jueves, 17 de febrero de 2022

Las palabras, esas herramientas del lenguaje.

 

La función y tarea de las palabras es compleja, su filosofía parece sencilla: yo hablo, tú me entiendes. Pero no acaba aquí todo, pues a través de ellas se crean pensamientos con los que se mueve el mundo. Y es que las palabras son esas construcciones del lenguaje con las que ocultamos, en vez de revelar, lo que de verdad somos y, con ellas, iluminamos una parte de la realidad que expresamos, dejando otras en penumbra. En este sentido, si consideramos las palabras como herramientas, nos topamos con las palabras de enunciado performativo, es decir, aquellas que implican la realización simultánea por el hablante de la acción evocada y que sirven como utensilio para dar órdenes o consejos. Las palabras sofísticas, que son las que utilizamos como un instrumento que apuntan a la seducción o la persuasión. Las palabras argumentativas o incluso demostrativas, que sirven como aparejo de la verdad. Las palabras de ficción, las que imaginan, las poéticas, las literarias… Pero en el casi inagotable mundo de las palabras, también existen las que empleamos como utensilio arrojadizo, como lo es la palabra dardo. Y, asimismo, existen las que hieren, las que acuchillan, las bífidas, las viperinas… Sin olvidar las que curan, las que consuelan, cicatrizan o las heterónimas, esas que tienen proximidad semántica con otras pero diferente etimología. Y hasta hay palabras, como nos dice nuestro romancero, que no tienen alcabala; o sea, que son cosa hueca si con obras no se llenan. Tal vez por eso hay palabras que son de pluma, y existen obras que son de plomo.

La Mañana 17.02.2022

 

Con todo, no se agotan aquí las herramientas de las palabras, sino que en este fascinante y misterioso universo creativo de los términos, voces y locuciones, es necesario también tener presente la actual moda del “no-lenguaje”, de los nuevos significados, de los nuevos vocablos y de las jergas empleadas por los jóvenes y menos jóvenes para unir o abreviar palabras; lo que contribuye a modificar, efectivamente, el significado inicial de muchas de ellas. Y en este atractivo y deslumbrante ámbito existen también algunas que considero deberíamos apartarlas de nuestro vocabulario, ya que obstaculizan la capacidad de pensar; son esas palabras que están hechas para funcionar como balas, pues suenan y golpean como fulminantes explosivos y están preparadas para matar la inteligencia del hablante y, en ocasiones, también del oyente. Ya que hay individuos que utilizan esa herramienta de tal manera, que convierten la palabra y el lenguaje en una especie de logorrea, ese trastorno de la comunicación, a veces clasificado como enfermedad mental, que sirve para alimentar algunas ideologías y determinados delirios. Y así y de esta manera, no se hace necesario pensar cuando se habla, sino que simplemente se emplean las verborreas aprendidas para regurgitar los contenidos de los biberones ingurgitados sobre los destinatarios, como hacen algunos políticos en el Parlamento y/o cuando están inmersos en una campaña electoral. En este contexto, demolidas y aniquiladas por las palabras las columnas del templo de la razón y de la fe de sus señorías, las frases, mensajes, soflamas y discursos que utilizan alcanzan en sí mismas, una densidad de masticación, a pesar de que el estilo lo transforman a cada instante según la materia que están contando. A este respecto, dejo a usted, amigo lector, la libertad de que ponga nombres y apellidos, según le cuadre.

 

Y, entre algunas cosas más de las palabras, no quiero concluir sin entrar en las tan contemporáneas y bien llamadas Redes Sociales. Unas “redes” en las que las palabras quedan siempre o las más de las veces, atrapadas… Y de las que alguien, algún día, tendría que decir todo de ellas y de todas mucho, analizando seriamente sus ventajas, contingencias, exposiciones y peligros, como son los abundantes cretinismos que nos llegan como fake news y que se difunden a través de algunas de ellas de forma simplificada.

 

Finalizo indicando que, si conceptuamos el hecho de que la vida es una quimera o sueño, también podemos igualmente pensar que ha sido, a través de la facultad del Homo Sapiens de crear ficciones colectivas de generación en generación, lo que nos ha permitido estructurar vivencias para convertirnos en amos y señores del planeta. Y todo ello, con palabras, solo palabras... Unas virtualidades, mitos o realidades imaginadas, convertidas en creencias compartidas a través de mensajes y discursos, y que han sido y son los arquetipos que han unificado a nuestra especie desde la primigenia tribu, hasta nuestras actuales ficciones colectivas de la ONU, la OMS, la OTAN, el FMI, los Derechos Humanos…; cuando la única y verdadera realidad nos enseña y está concentrada en el “dinero y el poder” o en el poder del dinero con el que el capitalismo de siempre y el actual salvaje capitalismo financiero doblegan a las organizaciones internacionales existentes, instituciones públicas y a los propios Estados, como estamos viviendo y padeciendo. Y es que las esencias y sucesos de la vida, a través de las palabras, esas herramientas del lenguaje, no las vemos ni sentimos como son, sino como somos. El resto es historia…