior en el instituto Abyla de Ceuta, en el que comencé a redactar mis primeros artículos en la revista Hacer que se editaba mensualmente. Pocos meses después empecé a cooperar , en una sección titulada “Página 3” , en el diario El Faro de Ceuta y, desde entonces, me di cuenta que al escribir un artículo, lo que hacía era, de alguna manera, posicionarme en una determinada actitud de estar en el mundo proyectando mis pensamientos. Y para que esos pensamientos, como acto de comunicación, pudiera transmitirlos como mensaje al receptor, utilizaba, obviamente, el canal de la escritura. Lo malo venía a continuación, porque, mis palabras, según el tema del que se tratase, podían ser analizadas por rayos X y traspasar y/o violentar al receptor. Y quizás por esta razón, cuando escribo, fundamentalmente, lo hago para mí, por el puro placer de ver plasmado en un texto la sociedad o el mundo que unas veces siento y otras imagino, sin pretender que ningún lector apruebe lo que digo y se muestre de acuerdo conmigo. O, en todo caso, a lo único que aspiro es a reivindicar algunas certezas que puedan animar a vivir y ayudar a los demás a mirar la sociedad y el mundo con otro prisma. Y es que aunque no lo queramos asumir, desde el consciente y el subconsciente, estamos dominados permanentemente por nuestro mundo emocional, ese juez implacable que rige y dirige nuestros pasos durante toda la vida.

Dice Jorge Bucay, el escritor y psicoterapeuta argentino que, “No somos responsables de las emociones, pero sí de lo que hacemos con las emociones”. En este sentido, convendría no olvidar, como decía anteriormente, que las pequeñas y grandes emociones son los capitanes de nuestras vidas y las obedecemos sin siquiera darnos cuenta. Y es que en realidad, entender el cerebro y la mente, la mente y el cerebro, es, sin duda, uno de los mayores retos que tiene planteados la ciencia actual. De momento, seguimos sin conocer ni comprender cómo el cerebro genera la mente y quien diga lo contrario es un ignorante o miente. De hecho, la neurociencia, solamente ha podido demostrar la llamada Hipótesis de Alcmeón de Crotona; es decir, que el cerebro es la sede de la mente y que en algún lugar concreto de dicho órgano es dónde reside la consciencia; pero seguimos sin saber en qué consiste la naturaleza humana. Tal vez…, no falte tanto para llegar a ello. No obstante, mientras tanto, deberíamos ser conocedores y consecuentes de que ¡somos emociones!, amigo lector. Nihil magis, nihil minus; esto es, ¡Nada más, ni nada menos…!


sábado, 2 de noviembre de 2019

¿Es España una verdadera Democracia?



Es indudable que, desde hace unos años, existe un problema político en la relación existente entre Cataluña y España. Y es incuestionable que, de alguna manera, por un mecanismo u otro de los contemplados en las Normas jurídicas del Estado, tendrá que solucionarse si queremos evitar que se enquiste aún más en el tiempo y llegue un momento en el que el desencuentro sea tan profundo que no admita más que una solución emocionalmente trágica para ambas partes.

En estos pasados días, las manifestaciones de rechazo a la Sentencia del “Procés” y, en consecuencia, a favor de la libertad de los presos encausados, han recorrido pacíficamente las principales ciudades de Cataluña. Unas manifestaciones que han culminado con unas “Marchas por la libertad", secundadas por más de medio millón personas procedentes de diferentes puntos y ciudades catalanas. Y que, en un clima pacífico y sin incidentes, confluyeron el sábado 19 en Barcelona, tres días después de iniciar su camino, para unirse a la Huelga General programada para paralizar el país.

Obviamente, no dejo al margen, al grupo de radicales que, una vez finalizadas las reiteradas manifestaciones pacíficas, se han dedicado a sembrar el caos. Y han producido actos vandálicos contra el mobiliario urbano en todas las principales ciudades catalanes y muy especialmente en Barcelona. Y esto ha sido una novedad; pues no había ocurrido nunca en nueve años de protestas. Han sido hechos espectaculares, escandalosos y muy mediáticos; pero minoritarios. Noches de barricadas provocadas por gente muy joven, estudiantes y millennials, enfrentándose a la policía con tácticas muy bien diseñadas de guerrilla urbana, que todos debemos condenar con contundencia.

También, durante todos estos días, miembros del Gobierno de la Generalitat, políticos de diversos partidos políticos, la mayoría de los medios de comunicación social audiovisuales de Cataluña, una gran parte de la prensa catalana, algunos otros medios del resto de Estado y los “mass media” catalanes, como vehículos de expresión y creadores de opinión pública, han cuestionado he insistido, en mayor o menor medida, en resaltar que España no es, como Estado, una Democracia homologable a las del resto de Europa. Obviamente, no seré yo quien afirme o niegue semejante disyuntiva.

En este contexto, con la finalidad de intentar aclarar la cuestión, conviene, en primer lugar, definir el concepto de “Democracia”. Las definiciones son variadas. Según la RAE, es la forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos. En su segunda acepción nos dice que es la Doctrina política según la cual la soberanía reside en el pueblo, que ejerce el poder directamente o por medio de representantes. En el Diccionario Jurídico se la define como la Doctrina política en favor del sistema de gobierno en que el pueblo ejerce la soberanía mediante la elección libre de sus dirigentes. Y, en sentido estricto de UE, la Democracia es una forma de organización del Estado en la cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta que confieren legitimidad a sus representantes.

Dicho esto, es relevante y admite también exponerlo con claridad, que la organización no gubernamental con sede en Washington, Freedom House, que se describe como “una voz clara para la democracia y libertad por el mundo.”, en su informe Freedom in the World, otorga a España una puntuación de 94 sobre 100. Otra organización como Varieties of Democracy, compuesta por un equipo de 30 científicos sociales de todos los continentes y cuyo propósito es producir indicadores sobre las democracias a nivel mundial, en su Liberal Democracy Index puntúa a España con 0,74 sobre 1. Por su parte, The Economist que, como es sabido, es una publicación inglesa que aborda la actualidad de las relaciones internacionales y de la economía desde un marco global, considera y evalúa a España en su sección Countries and Regions, como “full democracy” y la sitúa en la posición 19, con una puntuación de 8,08 sobre 10.

Citado lo expuesto en el párrafo precedente y con el objetivo de aportar algo más de luz a la cuestión que nos ocupa, me parece importante mencionar algunos datos que pueden servir de análisis comparativo con otras democracias europeas de nuestro entorno fuertemente asentadas. Y son los siguientes: Que el demócrata Reino Unido, suspendió cuatro veces la Autonomía del Ulster. La primera vez en febrero de 2000, durante tres meses, por el entonces ministro Peter Mandelson. Y por cuarta y última vez, en octubre de 2002 y hasta el 2007, siendo Primer Ministro Tony Blair. Que  tras la Guerra de la Independencia Irlandesa, que se libró entre 1919 y 1922, El Reino Unido ocupó el Ulster y se negó a cederlo a Irlanda basándose en la mayoría protestante de sus habitantes. Que se critica y, quizás, con razón, que no existe una verdadera independencia entre el Poder Judicial y el Poder Político, ya que El Consejo General del Poder Judicial , compuesto por 20 miembros, llamados vocales, son elegidos por las Cortes Generales (Congreso y Senado) y nombrados por el Rey, entre jueces y juristas de reconocida competencia; ues bien, en Alemania, una “Verdadera Democracia”, los Jueces, son elegidos a dedo por los partidos políticos, que se los reparten. Que siguiendo con Alemania, es bueno aclarar que, El Tribunal Constitucional de dicho país, en el 2017, negó a Baviera un referéndum independentista. El dictamen judicial advirtió de que la Ley Fundamental Alemana impide a los “Lländers” separarse de Alemania. Que Holanda, el pasado año, suspendió la Autonomía de isla de Curazao que quería independizarse y la decisión, tomada por el gobierno del primer ministro, se apoyó en los artículos 43 y 51 del Estatuto holandés, que facultan al Ejecutivo central con la competencia de disolver Parlamentos regionales y convocar elecciones. Que en la democrática y avanzada Monarquía Belga, El Rey nombra a los Jueces y también nombra y revoca los nombramientos de los fiscales ante los órganos correspondientes. Que en Francia la única lengua oficial es el francés, ninguna lengua regional es co-oficial. Que solo hay 3 países de los 193 reconocidos por la ONU que contemplan en su Constitución la secesión y son: Liechtenstein, Etiopía y el Estado Federal insular caribeño, denominado San Cristóbal y Nieves. Que la Carta Magna de las dos Repúblicas españolas proclamaban claramente la indivisibilidad de España. Que Alemania, Francia y Portugal, entre otros países, o no permiten en sus Constituciones los partidos regionalistas, o si los permiten es únicamente mientras no amenacen la unidad nacional. Que Francia imposibilita poder modificar la Constitución, ni por mayoría ni por nada, para permitir una secesión. Que siendo Alemania un sistema federal, concede menos competencias a sus correspondientes Länders que España a las Autonomías. Que Italia es indivisible, y se quitará del cargo a todo Presidente Regional que realice actos contrarios a la Constitución.

Estos anteriores ejemplos que he puesto, para muchos lectores, probablemente, serán objeto de polémica. Y es que en el día a día, pasamos gran parte de nuestro tiempo discutiendo. Intentando, mediante la palabra y acciones, convencer a los demás de nuestra verdad. Es la realidad de nuestra vida cotidiana. En este sentido, consideramos que el problema es el desacuerdo, la discrepancia, y, en cambio, el conflicto es vida, es una dialéctica sobre distintas y opuestas maneras y actitudes de ver la realidad e intentar influenciarla.

Como nos dejó dicho Winston Churchill: “La democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás”. Así pues, aunque conseguir un pensamiento libre en la sociedad actual es difícil, porque la democracia está pervertida y secuestrada por el capitalismo más salvaje, espero que cada uno pueda juzgar, según su libre opinión, si España es o no una verdadera democracia.