viernes, 20 de enero de 2023

La mentira, una falacia convertida en realidad

 

Algunos investigadores que trabajan en el campo de la Psicología Experimental sugieren que somos una especie intrínsecamente mentirosa, al considerar que la mentira es una entidad inherente a la condición humana debido a la posible existencia de algún elemento innato o biológico que nos hace susceptibles al engaño. En contraposición, otros analistas de la Psicología Clínica destacan el origen adquirido de la conducta mentirosa. Sea como fuere, la realidad nos muestra que en la inmensa mayoría de nosotros, el uso de la mentira forma parte de los hábitos que ponemos en práctica en la vida diaria dentro de un contexto de convivencia, social o interpersonal. A este respecto, un estudio realizado en la Universidad de Massachusetts (EE.UU.) en el 2002 estimó que el 60% de las personas adultas mienten al menos una vez durante una conversación de diez minutos. Obviamente, ante este comportamiento, la pregunta que surge es ¿por qué mentimos? La respuesta es simple y múltiple: a fin de evitar conflictos o castigos, no herir los sentimientos de otra persona o preocuparla innecesariamente, no realizar o posponer una actividad no apetecible; así como la necesidad de dar una buena imagen, agradar o no ofender a los demás, son los motivos más habituales que llevan a mentir e incluso llegan a considerarse pretextos y justificaciones razonables para usar la mentira como una mera cuestión adaptativa.

 La Mañana 20.01.2023

 

Así pues, la mentira está ligada de una manera u otra a los individuos de nuestra especie. Forma parte de nuestras vidas, pues engañar nos permite conseguir lo que queremos mediante la manipulación y la explotación de otros individuos, ya que, en general, mentimos para obtener algún beneficio: poder, estatus, dinero, sexo… Y es inherente a cualquier actividad humana. Platón, en La República, que es su más influyente obra y compendio de su filosofía, argumenta que pese a que la verdad deba ser valorada sobre todas las cosas, la mentira puede ser eficiente en la política para salvaguardar la autoridad y la justicia del Estado en manos de los gobernantes. En el Renacimiento, Maquiavelo, en su tratado El Príncipe, la teorizó abundantemente. Y en el pasado reciente siglo XX, se adjudica a Joseph Goebbels la expresión “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. No hay evidencia certera de que haya sido su autor, pero sí es una buena síntesis de lo que este propagandista nazi hizo durante la Segunda Guerra Mundial. Tan exitosa resultó la labor de Goebbels que bien puede decirse que sus mecanismos han sido copiados reiterativamente por muchos líderes políticos del mundo. Y sectores poderosos de grandes corporaciones multinacionales e influyentes medios de comunicación, siguen valiéndose de manera consciente de la mentira como medio para falsear la verdad de sus productos, manipular las mentes de las personas sobre las que quieren influir y lograr así que acepten lo inaceptable y secunden planes que les permitan obtener grandes beneficios económicos y de otra naturaleza a unos pocos.

 

Actualmente, en España, indicar que los políticos mienten es casi una obviedad, lo comprobamos casi diariamente en los debates del Parlamento del Estado. No son pocos los líderes de todo tipo de partidos e ideologías, aunque unos más que otros, que han sido pillados en las hemerotecas diciendo algo que falsearon y nunca cumplieron: antes y después de ser elegidos por el electorado. No cito ningún hecho ni ejemplo, pues no hay mayor mentira que la verdad mal entendida; así que cada uno piense en aquellos que considere ser ciertos. Y es que sobre las mentiras se han construido regímenes autoritarios y democráticos, se ha modificado la imagen que los pueblos tenían de sí mismos y de los demás, se ha orientado la acción política y militar de los Estados y se han sembrado dudas sobre la falibilidad de los resultados electorales, sin ninguna prueba, como ocurrió en los EE.UU hace un par de años y en estos pasados días en Brasil. Es decir, la mentira siempre ha sido un arma poderosa y tal vez por ello, ahora, en nuestro país, en este recién comenzado año, los partidos políticos, cada uno según su particular ética ideológica, están afanados en colocar las bases necesarias para ganar las venideras elecciones legislativas municipales y autonómicas de la primavera y las posteriores generales, con la utilización de la mentira, la tan efectiva falacia de la verdad a medias y/o algunas escasas verdades. Y es que la mentira política, al igual que la económica, ha llegado a su mayoría de edad: ha crecido, se ha hecho universal y, cada vez más, tiene aspiraciones de permanencia. Desde mi punto de vista, la diferencia más significativa respecto a otras anteriores mentiras históricas, es que las de ahora sustituyen la realidad entera por una imagen falsa y a veces delirante. Y sin embargo, debido a que a menudo responden a los miedos, los deseos y los prejuicios de los ciudadanos, tienen una gran verosimilitud y muchas veces terminan convertidas en materia de los libros de historia, esos gruesos volúmenes de apologética de los poderes donde se recogen las mentiras más significativas inventadas por los humanos.

 

Con todo, quiero pensar y no perder la esperanza de que la verdad y los hechos reales sean obstinados, se esfuercen por continuar existiendo a pesar de las imágenes falsas que tejen los oficiantes del poder y su cohorte de prósperos empresarios y gerentes de multinacionales del petróleo, de la fabricación de armas y/o de especuladores y banqueros. Me enseñaron de pequeño que, al final, las mentiras, incluso las mejor tramadas, tienen una esperanza de vida incierta y terminan reventando por la presión de la realidad. Pero, me temo lo peor, pues el pueblo, a pesar del transcurso de los siglos, considero que sigue siendo ingenuo y en cuanto alguien se le dirige en una lengua concreta y le habla de una patria envuelto en un determinado trapo, se lo cree todo.