La consideración de un origen de la vida fundamentado
en causas naturales y no en narraciones mitológicas o actos creativos ya se
encuentra planteada en varias culturas antiguas. Así, los filósofos
presocráticos sostuvieron que todos los seres surgen del arjé; es decir, de la
primera esencia de todas las cosas. Esta primera sustancia, para Tales de
Mileto era el agua. Para Pitágoras los números. Empédocles, fijaba que todo se componía de tierra, aire, agua y fuego. Y,
para Aristóteles, era aquello que no precisa de ninguna otra esencia para
existir; sino únicamente de sí mismo.
Tuvieron que transcurrir muchos siglos
hasta que Darwin defiende el transformismo y la ascendencia común de todos los
organismos vivos y asume que, en última instancia, el primer organismo original
debió surgir a partir de la materia inorgánica. O sea, deducía que de la misma
naturaleza de la materia podía emerger la vida. No obstante, ante las muchas
controversias y escasa consistencia que generaba su teoría, fue muy cauteloso a
la hora de proponer un paso entre la materia inorgánica y la vida. De hecho, el
mismo año 1859, en el que Darwin publicó su obra “El origen de las especies”,
otro gran investigador, Louis Pasteur, comenzó a realizar unos experimentos que
probaban la imposibilidad de la generación espontánea para cualquier organismo
viviente, incluyendo los microorganismos. Los ensayos de Pasteur ocasionaron
tal impacto, que hasta el propio Thomas Henry Huxley, amigo e incondicional seguidor
de Darwin, desestimó y rebatió la viabilidad de que la materia orgánica surtiera
de la inerte en una conferencia pronunciada en 1870 titulada “Biogénesis y
abiogénesis”. Ante tal controversia y para salvar la cuestión, algunos
científicos como Richter, en 1865, y más tarde Arrhenius, a comienzos del siglo
XX, comenzaron a apoyar la teoría de la panspermia. Teoría, en la que se plantea
que la vida, en forma de microbios primitivos o cosmozoas, de comportamiento
similar a las bacterias, pudo haber llegado al planeta Tierra desde el espacio,
evolucionando posteriormente hasta las formas actuales.
En 1924, el científico soviético,
partidario del materialismo dialéctico, Alexander Oparin, plasmó significativos
progresos en relación al origen de la vida en la Tierra. La teoría de Oparin, que
era bioquímico y biólogo, se fundamentaba en un progreso continuo de la
trasformación química de las moléculas de carbono en la sopa cósmica primitiva.
Unos años más tarde, Oparin formuló su teoría sobre la aparición y presencia de
vida en la Tierra. Y para ello, propuso que la originaria atmósfera terrestre
contenía altas concentraciones de metano, hidrógeno y amoniaco. Atribuyendo la
presencia de agua al vapor que acompañaba a las abundantes emisiones volcánicas
de la época, tal y como ocurre en la actualidad. Estos componentes químicos,
unidos a las elevadas temperaturas, los rayos ultravioleta y las descargas
eléctricas en la primitiva atmósfera, habrían impulsado y producido reacciones
químicas de los elementos que, a su vez, crearían y desarrollarían los
iniciales aminoácidos; es decir, materia orgánica. Y, de los aminoácidos, se pasaría
a las primeras proteínas sencillas.
La teoría de Oparin fue asumida por el
bioquímico estadounidense Stanley Miller, el cuál en 1953 llevó a cabo el correspondiente
experimento. Para ello, construyó un sencillo aparato en el que mezcló agua (H2O),
metano (CH4), amoniaco (NH3) e hidrógeno (H2), que eran los gases existentes en
la primigenia atmósfera terrestre, y para imitar las corrientes eléctricas;
esto es, las aportaciones de energía, empleó electrodos. De esta forma,
copiando las circunstancias prebióticas obtuvo la producción de aminoácidos,
algunos azúcares y ácidos nucleicos. De ahí a la aparición de las primeras
proteínas y posteriormente los incipientes seres vivos en forma de bacterias
fue solo cuestión de tiempo. En resumen, Miller, consiguió crear materia
orgánica a partir de materia inorgánica, lo que dio como resultado la creación
de las primeras formas de vida. En consecuencia, se puede decir que a partir de determinadas sustancias inorgánicas y
bajo la acción de diferentes fuentes de energía, se sintetizaron los primeros
compuestos orgánicos, y la congregación y anexión de éstos dio ocasión a la creación
de otros combinados de mayor complejidad. Y este desarrollo prosiguió hasta la
aparición de las primeras células.
Por consiguiente, de
alguna manera, cabe afirmar que descendemos de las bacterias y compartimos con ellas 5.000 genes; lo que supone que
en una
cuarta parte, somos exactamente
iguales. Así pues, ¿qué somos? Biológicamente la vida
es la propiedad o cualidad esencial de los animales y las plantas, por la cual
evolucionan, se adaptan al medio, se desarrollan y se reproducen. Tal vez por
ello, parece razonable que nos interroguemos sobre la
famosa trilogía de ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? y ¿hacia dónde vamos?.
Unas preguntas que se ha venido haciendo el homo
sapiens desde el primer momento que tuvo conciencia de su existencia; o sea,
desde el instante que adquirió conocimiento de sí mismo y de su entorno.
Interpelaciones que, de una u otra forma, nos hacemos todos en alguna etapa de
nuestra existencia; aunque no sé si tienen respuesta. Y de ser así, de no
tenerla, quizá es que los seres humanos escondemos un problema de identidad. Y
es que como nos dejó dicho el matemático, físico y filósofo Blaise Pascal, "El
corazón tiene razones que la razón no
entiende". O, en este caso, dicho de otra manera, hay principios,
capacidades y fines en la vida que la razón no entiende; pues no se puede
definir lo indefinido. Continuará…