martes, 19 de marzo de 2019

Tempus fugit



Nos es muy frecuente escribir sobre sensaciones, aunque la vida sea casi un sinfín de sobresaltos, impresiones y emociones. Digo esto porque, desde que he comenzado el año, no sé qué me sucede con el tiempo que se me otorga cada día, pero es como si un duende me lo robara. El caso es que no paro en toda la jornada y, sin embargo, cuando llega el momento de echarme en brazos de Morfeo, tengo la sensación de que no he hecho todo aquello que me debería proporcionar más satisfacción: leer, escribir, ir al cine, asistir a alguna conferencia, visitar una exposición, acudir a un concierto o personarme en el teatro, cuando alguna obra aterriza en la ciudad, y realizar las actividades físicas diarias propias de un jubilado. Y es que, ahora, a tanto ya no llego.

Quizá sea porque, a partir de una determinada edad, la percepción del tiempo nos cambia según las actividades que realicemos. O bien porque, al estar en un momento de mudanza de ciclo, miro con añoranza aquello que he vivido y, por eso, me quejo de que el tiempo se encoge y las cosas no sean tal como fueron. Sea lo que sea, y a pesar de ser consciente de que el mundo evoluciona, todavía sigo creyendo que hay hechos que no deberían cambiar nunca: la honradez en el desempeño del trabajo, la consideración que debemos a los demás, el escrupuloso sentido de la ética, la solidaridad etc. Seguramente todo eso sigue existiendo, pero se revisten con otras formas a como las he vivido y…, entonces, me ocurre como con el tiempo, que se me escapan o yo no las veo. Intento entenderlo, pero mis parámetros son diferentes y esto, probablemente, me condiciona a la hora de analizar correctamente la situación actual de la sociedad, de la cultura y de nuestra propia civilización en esta etapa, en este proceso y en este momento. Y, en consecuencia, llego a una conclusión que entiendo que, tal vez, es incorrecta: todo es una fantástica engañifa. Y en esta mentira y enredo incluyo hasta la propia existencia; pues, la vida, casi sin darme cuenta, se me va convirtiendo en la ficción de una realidad que ya no existe. Y es que se da la paradoja de que la vida, a la vez, lo es todo y no es nada. Quizá, porque nuestra imaginación nos agranda tanto el tiempo que hacemos de la eternidad una nada, y de la nada una eternidad. O, tal vez, porque esa eternidad definida como una perpetuidad sin principio, sucesión, ni fin, sea la que Aristóteles definía como “el tiempo que perdura siempre".


Y opino esto porque, teniendo los años que tengo, vivo entre el fuego cruzado de una generación que deja de saber todo sobre un mundo que ya no abarca ni entiende totalmente y otra, que empieza a estar al corriente sobre una sociedad cuyo espacio, del todo, aún no comprende. Y es que, con tanto y rapidísimo avance tecnológico, llegar a cierta edad no es nada fácil.
La Mañana 19.03.2019
Posiblemente porque el mundo que me rodea y yo tememos que el tiempo se acelere, pase corriendo, y que mi vida se vaya con él.
Indico esto, porque entre que nos conformamos con lo que hacemos y se supone que es lo que tenemos que hacer y que dejamos que el transcurso del tiempo ponga todo en su lugar, se nos escapa la existencia. No obstante, sospecho que los caminos que llegan a esta conclusión son particulares y cada uno los transita a su manera. En todo caso cabría preguntarse: ¿Cuál sería la vida que, con sus circunstancias, realmente tendría sentido para mí, para ti, para cada uno en esta etapa, en este tiempo? Si lo descubres, amigo lector, a trazar caminos, ya que el tiempo hay que aprovecharlo, pues es lo único que no tenemos.

Con relativa frecuencia, me gusta irme al pasado porque me permite ver mejor el presente. Es la mejor manera con la que he conseguido entender que cada día que pasa no es no es un día más, sino un día menos. De este modo y con esta actitud logro valorar mejor lo que realmente importa. Y darme cuenta de que he llegado a una edad en la que escoger bien el propio tiempo, es ganar tiempo; porque luego, para nada tendré un minuto, ni un segundo, ni un momento...El tiempo no es sino el espacio que hay entre nuestros recuerdos y el mañana es sólo un adverbio de tiempo. ¡Quién pudiera vivir en ese universo espejo, del que nos hablan algunos científicos, en el que el tiempo fluye hacia atrás…!

Quién sabe si aún estoy a tiempo de pensar el tiempo. Ese tiempo que acaso cabría definir como un espejo móvil de la eternidad. A lo mejor, yo veo el tiempo como lo veo porque desde pequeño me enseñaron a callar, para dejar hablar al tiempo. Silencio. Tempus fugit

viernes, 8 de marzo de 2019

¡Mujeres! Es vuestro momento, sois el futuro.


Hablemos hoy, 8 de marzo, de cosas importantes. Hablemos del Día Internacional de la Mujer, esa fecha establecida por la ONU en 1975 en honor de aquellas 122 mártires que, luchando por la igualdad, fueron quemadas dentro de la propia fábrica donde trabajaban. Corría el año 1911. Pero, retrocedamos más atrás. Volvamos al pasado más remoto. Hasta ese lugar de África en el que, los bosquimanos del sur, un pueblo hablante de lenguaje clic, ese chasquido consonántico cuyos sonidos suenan como besos y estallidos de cansancio, resultan ser nuestros más antiguos ancestros. Toda la humanidad actual de nuestra especie homo sapiens somos, en línea directa, sus herederos directos. Pues bien, admitidos estos hechos, me pregunto: ¿Cómo sería hoy la vida en el mundo, en Europa, en España, sin esas mujeres de la etnia San, que habitaron hace miles de años las tierras del África austral, crearon sociedades y escribieron la historia? Sin duda, ellas fueron las que consiguieron, con una inimaginable fortaleza e inteligencia, que nuestra especie y nuestras sociedades hayamos ido evolucionando hasta llegar a este siglo XXI. Y, sin embargo, nuestra historia evolutiva y social ha estado monopolizada por un considerable androcentrismo. Es decir, identificado lo masculino con lo humano, en general, e ignorando el papel clave que ha jugado la mujer en el citado avance como especie y en el progreso social de cada comunidad. De hecho, no fue hasta el año 1791, fecha en la que la escritora francesa Olympe de Gouges redactó la Declaración de los “Derechos de la Mujer y de la Ciudadana”, cuando se reconocieron los derechos de las mujeres. Ya que, la “Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano”, proclamados por la Revolución Francesa, no amparaba a la mitad de la humanidad; esto es, a las mujeres.Y es que la desigualdad entre hombres y mujeres no es nada nuevo. Como tampoco lo es la lucha contra esta desigualdad.
La Mañana 8 de marzo de 2019

La historia humana del hombre, comúnmente, ha sido y ha ido caminando hacia la elaboración del concepto de la libertad. Mientras que la historia de la mujer ha transitado en un continuo proceso de su reivindicación libertaria del yugo del hombre. Por eso, la libertad, la justicia y la igualdad no son, en sí mismos, derechos de las mujeres, sino conquistas universales que se han logrado sobre los poderes dominantes. Y es que, lo que no se conquista, nunca será un derecho, sino un deseo.
Desde entonces hasta hoy, las mujeres, han ido, con infinita paciencia, escribiendo su historia y conquistando sus legítimos derechos. Unos derechos humanos que se les había negado, a veces, con violencia y en otras, llegando incluso al asesinato. Una lacra social que les hace víctimas de la violencia machista: “el terrorismo de género”. Un delito que aún no está tipificado, ni recogido en el Código Penal. Tal vez, debido a que, la violencia de género, se percibe todavía en nuestra sociedad como un “asunto de mujeres”. Y, éste, es un gran problema porque, aceptada esta situación, deberíamos ser sensatos y cautos para sujetar los desaforados entusiasmos de quienes piensan que cualquier escenario y  difícil realidad se soluciona a base de decretos y leyes. Sobre todo porque si olvidamos la prudencia nos podemos encontrar, en lugar de la aceptación y la asunción buscada, en un rechazo hacia las disposiciones y, por extensión, en una verdadera hostilidad hacia quien la norma pretende defender.

Por todo ello, hoy, 8 de marzo, Día Internacional de la mujer, por un instante, cambiemos algo del pasado. Dejemos que el pensamiento nos acaricie, fascine y absorba en lo preciso y renunciemos a lo establecido sin inquietud ni recelo, para que la igualdad entre hombres y mujeres se fije en el armazón de nuestro ser y nuestra mente. Pues, todo lo que rodea, involucra o cubre a un suceso, casualidad o momento vital, es lo que diferencia, especialmente, a cada uno de nuestros principios y razonamientos.
La igualdad debe ser un componente central en nuestra actual sociedad. De modo que hoy, más que nunca, mujeres, alzad la bandera de la igualdad y batallad por vuestros derechos, contáis con mi leal y humilde colaboración. “No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedan imponer a la libertad de mi mente”. Nos dejó escrito Virginia Woolf, feminista y escritora nacida en 1882. ¡Háganle caso!