jueves, 29 de octubre de 2020

Fake news, el poder de la mentira.

 

La mentira ha sido siempre un instrumento de la diplomacia y de la política. Maquiavelo, en su Príncipe, la teorizó abundantemente. En dicha obra, el autor llena de prevenciones al gobernante contra la buena fe y la franqueza, le recomienda comportarse con astucia y disimulo, le asesora en cuanto a la conveniencia de hacer promesas a fin de ganarse el corazón de los hombres y le avisa de la necesidad de faltar a la palabra dada cuando la ocasión lo requiriese.

En el pasado y en el presente, el uso político de la mentira ha buscado y busca unos objetivos meridianamente claros: conseguir el poder, retenerlo y aumentarlo. Y tenía y tiene unos destinatarios definidos: los rivales, los enemigos y, sobre todo, el engaño al pueblo.

Pero… vayamos por partes. El papel político de los súbditos, reducido, antes y ahora, a ser meros comparsas de los poderes públicos, ha hecho y sigue haciendo necesaria la mentira para ganarse su favor y su fervor. Antiguamente, cara al pueblo, los reyes, príncipes, duques marqueses y otros “prohombres feudales” sólo tenían que parecer honrados, sin que les fuera necesario serlo; ya que, en la medida de lo posible, debían evitar ser despreciados y odiados. No obstante, y en todo caso, debían ser temidos, para lo cual bastaban las armas. Esto permitía que la diplomacia y el ejercicio del poder tradicionales hicieran un uso meramente instrumental de la mentira; puesto que no se pretendía engañar a todos, sólo a los adversarios. Por ello, las mentiras se referían a secretos de Estado auténticos que aspiraban a durar más allá del tiempo que las hacían necesarias. No obstante, esas mentiras, no alteraban sustancialmente el contexto en el que eran dichas. Si se me permite una metáfora, diré que sólo hacían un agujero en el tejido social de la realidad, fácilmente identificable a posteriori si se observaban las incongruencias entre ellas y los hechos en los que estaban enmarcadas.

La Mañana 29.10.2020
Por el contrario, en la época contemporánea, y sobre todo en la más inmediata actualidad del mundo occidental, en general, y de nuestro país, en particular, hemos asistido a grandes cambios en la orientación, la intención y el alcance de la mentira política; a la que se ha unido fervientemente la económica. Desde comienzos del siglo pasado las mentiras ya no tienen sólo por destinatario a los gobiernos competidores, en una determinada área, de otros posibles países, sino, fundamentalmente, los habitantes del propio. Además, ya no se miente sólo sobre lo oculto, sino también acerca de lo manifiesto, sobre aspectos que algunos hemos vivido y/o conocemos.

Y es que, hoy en día, la mentira política, al igual que la económica, ha llegado a su mayoría de edad; ha crecido, se ha hecho universal y tiene aspiraciones de permanencia. De hecho, las fake news o noticias falsas y la propaganda, en el sentido más despreciable de la palabra, se ha convertido en la forma de actuar, informar y manipular. Y para ello, todo está permitido, insultar, ofender, difamar, agredir, mentir... Y, como ejemplo, basta citar la guerra abierta entre Twitter y Trump por las fake news. En este sentido, el modo principal que utilizan algunos dirigentes políticos, como el citado anteriormente, es el de intentar despertar los más bajos instintos de la gente, para así hacerles perder su capacidad de razonar objetivamente. Y para ello, lo mejor es buscar, crear o hacer imaginar enemigos que nos amenazan y contra los que hay que luchar hasta exterminarlos.

Leer, ahora, la claustrofóbica fábula del totalitarismo de George Orwell 1984, produce impacto. No solamente a causa de su inquietante trama, sino, sobre todo, porque reconocemos lo que describe como si se tratara de nuestra propia época. Y es que, tengo la sensación, de que 1984 no va a venir, puesto que ya está aquí. Y, además, ha llegado de una manera mucho más avanzada de la que nos podíamos imaginar en la peor de nuestras pesadillas.

En este marco, la mentira, las fake news, la desinformación y los Big Data, hacen un maridaje perfecto, se hermanan, organizan y acoplan muy bien entre sí, para maniobrar y maquinar las estrategias y conspiraciones necesarias a sus intereses. En relación con todo ello, les aconsejo que lean el libro Mindf*ck de Chirtopher Wylie. Una historia lanzada por la empresa de consultoría Cambridge Analytica, en la que nos alerta sobre la extracción de datos y la manipulación psicológica acontecida detrás de hechos históricos de gran dimensión, como han sido la elección de Donald Trump o el referéndum del Brexit. Después de leerlo, seguramente, se darán cuenta que algunos personajes como Steve Bannon, a través de oscuras operaciones digitales, influyen en nuestras decisiones políticas, a la hora de depositar nuestros votos, cuando convergen interesados y despreciables intereses de todo tipo, manejados para desmontar democracias; pues, saben más de nosotros que nosotros mismos y pueden manipularnos a todos. Y digo bien, a todos, cómo y cuándo les apetezca…

 

lunes, 5 de octubre de 2020

Finalizó el verano, la pandemia sigue y lo peor está todavía por llegar…

 Está siendo un año atípico. Uno de esos que no deseo recordar. El más extraño, por desconocido, de todos los que hasta ahora he vivido por la omnipresente angustia de la COVID19 que nos rompió el final del invierno y nos robó la primavera que apenas hemos compartido. Pero, además, el virus nos ha desnudado. La desigual actitud y toma de decisiones de nuestros representantes políticos entre algunos barrios de la ciudad, el trato otorgado a los temporeros de la fruta por parte de algunos empresarios y municipios, la inhibición de las Administraciones Públicas ante los numerosos casos de la COVID19 en las residencias de mayores que han venido sufriendo y sufren un número de contagios insoportable, nos han sacado las vergüenzas como sociedad. Y es que la pandemia se ha transfigurado en un unificador experto en juntar, bajo la misma pancarta, a diversos colectivos abducidos por falsos pseudocientíficos, algunos antisistemas y variados grupos reaccionarios de extrema derecha que niegan y reniegan su existencia.

 En este contexto, sospecho que para muchos conciudadanos, la reclusión suscitada por la proclamación del Estado de Alarma del Gobierno, la consideraron al comienzo como unas adicionales vacaciones; pero ese benefactor ensueño se desvaneció inmediatamente. La perplejidad que nos ocasionó la llegada de un virus tan insólito e inexplicable, el temor, el preceptivo e irremediable encierro, la soledad, la extrañeza al ver las calles semidesiertas y casi en obligado silencio, la atrevida y expuesta aventura de ir a la compra, fueron socavando nuestro ánimo, paso a paso, con el inexorable transcurrir del tiempo .A cada segundo le sucedía otro y otro y así sucesivamente e igualmente acontecía con cada noticia que nos informaba sobre el avance del virus sin que nadie pudiera ponerle un freno. Tanto nos estaba quebrantando la COVID-19 nuestra capacidad de sentir y comprender emociones que nos iba dejando los afectos tan delgados y endebles, como un papel de fumar. Daba la sensación que ese forzado confinamiento no se iba a terminar nunca y, cuando concluyó, aquel ya lejano 21 de junio, tras 98 días de encierro, la “nueva normalidad” se nos hizo casi más rara que nueva; ya que, a pesar de que nos fueron retornando algunas pequeñas alegrías del pasado, éstas se nos fueron proporcionando con cuentagotas.


 Llegó el verano, y como otros tantos años, nos fuimos a la playa de l’Ardiaca en el Baix Camp. En esta ocasión, casi huyendo de la decisión del Govern de confinar perimetralmente toda la comarca de El Segrià, ante el crecimiento de casos de coronavirus por los diferentes brotes activos en la zona. Y allí, en ese atractivo, misterioso y mágico mar Mediterráneo, con muchos menos veraneantes de lo habitual, entre baño y baño, los paseos por la playa con un mar tranquilo y transparente en el que las pequeñas olas de la orilla se movían incesantemente formando al romper unas pequeñas espumas de nácar, alguna socorrida paella en el chiringuito de la zona, la casi obligada  siesta, la lectura de la prensa y alguna novela y los majestuosos atardeceres de una espectacular belleza reflejando sus efímeros colores en el Montsiá, fue transcurriendo apaciblemente la canícula de julio.

 Sobrevino agosto, y cuando pensaba que todo lo peor del año había pasado, ya que había sido sometido a una operación cardíaca el día de Sant Jordi; de pronto, casi a mediados de mes, me vi nuevamente postergado en la cama de una clínica durante unos días que se me hicieron eternos, a causa de un cólico nefrítico. Finalmente, me dieron el alta y la primera noche que pude regresar a casa, ver a mi mujer y cenar con ella, fue como si hubiera ganado un gran premio.

 Al día siguiente, aunque estaba todavía muy cansado, comencé a reanudar mi vida habitual. Algunos amigos, con las preceptivas mascarillas tapándoles la cara, vinieron a saludarme. La vivencia fue curiosa; puesto que, más allá de la satisfacción y desenfado de las conversaciones, retendré siempre en mi memoria el desconcierto, la duda y hasta el desasosiego, de no saber muy bien qué hacer con los brazos que se detenían a medio camino, con las caras que se acercaban y se paraban en seco sin tocarnos y con unos cuerpos separados y restringidos para poder expresar los afectos y ternuras de la amistad que no pueden decirse con palabras. El recuerdo del tormentoso sufrimiento de los días del cólico, se transformó de repente en casi nada, y ya no me dolía, porque algunos de mis seres queridos se encontraban delante de mí, porque los estaba contemplando y atendiendo, porque podía conversar con ellos y les sentía reír y percibir su alegría por mi regreso. Mi corazón palpitaba con fuerza dentro de mi pecho y la sangre, desbocada, corría por mis venas retumbando en mis sienes. El aire era suave, tibio y yo me sentía feliz…No obstante, qué difícil me ha sido y continúa siendo, echar a volar de nuevo con una pandemia que nos corta las alas, provocando que cada día estemos más alejados de todos y de nosotros mismos.

Vivíamos felices, hasta que un inteligible virus nos hizo percibir y comprender que la vida de nuestra especie, es un suceso contingente. Una especie de acontecimiento bioquímico sin sentido en la historia de este planeta y que si mañana desapareciéramos de la faz de la tierra, muy probablemente, todos los animales, árboles y plantas efectuarían una gran fiesta. Quizás somos culpables de todo cuanto nos acontece. Y la ruina de nuestro país comienza a notarse de manera acelerada. Sobre todo, cuando vemos que nuestras calles, incluso las más céntricas y comerciales, devienen en una sucesión de comercios de todo tipo con las persianas bajadas o en liquidación de existencias. Y es que, inevitablemente, tras la curva de la pandemia llega la de los cierres. El dolor no es solo por el ahora, sino por el cataclismo económico y social que se avecina.

Finalizó el verano, la pandemia sigue. Y lo peor está todavía por llegar…