viernes, 22 de marzo de 2024

Gaza se muere, con un silencio cómplice.

 

Siento la mayor vergüenza posible como persona de la situación en Gaza. Los habitantes que residen en esa Franja de Palestina: niños, mujeres, ancianos y adultos, todos, se mueren de hambre y de sed y los EE UU nos hablan de que tienen prevista la construcción de un puerto en la costa para dentro de dos meses con la finalidad de que la ayuda humanitaria llegue por mar a dicho territorio. ¡Qué poca vergüenza! Creo que para entonces ya no hará falta y Netanyahu y su Gobierno habrán conseguido su objetivo, matar y/o expulsar a todos los gazatíes posibles y ocupar su territorio. Israel está provocando un genocidio palestino con el beneplácito de la comunidad internacional. No es guerra entre dos ejércitos. Es un asesinato impune de miles de civiles. Por ello, considero que somos también en esto, la UE y todos los ciudadanos que en ella residimos, igual de culpables que aquellos otros europeos que en el siglo pasado consintieron el holocausto, aunque no lo cometieran. Y todo ello, todo nuestro cómplice silencio, para que un Gobierno de un país concreto, “con nombre y apellidos”, se le siga permitiendo matar de hambre y sed a decenas de miles de personas. Esto debe ser, fundamentalmente para U.S.A, algo normal y natural y, por eso, sigue apoyando indiscriminadamente a Israel. Tal vez, la razón de esta actitud estribe en que, como dejó demostrado la investigadora estadounidense de la Universidad de Pensilvania, Amy Kaplan, gran parte de la simpatía de los ciudadanos de los EE. UU. hacia Israel se manifiesta por la equivalencia entre la conquista del Lejano Oeste y la colonización judía, entre el colono sionista armado y el “valiente vaquero americano”. Y es que el secreto de esta analogía lo desvela el académico israelí Benjamin Beit-Hallahmi en su libro “The Israeli Connection: Whom Israel Arms and Why” publicado en 1987, cuando nos dice: “Se puede odiar a los judíos y amar a los israelíes; puesto que, hasta cierto punto, los israelíes no son judíos. Los israelíes son colonos y combatientes, duros y resistentes.”. En este contexto cabe preguntarse: ¿es posible aparecer ante la mayoría de norteamericanos como defensor de Israel y, a la vez, contra el Genocidio o su riesgo? ¿Se pueden modificar las estrategias más amplias de seguridad regional que unen a Israel y los EE.UU o son inamovibles? Sea como fuere, ni lo comparto, ni lo comprendo. Y luego quieren que les consideremos y valoremos como paladines en la defensa mundial de los Derechos Humanos. ¡Qué macabra ironía!

 

Israel es un Estado que viene cometiendo supuestos crímenes de guerra desde hace 52 años, tiempo en que comenzó la ocupación de territorios palestinos, que desafía las Resoluciones de la ONU y que no respeta la Convención de los Derechos Humanos. ¿Para cuándo Occidente aplicará sanciones político económicas a este país? ¿Cuándo intervendrá con la finalidad de que los colonos judíos ultraortodoxos no se apropien y ocupen tierras palestinas en Cisjordania? ¿Qué es esa actual broma de los EEUU de arrojar paquetes de comida desde aviones a la hambrienta población de la Franja de Gaza, al mismo tiempo que arman y respaldan al régimen sionista en su genocidio y permiten que Israel retenga la ayuda humanitaria de la ONU? ¿De qué sirve que la UE haga llegar el barco de la ONG española Open Arms, cargado con 200 toneladas de comida, tras un ingente esfuerzo técnico-diplomático y la cooperación de la organización internacional World Central Kitchen creada por el cocinero español José Andrés, si la población gazatí se está muriendo de hambre y sed por culpa de que Israel utiliza la hambruna como arma de guerra? ¿Acaso con el lanzamiento de comida desde el aire y la apertura de ese corredor marítimo establecido desde la localidad chipriota de Larnaca, no se demuestra objetivamente que Israel está incumpliendo la orden de La Corte Internacional de Justicia que le exigía y exige tomar medidas inmediatas y efectivas para permitir la prestación de los servicios básicos y la asistencia humanitaria de abastecer a los gazatíes? ¿Puede alguien explicárnoslo?

 

Dice el sabio refranero español que, “de aquellos polvos vienen estos lodos”. Y dice bien en este caso, pues no todo empezó el pasado mes de octubre. No nos dejemos engañar, ya que bastante antes del execrable acto terrorista de Hamás, en un no muy lejano sondeo del Centro de Estudios Estratégicos de la Universidad de Tel Aviv, se aseguraba que el 46% de los israelíes estaban a favor de la deportación de más de tres millones de palestinos de los territorios de Cisjordania y Gaza a los países árabes cercanos. Asimismo, el estudio señalaba que el 31% apoyaba el destierro de la comunidad árabe de Israel; es decir, el 20% de la población israelí, con cerca de un millón de personas. Y el 60% de los encuestados creía que los 11 diputados árabes, sobre un total de 120, “constituyen un peligro” para el Estado judío. Este estudio, con esos porcentajes sobre los encuestados, creo que refleja y clarifica mucho el porqué de esta ignominiosa confrontación.

 

Es intolerable lo que está haciendo Israel. Es injustificable la actitud de los EE UU y, en menor medida, la de la UE. Y es vergonzosa la pasividad del resto del mundo. Somos, todos, copartícipes de la muerte de Gaza. El mundo entero lo tolera, empezando por los países árabes. La ignominia nos salpica a todos. Y todo lo que no sea una manifestación ingente, multitudinaria, de millones y millones de personas, no servirá para evitar que Gaza muera.

domingo, 3 de marzo de 2024

La sombra del “Poder” es alargada: Assange y González, dos periodistas silenciados.

Corren malos tiempos para la prensa. Tras dos días de vista y años de batalla legal, el Alto Tribunal de Justicia de Londres decidirá a partir del 5 de marzo, si autoriza a Julian Assange, el fundador de Wikileaks, a seguir recurriendo sobre su extradición en el Reino Unido o, por el contrario, puede activarse su entrega a los Estados Unidos que le acusa de espionaje y hackeo informático al haber hecho público documentos sensibles sobre la seguridad nacional. En este contexto, en caso de que tras su deliberación los jueces británico dicten un fallo afirmativo, su extradición abrirá una vía más segura a todos aquellos “poderes” que hurtan información a la que tenemos derecho los ciudadanos y propiciará, además, un periodismo amordazado y paralizado por el temor ante unos Estados convertidos en falsas democracias y llenos de muchos rasgos de autoritarismo, que no autoridad, sino de dictadura. En cualquier caso, extraditado o no, me temo que el daño ya está hecho y los poderes fácticos ya han conseguido su objetivo: amedrentar a los periodistas, en la medida de lo posible, para que interioricen las posibles consecuencias de publicar determinado material y se lo piensen antes de hacerlo. Es una manera de evitar que siga habiendo funcionarios valientes como el agente del FBI William Mark Felt, el denunciante sin rostro que facilitó al reportero del Washington Post, Bob Woodward, la información del escándalo "Watergate", lo que provocaría la dimisión del presidente Richard Nixon en 1974 o el analista estadounidense de las fuerzas armadas americanas Daniel Ellsberg que, cuando trabajaba en la Corporación RAND, filtró al The New York Times y otros periódicos un estudio de alto secreto denominados Pentagon Papers, en los que se demostraban, entre otras cosas, que la Administración Johnson había mentido sistemáticamente, no sólo al público sino también al Congreso, sobre temas de interés nacional trascendentes e importantes en relación con la guerra de Vietnam. En ambos casos los periodistas y sus directores que recibieron la información respondieron con profesionalidad y valentía, aireando la revelación frente a la terca resistencia del poder político. Una información que posteriormente, el poder judicial terminó avalando en aras del derecho a la información y de la libertad de expresión. A este respecto, lo que ocurra ahora con Julian Assange será una piedra de toque para saber si las democracias han avanzado o van retrocediendo en este terreno. Y es que el derecho de información es básico para el funcionamiento de cualquier sociedad democrática y sin él, todos salimos muy perjudicados, salvo, obviamente, los que infringen la ley. Considerar que la democracia existe porque cada cuatro años, los ciudadanos votamos a alguien que han decidido los partidos políticos, es, cuando menos, irrisorio. En una democracia plena, los ciudadanos, tenemos el derecho a conocer y saber con veracidad qué está ocurriendo en nuestro país y en cualquier parte del mundo. Y, sobre todo, cuando las decisiones que se toman en Organismos internacionales y/o Estados, por parte de un pequeño número de personas, determinan el destino de miles y millones de ciudadanos de cualquier país a cualquier precio, llegando incluso al resultado de ruina, muerte y desolación. Por eso, considero que estamos obligados a defender a aquellos periodistas que, como Julian Assange, nos descubren los secretos oscuros de muchas decisiones políticas promovidas por egoístas e innombrables intereses empresariales, multinacionales y económicos y/o a empleados como el exanalista de la CIA Edward Snowden que entregó a la prensa documentos clasificados que demostraban cómo organismos de inteligencia de Estados Unidos y sus aliados vulneraban la privacidad de los ciudadanos.

 

El acoso y la tortura que está sufriendo Julian Assange, es una prueba más de la corrupción, la falta de humanidad y el espíritu destructivo que anidan en este "Occidente" nuestro que tanto cacarea de libertades y democracia. Lo que se le está haciendo a Assange no tiene nombre, como tampoco lo tiene lo que le ocurre al periodista español Pablo González, otro caso día a día casi olvidado, que fue arbitrariamente detenido y está encarcelado en Polonia, en una severa prisión de un país de la UE, nuestro organismo paladín de la democracia mundial y vigilante ante las injusticias y la opresión. Pablo González, colaborador de varios medios de comunicación, no tiene acusación, ni fecha de juicio. Trabajaba en el momento de su detención como reportero de guerra en la frontera con Ucrania, fue capturado por los servicios secretos polacos el 27 de febrero de 2022 y, desde entonces, permanece encarcelado e incomunicado, sin saber porqué, en régimen de aislamiento, sin días ni noches, hasta ahora. Parece que han tirado la llave al mar Báltico, dado que ignoran completamente los derechos de este ciudadano de la UE que posee la doble nacionalidad española y rusa, pues nació en Moscú al ser nieto de un exiliado español de los llamados “niños de la guerra”. Y, a causa de esta circunstancia, le acusan de aprovechar su condición de periodista para filtrar información a Rusia. Crimen y castigo contra el periodista y vergüenza, una vez más, para la UE, que ni dentro de sus fronteras garantiza la seguridad de según quién en según qué países, a la hora de aplicar leyes democráticas. Y es que corren malos tiempos para la prensa.