viernes, 15 de octubre de 2021

Los perros de Licurgo

 

Licurgo, el gran legislador y educador de Esparta, para demostrar la importancia de la educación, convocó a la gente y se presentó ante la asamblea con dos perros, una liebre y un recipiente de comida. Los perros eran hermanos, hijos de la misma perra, uno engordado en la finca, el otro acostumbrado a vagar libremente por los campos para procurarse la comida. Deseando mostrar a los espartanos que los hombres son y se comportan como los animales según las enseñanzas recibidas, colocó la escudilla del sustento a una prudente distancia de donde se encontraban y posteriormente soltó a los perros y la liebre. Uno de ellos se abalanzó directo hacia el contenedor de comida para alimentarse, mientras que el otro corrió detrás de la liebre, consiguió atraparla y se la comió. Todos vieron la diferente reacción de los canes y entonces, Licurgo, les preguntó: ¿Quién está más preparado para sobrevivir? Y los espartanos respondieron de inmediato: el perro instruido para la caza; pues el otro, presumiblemente, solo podrá subsistir unos días si no se le proporciona comida.


La imagen descrita creo que es ejemplar. Licurgo utilizó esta metáfora para hacer entender a sus conciudadanos reunidos en la asamblea, la importancia y necesidad de la educación. Es decir, como se puede apreciar, en la base de toda esta escenografía de Licurgo se encuentra, tácitamente, la idea de la utilidad y eficiencia del proceso educativo en las personas y su efecto posterior en el desarrollo de vida personal y profesional y de convivencia en la sociedad. Sobre todo, por la potencialidad que genera la educación, no solamente como transmisora del conocimiento, sino, fundamentalmente, en su función respecto a la formación del pensamiento y espíritu independiente y crítico de los alumnos. Y, además, en estos convulsos tiempos de pandemia, su utilidad para dar respuestas favorables para la convivencia democrática a la ciudadanía, de cara a resolver los problemas sociales que tenemos actualmente y los que surgirán a lo largo del siglo XXI. Y para ello, para conseguir el deseado éxito en estos ámbitos resulta imprescindible cimentar bien la base escolar de la que dependerá en gran medida, la futura sociedad. Una considerable mejora del sistema educativo que nos aleje de los malos resultados escolares que venimos obteniendo en el Programa PISA, un estudio llevado a cabo por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) a nivel mundial, en el que participan 72 países y que mide el rendimiento académico de los alumnos de 15 años, fundamentalmente, en matemáticas, ciencia y lectura y cuyo trabajo de campo de la nueva edición se realizará en la primavera de 2022. En este sentido, es indicativo que España, según fuente de la propia OCDE, derivada de los resultados obtenidos en la última edición, se encuentre situada por debajo de la media, tanto en la prueba de ciencias como en la de matemáticas, y que países como Estonia, Eslovenia, Letonia, Polonia o Portugal, se encuentren por encima de nuestro país.

 

A este respecto, me resulta sorprendente que cuando se enjuician los citados resultados de PISA, así como el abultado fracaso escolar de los alumnos, las facultades de Ciencias de la Educación, habitualmente, permanezcan ajenas a esta cuestión y controversia, como si la formación que ofrecen a los futuros docentes no tuviera nada que ver con el desempeño profesional posterior de los mismos, con la transmisión de adecuadas competencias educativas a los alumnos y con los resultados de PISA anteriormente citados. En este contexto, habiendo alzado la voz algunos eminentes pedagogos sobre varias insuficiencias de nuestro sistema educativo y determinadas carencias del sistema formativo de los futuros docentes, tal vez convendría que, desde el ámbito político, se les hiciera algún caso y aprovechando que España recibirá 19.000 millones de los fondos covid de la UE en 2021, alguna parte sustancial de ellos se utilizaran en la mejora general de dicha formación y del sistema educativo.

 

Una inversión, cambio y mejora que, a mi modo de ver, no solamente se debe canalizar hacia los futuros docentes, sino que abarque y sirva, también, para otras áreas formativas como la Formación Profesional (FP), el I+D+I, y otras Facultades de la Universidad. Así como, para movilizar a una parte importante de nuestros jóvenes actualmente en paro, escasamente formados una mayoría, y altamente cualificados otra minoría, y capacitarlos para competir en la economía de la productividad, la flexibilidad laboral y la formación continua. De manera que se aleje de su horizonte vital la escasa y humilde meta y proyecto de vida, de conseguir un puesto de trabajo fijo en la Administración pública o empresa privada que les permita emanciparse y poder alquilar una vivienda. Y para eso hay que potenciar e invertir más recursos en la enseñanza pública convirtiéndola en hegemónica a nivel de Estado en calidad educativa, como hacen los países más desarrollados de nuestro entorno.

 

En este sentido, convendría no olvidar que la primera tarea de la educación es agitar la vida, pero dejarla libre para que se desarrolle; pues para saber algo no basta con haberlo aprendido. Tal vez, recordando este axioma, la alegoría de Licurgo pueda ayudar a los políticos y a la sociedad a reflexionar sobre ello.