jueves, 1 de septiembre de 2022

Agosto se agosta, fin de vacaciones.

Con los termómetros de toda España al rojo vivo, la única manera posible de aguantar el insoportable calor padecido este verano era permaneciendo frente a un aire acondicionado o siguiendo rítmicamente el compás de un ventilador mientras se aproximaban las ansiadas vacaciones. Tal vez por ello, cuando llegó el esperado mes de agosto una larga veintena de millones de españoles salieron de estampida de sus casas y se tiraron de cabeza hacia las playas del litoral Mediterráneo con el único objetivo de combatir la infernal canícula en la orilla del mar. Y lo han hecho con un ímpetu tan salvaje que la mayoría de los hoteles, apartamentos y campings han colgado el letrero de completo.

 

Unos cuantos de ellos iniciaron el viaje en pos de unas noches sin mañana, otros muchos en busca de un cuidado personal de cuerpo y mente y la mayoría simplemente, solos o acompañados, yendo al encuentro del merecido descanso. Y es que tras dos años de restricciones por la pandemia, este mes de agosto, España entera se fue de vacaciones. En cualquier caso y a pesar de todo, como es habitual en este mágico mes del verano habrá habido insospechadas aventuras, noches de jaleo, soplos de paz, tal vez relámpagos de amor y seguramente algunas broncas, habrán existido instantes de placer llenos de hedonismo e irremediablemente habrán ocurrido accidentes y acaecido algunas muertes, aunque esta inexorable realidad nunca la pensemos antes de salir de casa.

 

La Mañana 1.09.2022

No hay vacaciones de verano con relojes, pues el reloj nos obliga a madrugar a la misma hora de costumbre y este hecho nos impide alcanzar ese estado alterado de conciencia en el que uno se siente incapaz de interpretar si es martes por la tarde o recordar si ya ha saboreado la paella en el chiringuito. Sin embargo, este agosto extraño, las sucesivas olas de calor y las severas temperaturas padecidas, ineludiblemente nos han apremiado a ser conscientes del presente y nos han creado la certidumbre de que estamos asistiendo al amanecer de un fatal cambio climático que generará una nueva era. Está claro que de seguir así los próximos veranos, los hombres del tiempo anunciarán los escasos intervalos de temperaturas soportables entre unos y otros ardorosos bochornos.

 

Pero no han sido solamente las temperaturas de horno sufridas las que nos han alterado el descanso durante este mes de agosto del verano. Sino que, a causa de ellas, han aparecido las tormentas secas y los incendios producidos por humanos y por rayos, han hecho mella en el solar patrio y, además de las 290.000 hectáreas calcinadas, han generado situaciones lamentables y desdichadas como la del tren sorprendido entre las llamas en Bejís. Y es que no deja de asombrarme la capacidad humana de inventar aparatos como el telescopio espacial James Webb que nos faculta observar lugares tan lejanos como los orígenes del universo y, sin embargo, no seamos capaces de girar dicho telescopio hacia la Tierra y poder contemplar cómo la estamos destruyendo fruto de la industrialización salvaje y la ineptitud de los gobiernos.

 

Agosto se agosta en estas fechas, aunque el gran guateque de vacaciones celtibérico se prolongará hasta el último momento, hasta que los cuerpos y las almas regresen, resignados en unos casos, aliviados en otros, a la oficina, al despacho, a la cadena de montaje o simplemente retornando a la rutina cotidiana. Yo, aprovecho el día para dar mi penúltimo paseo. Hoy ha salido el sol a las 7h21 y su descarga luminosa ha sido la misma para todo el mundo. Para los que exhaustos abandonaban las discotecas después de una larga noche de juerga veraniega, para los que a esa temprana hora salían de su casa, del apartamento o del camping a realizar algún deporte y para los que enfilaban el camino hacia la playa a tomar el primer baño de un nuevo y anunciado caluroso día. Clareaba y en los espigones que cierran la orilla todavía quedaban algunos rezagados pescadores que largaban los sedales con las plumas y anzuelos en un último intento de que picase alguna herrera, anjova o dorada y no irse de vacío para casa. Estaba amaneciendo y la luz del sol era tan dulce como lo era mi inocencia de pequeño. Y es que si uno toma la vida como una representación, puede imaginar que esa luz del sol que hoy recibo en esta avanzada madurez es la misma que doró mi infancia y, en consecuencia, hay que aceptarla como un regalo. Fin de vacaciones. Tal y como proclama el Eclesiastés, todo tiene su hora bajo el cielo.