jueves, 28 de junio de 2018

Auto sobre “La Manada”. ¿Es justa la justicia?









Hace unos días, nos decía Iñaki Gabilondo en su espacio de opinión matutina de la cadena Ser, en referencia al auto de la Audiencia de Navarra por el que se dictaba la libertad provisional de los Miembros de La Manada, una vez que abonen los 6.000 Euros de fianza fijados por la Sección Segunda de la citada Audiencia de Navarra, que nuestra sociedad tiene un problema muy serio si los condenados no tienen conciencia de haber hecho nada malo, ni se arrepienten de nada porque para ellos lo que pasó fue normal. Y es que, para ellos; esa “normalidad” es aquella en la que el sexo es una fiesta consentida en un ambiente de jolgorio y francachela y en la que al finalizar la juerga se puede dejar tirada a una mujer en un banco como si fuera el desperdicio de cualquier comida. Y si ya, de por sí, semejante comportamiento y manera de pensar, puede resultar moral y éticamente repugnante a cualquier ciudadano medianamente lúcido y cabal, resulta todavía más inadmisible e inaudito que dicha conducta y actuación sea avalada por uno de los señores magistrados de la Audiencia de Navarra.

El señor Magistrado Ricardo González que tiene, entre otras atribuciones, juzgar el comportamiento social de esos conciudadanos que han delinquido y cometido semejante tropelía, debería reflexionar, al menos, si en su voto particular, ha primado el valor supremo de querer hacer justicia. Ya que, la justicia es el conjunto de las normas que perpetúan un tipo humano en una civilización y, sin ella, no se sostiene la igualdad y la libertad de los ciudadanos, ni de los pueblos.

Señalar y decidir la admiración o el desprecio, en un auto, es una forma de ejercer la justicia y siempre depende, en grado sumo, por la propia condición humana, de la mano que mece la balanza. Quizá, porque la ecuanimidad es esa noble e inestimable disposición y estado de ánimo en la que no hay viento que te despeine las neuronas. Y…, no siempre se consigue.

Nos lo dejó dicho, en los albores de nuestra era, el filósofo grecolatino Epicteto de Frigia: “Cuando hayas de sentenciar procura olvidar a los litigantes y acordarte sólo de la causa”.


miércoles, 6 de junio de 2018

Rajoy, ha estado por ahí…


No cabe la menor duda de que el ex presidente del Gobierno Mariano Rajoy es un hombre con un perfil psicológico singular, digno de ser estudiado en alguna cátedra de Facultad Universitaria. Digo esto, porque no se entiende que la tarde en la que se jugaba su futuro político, en vez de estar en el hemiciclo del Congreso de los Diputados escuchando atentamente el debate sobre la moción de censura presentada por Pedro Sánchez contra él, estuviese en el restaurante Arahy, situado en la calle Alcalá. Pero, si bien este hecho resulta insólito, no debería extrañarnos; ya que, siendo ministro de Interior del segundo Gobierno de Aznar, cierto día, les dijo a unas personas que cenaban con él: “cuando hay un problema lo mejor es estar por ahí…”. De la misma manera, siendo ministro de Educación y Cultura, “estuvo por ahí” cuando explicó que las quejas de la gente de la enseñanza era materia de Administraciones Públicas. Por ello, no es extraño que haya estado, “igualmente por ahí”, mientras la corrupción hacia metástasis en el cuerpo del PP. Y es que, Mariano Rajoy, siempre “ha estado por ahí” como una forma de sobrevivir.
Publicado en el diario Segre el 9-06-2018

Quizá, esta actitud de “estar por ahí”, es la que explica que Mariano Rajoy se haya tomado tan a beneficio de inventario la pasada sesión parlamentaria en la que se celebraba la moción de censura” contra él y su Gobierno. De repente, los que, atentos a la pantalla, seguíamos el debate, comprobamos con asombro que el presidente del Gobierno se había esfumado  y, en su lugar, había un bolso. Nadie sabía la razón. Todo hace suponer que su ausencia se debió a que, él mismo, tenía la sensación de que estaba interviniendo en un proceso no democrático; un simulacro político en el que una cohorte de aventureros y villanos, convertidos mágicamente por los hados en eventuales “Señorías Diputados”, estaban haciendo algo parecido a un asalto al Congreso. Solamente al final de la sesión parlamentaría, cuando tuvo el gesto de decir sus últimas palabras, en el saludo, pareció entender que lo que había ocurrido era algo impecablemente democrático. La realidad objetiva de Rajoy acababa de evaporarse. Su indignación moral mostrada durante el debate de la moción de censura, había sido similar a la estrategia tipo que utilizan los idiotas para dotarse de una supuesta dignidad. Y es que, cualquiera puede dominar un sufrimiento, excepto el que lo siente.

No es la primera vez, ni será la última que algún otro político, como Rajoy, intente enfrentarse al pasado, patrimonio exclusivo de los hombres, con la mirada fresca del presente. La fabulosa capacidad demostrada por el ex presidente del Gobierno, para echar sus propias culpas en cara a los demás, le permite convertir al tiempo en losa o entelequia, le faculta, directamente o de rondón, a contestar al pretérito, a vitalizarlo y hacerlo tal y como quisiera que hubiera sido. Ya lo dijo Kipling, al final de alguna de sus historias: “así debería haber ocurrido”. Pero…, no sucedió.