lunes, 28 de noviembre de 2022

Identidad, procesos y conocimiento.

 

El término “identidad” proviene del vocablo latino identïtas, que especifica y hace alusión al conjunto de rasgos y características que diferencia a un individuo o grupo de individuos de los demás. Es a partir de este vínculo que las personas logran distinguirse del resto; aunque esto depende siempre de la cosmovisión e historia propia del grupo e individualmente del contexto en el que cada uno vive. La identidad es considerada, por tanto, como un fenómeno subjetivo, de elaboración personal que se construye simbólicamente en interacción con otros y que va ligada a un sentido de pertenencia a un determinado grupo étnico y sociocultural con el que consideramos que compartimos características en común.

 

El concepto y noción de identidad no es una idea nueva que haya surgido a mediados del pasado siglo XX como consecuencia de las preocupaciones e intereses del mundo moderno, sino que es utilizado desde los albores de los tiempos para distinguir a unas determinadas tribus e individuos de otras. La primera referencia documentada de identidad se remonta a la última etapa del segundo milenio antes de Cristo. En concreto, se trataba de unas tablillas de terracota que tenían grabados, en caracteres cuneiformes, el nombre y demás datos personales del interesado. Un sistema que fue introducido por los asirios en razón de que su imperio estaba habitado por múltiples grupos étnicos y poblaciones diversas y tuvieron la necesidad de diferenciarlos mutuamente entre ellos. Siglos después, una evolución de esta forma de documentación apareció en el Imperio Romano. Y, desde ahí, con múltiples y variadas casuísticas, como el guidaticum utilizado en la Edad Media, ha llegado a nuestros días con la ineludible determinación de distinguirnos unos de otros.

La Mañana 29.11.2022

 

La identidad personal se cimenta a partir de un procedimiento a través del cual los individuos componemos nuestra propia imagen y establecemos una serie de creencias sobre el tipo de persona que somos y las cualidades y características que nos distinguen de los demás. Sin embargo y pese a este afán diferenciador personal y colectivo, en este mundo globalizado en el que hoy vivimos, casi todo el mundo parece idéntico porque nadie quiere o no tiene tiempo para diferenciarse. Y, tal vez por eso, la mayoría de las personas no son las que dicen que son ellas, sino que son otras; pues sus pensamientos, buena parte de las veces, son las opiniones de otros y sus vidas una pura y simple imitación de algún famoso o la copia y parodia de una corriente o moda.

 

En este sentido, todos tenemos un NIF, en el que pone quién se supone que cada uno es. Y es un error, ya que, como digo anteriormente, ni siquiera el portador sabe, en esencia, muy bien quién es. Decía Nietzsche, que toda identidad es un engaño o una máscara y es imposible concebir una conceptualización para la “identidad”, pues no se pude pensar en ella en términos racionales. Por consiguiente, tal y como nos indica el filósofo alemán, creo efectivamente que no hay identidades y la lógica, como tantas otras cosas, es una farsa, ya que de hecho, solamente hay procesos. Toda realidad está formulada y está constituida para sentir y ser sentida. Y son las sensaciones y las aspiraciones de cada uno las que nos guían en nuestro viaje por la vida. El diálogo permanente y perpetuo de esos dos conceptos es, a mi modo de ver, el que genera el carácter de nuestra identidad, nuestra manera de entender la existencia y poder llegar a lo único real, el conocimiento. Solo el conocimiento tiene luz propia, todo lo demás brilla con una luz reflejada. Y es que la vida es un proceso de aprendizaje en el que también afloran los sueños. Y los sueños, mientras se producen, son tan reales como la propia existencia. Unas visiones, esperanzas y anhelos que emergen desde el inconsciente, tanto si estamos dormidos como si soñamos despiertos. Son procesos, sensaciones y juicios que, muchas veces, nos aportan aspectos complementarios de una esencia más profunda y que ascienden a la realidad cuando uno a través de ellos se transforma. En síntesis, quiero decir con esto que la identidad de un individuo no es el nombre que tiene, ni el lugar donde nació, ni la fecha en que vino al mundo; sino que la identidad de una persona consiste, simplemente, en ser, pues el ser es lo único que no puede ser negado. No obstante, también soy consciente de que todos nosotros somos contradictorios, complejos, difíciles; es decir, no tan simples como aparentemente decimos que somos y, además estamos llenos de prejuicios. Unos prejuicios, genéticos por una parte y experimentales por otra, que son una respuesta rápida de nuestro sistema límbico ante determinadas  configuraciones que presentan nuestros semejantes. Y tal vez por eso, como nos advierte nuestro filósofo José Antonio Marina, la globalización está provocando un obsesivo afán de identidad que va a provocar muchos enfrentamientos; pues mientras nuestras cabezas se mundializan, nuestros corazones se localizan.

 

 

viernes, 4 de noviembre de 2022

Espejos de la realidad

 

La Manyana

Cultura

Juan Antonio Valero escriu un llibre amb els articles que ha publicat a ‘La Mañana’

L’autor planeja fer les memòries “d’una vida molt moguda” i ja ha escrit “centenars d’anotacions”

perAntonio Megías Gil

  4 novembre, 2022

 en Cultura

 


FOTO: Núria García / Juan Antonio Valero

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Juan Antonio Valero Casado ha publicat el llibre ‘Espejos de la realidad’ (La Rueca), que inclou tot els seus articles publicats al diari ‘La Mañana’ des de l’abril de 2020 fins ara.

El llibre inclou una vuitantena de peces en què es pot trobar “qualsevol temàtica, escric de les coses que em criden l’atenció; des de les meves impressions mentre faig un passeig pels Camps Elisis a la situació dramàtica que està vivint molta gent en l’actualitat”, explica l’autor, que col·labora a LA MAÑANA “des de fa 4 o 5 anys”, quan enviava cartes al director i “em van dir que els agradava i que podia enviar-ho a opinió”. També va començar a enviar les seves publicacions a l’editorial madrilenya La Rueca i “de tant en tant em diuen que tenen suficient per a un llibre i el publiquen”.

A més d’aquest Espejos de la realidad, Juan Antonio Valero ha publicat anteriorment molts altres llibres; entre ells alguns treballs acadèmics en l’àmbit de l’ensenyament; un assaig en l’àrea de les humanitats; dos llibres de relats en què aborda la seva vida personal; i dos més relacionats, com aquest últim, amb els seus articles publicats en la premsa: Cartas al Director i Pasajes del tiempos. Ara, vol continuar escrivint aquests articles, però reconeix que “tinc un projecte, perquè hi ha amics que m’animen i tot i tenir 77 anys tinc molts records de la infància” i es planteja escriure un llibre de memòries, tot i que assegura que “jo no soc un escriptor, només un aficionat que escriu des de sempre”.

“La meva ha estat una vida molt moguda; vaig néixer a Madrid però als quatre anys vivia a Marroc, després a Guinea i més tard en molts altres indrets”. De moment, diu, “ja tinc centenars d’anotacions, però també s’ha de fer el treball d’organitzar-ho tot”. Juan Antonio Valero és llicenciat en Filosofia i Lletres i ha estat professor i director de ALCE (Agrupaciones de Lengua y Cultura Españolas) en diversos països europeus.

 Antonio Megías Gil

 

miércoles, 2 de noviembre de 2022

Día de Difuntos. Hablemos de la muerte, un viaje sin retorno a las estrellas.

Nuestra vida, es ese sincopado viaje entre dos tiempos, el del nacimiento y la muerte. Unos tiempos durante los cuales, en mayor o menor medida, todos tenemos los mismos anhelos, poseemos similares virtudes, escondemos parecidas miserias, detentamos generales consuelos y sufrimos inevitables duelos que inexorablemente terminan con la muerte y el olvido de nuestra propia existencia. Y sin embargo, en nuestras modernas e individualistas sociedades vivimos como si la muerte no existiera. Tal vez, porque al mismo tiempo que la ciencia alarga la vida, nuestra cultura occidental se opone a pensar, asimilar y contemplar la muerte como un hecho inapelable e irremediablemente ineludible. Y es que hace ya muchos años que contemplamos la muerte, de forma más o menos consciente, como parte de una ficción narrativa literaria y/o cinematográfica y, a menudo, hemos hecho tan desmesurado uso y abuso de ella como efecto virtual y dramático, que no ha ejercido casi ningún poder sobre nuestra percepción y aún menos sobre la verdadera conciencia de lo que supone su desenlace

 

La Mañana 2.11.2022

La vida cambia rápido. La existencia transmuta en un instante en ese abreviado y rítmico viaje en el que se desarrolla. Un día, te sientas a cenar y de pronto el trayecto que conoces y que no piensas que tiene fin, se acaba. Y es que no se muere uno solo de vejez, sino por cualquier causa. Y, tal vez por ello, convendría que cambiásemos de paradigma de pensamiento y aceptásemos en no dar nada por sentado para poder hablar abiertamente de la muerte. Pues, entiendo que, compartir el sufrimiento que pensar en ella conlleva, alivia; máxime cuando se trata de algo que nos concierne a todos y, por lo tanto, contribuye a que nos enfrentemos abierta y directamente al miedo que genera. Probablemente sea, ese temor, la razón por la que hemos tardado siglos en comprender que no estamos solos y que hablar de la muerte es necesario. No obstante, como en otras muchas facetas de nuestro comportamiento, no obramos atendiendo al juicio de la lógica y la reflexión y no nos gusta hablar de enfermedades ni de la muerte, siendo ésta la única certeza que tenemos.

 

La muerte es el hecho más trascendental que determina toda nuestra existencia. Casi nadie se quiere morir y cuando la percibimos cerca nos afanamos en retrasarla todo cuanto se pueda. Quizá por eso, la inmortalidad ha sido en el transcurso de la historia de la humanidad un anhelado deseo. Y aunque ya Platón la definió como “un terrible peligro”, vivir para siempre sin temor a enfermedades y/o poder morir cuando uno mismo lo decida, es la ambiciosa pretensión de una inmensa mayoría. Ya que la muerte no es algo que está al final de la vida, sino al principio, como nos explica el genetista del CSIC Ginés Morata, al afirmar que la muerte no es un proceso biológico inevitable, puesto que hay seres vivos que no envejecen, como algunos celentéreos o las medusas, por ejemplo. No obstante, sabemos que a pesar de esforzarnos por permanecer vivos, vamos a morir. Y sabemos también que la vida es breve. Y es tal vez por ello que la ciencia se afana en encontrar la forma en que podamos trascender a la mera existencia biológica. En este sentido, el psicólogo Clay Routledge, en el artículo Uno se siente significativo al sentirse inmortal, publicado en la revista Scientific American en 2014, decía, entre otras cosas, que la conciencia de la muerte hace que nos afanemos por tener experiencias más trascendentales, que aumente nuestra fe y que nuestro paso por la vida no desaparezca con nuestra muerte física. De hecho, Amazon trabaja ya hace tiempo para que un asistente virtual pueda reproducir la voz de los difuntos y alguna otra empresa, como Forever Mortal, gracias a la inteligencia artificial, desarrolla hologramas cada vez más perfeccionados que permiten interactuar con el muerto.

 

La ciencia nos la explica, pero la mayoría de nosotros no comprendemos la muerte y el hecho de que cuando se apaguen las luces de nuestra existencia, entremos en ese espacio infinito del olvido. Posiblemente, para evitarlo, fue por lo que el monje benedictino San Odilón de Cluny, en el año 998 d.C. instituyó un día específico para los difuntos. Siglos más tarde, en el XVI, su idea fue recogida por el Papado de Roma y se propagó al mundo entero. Y, desde entonces, el 2 de noviembre, “Día de los Fieles difuntos”, es el único día del año en que hablamos sin problemas de la muerte y visitamos y recordamos a nuestros seres queridos en el cementerio.

 

Pienso en la muerte, tal vez porque a mi edad es un hecho inevitable. Y aunque procuro no tenerla presente en mi cabeza demasiado, soy conocedor de que la muerte piensa en mí. Me tiene en su lista y me impresiona. En todo caso, como afirma Declan Donnellan, director de cine británico, “hay algo peor que la muerte, la conciencia de saber que puedes no haber nunca sucedido”. Y es que el miedo a la muerte no es nada comparado al de no haber existido.