sábado, 29 de mayo de 2021

Palestina e Israel, un conflicto permanente

 

La arbitrariedad con la que se impuso en 1948, la creación e independencia del Estado de  Israel, con la consiguiente expulsión de más de dos millones de palestinos y otras pequeñas etnias minoritarias, marcó el fin del mito de la convivencia entre católicos, musulmanes y judíos en esa tierra considerada “santa” por las tres religiones monoteístas. En consecuencia, el inevitable resentimiento ha dejado sus marcas indelebles a lo largo del tiempo. Y este resentimiento ha sido y es acompañado por una inmensa ceguera, por cierta complacencia y/o por la connivencia de nuestras sociedades, hoy día tan mundializadas, en ese persistente sentimiento de disgusto hacia el considerado causante de ofensas y daños y que se manifiestan en actos hostiles. Esta es, la manera trágica de encerrarse en la incomprensión y redoblarla, con la que actúan los contendientes, y la pasiva forma como la contemplamos desde nuestro confortable mundo accidental. Y si a esa inmensa ceguera se le suma, por parte del mundo político occidental, un casi sepulcral y muy escogido silencio o de tibias declaraciones a las partes en conflicto. Y la deformación de la información de los medios de comunicación social, sobre lo que esta tragedia conlleva. Y le unimos una lamentable ausencia del relato sobre el origen de la contienda, que favorece los intereses del polo agresor provocado por el revés electoral de Netanyahu y, sobre todo, por las acusaciones de  corrupción y cohecho que pueden llevarle a la cárcel, ¿cómo no comprender la arabofobia y el sionismo que lo acompañan?

 

 La Mañana 01.06.2021

El problema de este largo conflicto es que la animadversión se retroalimenta mutuamente, como también se alimenta la exasperación del más débil. Es un círculo vicioso que provoca heridas sin curar, que no sanan con la venganza, ni tampoco con las “justicias” del derecho a defenderse aplicadas por una de las partes durante el presente y todos estos pasados años. El resentimiento sigue vivo y cada día se va acumulando más, inexorablemente. Y la situación de llegar a una paz justa entre estos dos pueblos semitas, con dos religiones distintas, pero que son dos primos que se reclaman hijos del mismo padre, el patriarca Abraham, el primero que dicen que llegó a lo que es hoy el territorio en disputa, no tiene solución alguna a la vista de los acontecimientos. En este contexto, ambas colectividades, judíos israelíes y palestinos, se auto-reivindican como descendientes de dos pueblos antiguos que habitaron la región: los hebreos y los filisteos. Sin embargo, existe una realidad histórica sobre la posesión de esta tierra en disputa que les contradice. Y es que la demanda y exigente reclamación de ambas colectividades por el territorio de dichos pueblos antiguos es, en cierta forma, limitada; ya que ninguno de los dos ascendientes: ni hebreos ni filisteos, son originarios de la región. Sea como fuere, al menos de momento, una solución justa entre ambos pueblos en conflicto se hace inviable; entre otras razones por esa gran cantidad de rencor y de rabia que a lo largo de los años han ido acumulando. Y es que el odio y los mutuos agravios nacen y se acrecientan, sobre todo, de la negación del reconocimiento del otro y del desconocimiento que tienen ambas sociedades de su propia historia común. Pero, ¿de qué historia estamos hablando?; pues de esa en la que todo depende de la función que la atribuyan quienes la escriben. Lo que me lleva a pensar que, si el presente al que nos enfrentamos es trágico, y para los países actores e historiadores que propiciaron el reparto de esa tierra fue imprevisto, ¿no es tal vez porque entendieron y se entendió mal el pasado de ambos pueblos?

 

Por otro lado, existe la tendencia a ver este conflicto como una oposición entre el bien y el mal. Y, obviamente, todo depende de qué lado lo analicemos. Pienso que esta disputa, no es solamente una oposición entre palestinos e israelíes, sino la disyuntiva y antagónica rivalidad de dos legitimidades equivalentes, de dos puntos de vista ciertamente opuestos e irreconciliables; pero…, ambos defendibles. Por ello, lo importante debería ser focalizar una solución que conllevara las necesarias habilidades políticas y de justicia que rebajara y ayudara a resolver el conflicto. Y desear, de cara al futuro, que no se convierta en una nueva Antígona, esa tragedia de Sófocles que culmina con la muerte de todos los contendientes.

miércoles, 12 de mayo de 2021

Elecciones madrileñas

 

Vistos los resultados electorales de la Comunidad de Madrid del pasado 4 de mayo 2021, está claro que para una gran mayoría de madrileños, ser libres es poder tomarse unas cañas. Y es que, como decía Quevedo, "Es Madrid ciudad bravía que, entre antiguas y modernas, junta 300 tabernas y una sola librería" Ahora entiendo el concepto de libertad que ha proclamado Isabel Díaz Ayuso y han compartido tantos ciudadanos de la capital de España. Y…no me extraña que piensen así; pues, aunque no me guste y me parezca increíble, esta es la realidad que tenemos, la de una sociedad líquida que denunciaba Zygmunt Bauman. Una sociedad en permanente estado fluido y volátil, sin valores sólidos y caracterizada por la continua incertidumbre en la que se vive a causa de la vertiginosa rapidez de los cambios que acontecen y que ha debilitado los vínculos humanos y sociales.

Nunca en la vida hemos tenido tanta información como de la que hoy día disponemos; pero, evidentemente, solo sirve para desinformar a los ciudadanos. Y tampoco nunca, los electores, tanto de derechas como de izquierdas, han otorgado sus votos con tanta liberalidad como hoy en día y es que, como dice el adagio, “Lo que natura non da, Salamanca non presta”. Quizás, porque la felicidad que proporciona ese estúpido concepto de “libertad” con el que alegremente han votado los madrileños, es y ha consistido en ignorar la verdad. A lo mejor, debido a que la libertad es el territorio de la torpeza y el miedo y no nos damos cuenta de que cuando decidimos transitar por ella hemos recorrido ya medio camino hacia nuestra independencia con todas sus consecuencias.

La culpa la tiene el tiempo. Y digo tiempo porque vivimos en el mejor de los tiempos y, a la vez, el peor de los tiempos posibles. Estamos en la edad de la sabiduría y, a la vez, también de la locura. Es la época de las creencias y, a la vez, de la incredulidad. Disfrutamos de la era de la luz y, a la vez, de las tinieblas. Caminamos por la primavera de la esperanza y, a la vez, el invierno social de la desesperación.

Y, tal vez, todo ello ocurre porque la razón está muerta y también la reflexión. La cultura se derrumba y la lectura también. El espíritu crítico ha desaparecido y el arte de la retórica igualmente. La dialéctica ya no existe, ni siquiera para la conversación. La filosofía ha bajado el pulgar, lo mismo que la lógica. El libro ha dado paso a la revista. Y la Enciclopedia escrita por Diderot, ha sido sustituida por Wikipedia escrita por todos, porque hoy todos son enciclopedistas como lo eran Voltaire o los hermanos Grimm. Y es que las luces se apagan y estamos entrando en el nihilismo un poco más cada día. Y este nihilismo de nuestro tiempo se hace visible en el supermercado de ideas contradictorias con las que convivimos: todo es verdad, luego todo es falso; todo es relativo, luego todo vale; cada uno tiene su propia verdad, por tanto, ni existe ni hay verdad. Son unos principios que nos informan de que nuestra época, apesta a estupidez. En este sentido, vivimos tiempos en los que la proporción de cretinos y oportunistas que hablan de lo que no saben es estable en toda sociedad humana de cualquier país. Y es chocante que haya tantos tontos que se creen listos y, sobre todo, tantos listos que se hacen pasar por tontos. Así de triste es nuestra sociedad.

Ya nos lo advirtió Einstein “Todos somos muy ignorantes, lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas”. Y no le hicimos, ni hacemos, puñetero caso. Así nos va...