lunes, 3 de agosto de 2020

La mascarilla. ¿Nos arrastran hacia una distopía?


Al igual  que otros cientos de miles  de ciudadanos, vengo soportando, desde que apareció la  pandemia de la Covid19, un sinfín de WhatsApps, Pdfs, Formatos de vídeo de todo tipo, Archivos.docx, PowerPoints y similares, vídeos de Youtube,  audios etc…, en los que,  si bien algunas de las  informaciones vienen avaladas por personas de reconocido prestigio científico y/o académico, la inmensa mayoría corresponden a individuos imbéciles que no se recatan de serlo y demostrárnoslo, contándonos las más absurdas teorías sobre el coronavirus. Y colocando siempre las  infinitas tonterías que proclaman, en primera fila, para ser vistas. Quizá, porque sus inteligencias tienen escasos límites y sus estupideces son, para ellos y quienes se las creen, incomparablemente más fascinantes. Y es que, como decía el filósofo alemán, Arthur Schopenhauer, “la cantidad de rumores inútiles que un hombre puede llegar a decir y divulgar es inversamente proporcional a su inteligencia”.

Durante todo este tiempo, he estado resistiéndome a valorar semejante desvarío. No quería, me contrariaba hacerlo. Me decía, no entres en el improperio, en la denostación o el insulto; pues arrojar vergüenza sobre unos oponentes que ignoran que aludes a ellos en un medio de prensa,  no deja de ser más que un mecanismo retórico que me sirve para soltar la acrimonia y desazón que llevo dentro. Pero, viviendo y siendo agitados, en estos problemáticos tiempos, por facciosos desinformadores y alborotadores sociales, cuyo objetivo final es hacernos sufrir tanto física como psicológicamente, he decidido entrar al trapo, como suele decirse en términos taurinos. Y me he adentrado, porque optar por el silencio era como unirme y ser copartícipe de esa inmensa colección de turbulentos perturbados.

Es por ello, que me parece importante, incluso capital, concienciar a la población, a través de estas líneas, en la medida de lo posible, para que respetemos todas las medidas de salud actualmente impuestas por el Govern de la Generalitat y el Gobierno del Estado, sin cuestionar ninguna. Pues, si dudamos de los procesos de protección llevados a cabo por nuestros representantes políticos, estaremos ayudando a los divulgadores de esas conspiraciones de las élites económicas mundiales, que orquestan la gestión de la pandemia, como método para imponer un control masivo y globalizado de las poblaciones occidentales y, así, establecer un “Nuevo Orden Mundial”. Creo que no debemos hacerles caso. Pienso que tenemos que llevar, con cierto orgullo, la mascarilla obligatoria como estándar, como un símbolo de la lucha contra la pandemia y frente a esos paranoicos charlatanes que, son los mismos que están en el origen y divulgación de otros males como, el odio, el racismo, la pobreza,  el antisemitismo y/o la violencia de género,  y que afectan a nuestra sociedad día tras día.
 
La Mañana 03.08.2020
Por lo tanto, no creamos a todos esos farsantes, ni a esos seudocientíficos. No creamos a todos aquellos que inundan las redes sociales y otras plataformas con discursos nauseabundos y que vienen a explicarnos, por ejemplo, que el tamaño de un virus es menor que el filtrado de una máscara quirúrgica.  O que ya existe un tratamiento que se practica en muchos países. O que la segunda ola de la epidemia de la Covid 19, es un método para asustarnos y/o que si los casos registrados aumentan es solo porque ahora estamos testando a más personas. Es suficiente mirar y comprobar las cifras de hospitalización y muertes publicadas todos los días para saber dónde está la verdad.

Como otros muchos  conciudadanos, soy consciente de que “la mascarilla”, ciertamente, no es muy agradable de usar en este período de verano. Estoy de acuerdo, pero será bastante diferente cuando llegue el próximo otoño y e lejano invierno, ¡pensemos en ello! No hay ninguna duda, la mascarilla nos protege y nos tranquiliza. Y no solamente de este virus, sino, también, de tantas otras enfermedades…


Por tanto, huyamos de los denunciantes que tratan de engañarnos y atemorizarnos, poniéndonos migajas y fragmentos de "información" recogidos en montañas de turbios y ridículos videos. ¡Huyamos de ellos! ¡Evitémoslos como la peste! Son la peor escoria de la humanidad. Su objetivo es enfrentarnos, dividirnos. Solamente pretenden hacernos creer que nos arrastramos a una distopía, a un nuevo paradigma en el que cada individuo estará solo ante sí mismo y tendrá que sufrir o angustiarse, para permitirse la ilusión de una aparente libertad. La libertad está aquí, en nuestras manos. La mascarilla, mientras no se descubra una vacuna eficaz, nos permite, a pesar de la pandemia, poder encontrarnos, vernos, trabajar, consumir, entretenernos, divertirnos. Y todo esto, si bien, con cierta precaución  y con restringida tranquilidad. Nos lo dicen y repiten todos los profesionales de la salud: la mascarilla y  las distancias de seguridad, hoy por hoy, son la única solución para luchar contra la Covid19,  pues no tenemos nada mejor. ¡Hagámosles caso!

Finalizo. Dicho lo cual, me interpelo y pregunto, ¿es franqueza o  ironía lo que digo?  En todo caso, si lo dicho es ironía, es que quiero dar a entender lo contrario de lo que expreso y, por consiguiente, resulta ser paradójicamente opuesto a lo indico en mi escrito. Y si no fuera así, lo oportuno es reír  al igual que el filósofo Demócrito de Abdera, al que llamaban “el filósofo que ríe”; pero, en este caso a carcajadas. Y, tal vez, río,  porque no puedo dejar de pensar en lo que nos decía otro gran filósofo, Immanuel Kant, “se puede percibir la inteligencia de una persona a través de las dudas que puede soportar”. Quizás sea, por ello, que me surgen y asaltan algunos interrogantes como: ¿es acaso despreciable preocuparse por las libertades fundamentales?, ¿hemos tenido y soportado violaciones de nuestros derechos fundamentales durante el Estado de Alerta?, ¿ hemos asumido como realidad alguna otra información distinta de la narrativa oficial?, ¿estamos entrando en un mundo de hipervigilancia masiva y de conformismo supersticioso,  donde el cientifismo, que no la ciencia, sirve de brújula?, ¿vivimos en una sociedad plena de un delirio generalizador, llena de juicios de valor, sin ninguna referencia ni fuente y con afirmaciones absolutas, gratuitas, perentorias y sin matices?. Aparentemente sí, o ¿acaso no? Y es que las palabras no siempre quieren decir lo que dicen. Piénselo.

Cito, para terminar, lo que ya nos hacía saber Maquiavelo: “El que controla el miedo de las personas se convierte en el dueño de sus almas “

Buen día.