Al igual que
otros cientos de miles de ciudadanos,
vengo soportando, desde que apareció la
pandemia de la Covid19, un sinfín de WhatsApps, Pdfs, Formatos de vídeo
de todo tipo, Archivos.docx, PowerPoints y similares, vídeos de Youtube, audios etc…, en los que, si bien algunas de las informaciones vienen avaladas por personas de
reconocido prestigio científico y/o académico, la inmensa mayoría corresponden
a individuos imbéciles que no se recatan de serlo y demostrárnoslo, contándonos
las más absurdas teorías sobre el coronavirus. Y colocando siempre las infinitas tonterías que proclaman, en primera
fila, para ser vistas. Quizá, porque sus inteligencias tienen escasos límites y
sus estupideces son, para ellos y quienes se las creen, incomparablemente más
fascinantes. Y es que, como decía el filósofo alemán, Arthur Schopenhauer, “la
cantidad de rumores inútiles que un hombre puede llegar a decir y divulgar es
inversamente proporcional a su inteligencia”.
Durante todo este tiempo, he estado resistiéndome a
valorar semejante desvarío. No quería, me contrariaba hacerlo. Me decía, no
entres en el improperio, en la denostación o el insulto; pues arrojar vergüenza
sobre unos oponentes que ignoran que aludes a ellos en un medio de prensa, no deja de ser más que un mecanismo retórico
que me sirve para soltar la acrimonia y desazón que llevo dentro. Pero, viviendo y siendo agitados, en estos problemáticos tiempos, por
facciosos desinformadores y alborotadores sociales, cuyo objetivo final es
hacernos sufrir tanto física como psicológicamente, he decidido entrar al
trapo, como suele decirse en términos taurinos. Y me he adentrado, porque optar
por el silencio era como unirme y ser copartícipe de esa inmensa colección de
turbulentos perturbados.
Es por ello, que
me parece importante, incluso capital, concienciar a la
población, a través de estas líneas, en la medida de lo posible, para que
respetemos todas las medidas de salud actualmente impuestas por el Govern de la
Generalitat y el Gobierno del Estado, sin cuestionar ninguna. Pues, si dudamos
de los procesos de protección llevados a cabo por nuestros representantes
políticos, estaremos ayudando a los divulgadores de esas conspiraciones de las
élites económicas mundiales, que orquestan la gestión de la pandemia, como
método para imponer un control masivo y globalizado de las poblaciones
occidentales y, así, establecer un “Nuevo Orden Mundial”. Creo que no debemos
hacerles caso. Pienso que tenemos que llevar, con cierto orgullo, la mascarilla
obligatoria como estándar, como un símbolo de la lucha contra la pandemia y
frente a esos paranoicos charlatanes que, son los mismos que están en el origen
y divulgación de otros males como, el odio, el racismo, la pobreza,
el antisemitismo y/o la violencia de
género, y que afectan a nuestra sociedad
día tras día.
Por lo tanto, no
creamos a todos esos farsantes, ni a esos seudocientíficos. No creamos a todos
aquellos que inundan las redes sociales y otras plataformas con discursos
nauseabundos y que vienen a explicarnos, por ejemplo, que el tamaño de un virus
es menor que el filtrado de una máscara quirúrgica. O que ya existe un tratamiento que se
practica en muchos países. O que la segunda ola de la epidemia de la Covid 19,
es un método para asustarnos y/o que si los casos registrados aumentan es solo
porque ahora estamos testando a más personas. Es suficiente mirar y comprobar
las cifras de hospitalización y muertes publicadas todos los días para saber
dónde está la verdad.
Como otros
muchos conciudadanos, soy consciente de
que “la mascarilla”, ciertamente, no es muy agradable de usar en este período
de verano. Estoy de acuerdo, pero será bastante diferente cuando llegue el
próximo otoño y e lejano invierno, ¡pensemos en ello! No hay ninguna duda, la mascarilla nos protege y nos tranquiliza. Y no solamente de este
virus, sino, también, de tantas otras enfermedades…
Por tanto,
huyamos de los denunciantes que
tratan de engañarnos y atemorizarnos, poniéndonos migajas y fragmentos de
"información" recogidos en montañas de turbios y ridículos videos. ¡Huyamos de ellos! ¡Evitémoslos como la peste! Son la peor escoria
de la humanidad. Su objetivo es enfrentarnos, dividirnos. Solamente pretenden
hacernos creer que nos arrastramos a una distopía, a un nuevo paradigma en el
que cada individuo estará solo ante sí mismo y tendrá que sufrir o angustiarse,
para permitirse la ilusión de una aparente libertad. La libertad está
aquí, en nuestras manos. La mascarilla, mientras no se descubra una vacuna eficaz, nos
permite, a pesar de la pandemia, poder encontrarnos, vernos, trabajar,
consumir, entretenernos, divertirnos. Y todo esto, si bien, con cierta
precaución y con restringida
tranquilidad. Nos lo dicen y repiten todos los profesionales de la salud: la
mascarilla y las distancias de
seguridad, hoy por hoy, son la única solución para luchar contra la Covid19, pues no tenemos nada mejor. ¡Hagámosles caso!
Finalizo. Dicho
lo cual, me interpelo y pregunto, ¿es franqueza o ironía lo que digo? En todo caso, si lo dicho es ironía, es que
quiero dar a entender lo contrario de lo que expreso y, por consiguiente, resulta
ser paradójicamente opuesto a lo indico en mi escrito. Y si no fuera así, lo
oportuno es reír al igual que el
filósofo Demócrito de Abdera, al que llamaban “el filósofo que ríe”; pero, en
este caso a carcajadas. Y, tal vez, río,
porque no puedo dejar de pensar en lo que nos decía otro gran filósofo, Immanuel
Kant, “se puede percibir la inteligencia de una persona a través de las dudas
que puede soportar”. Quizás sea, por ello, que me surgen y asaltan algunos
interrogantes como: ¿es acaso despreciable preocuparse por las libertades fundamentales?,
¿hemos tenido y soportado violaciones de nuestros derechos fundamentales
durante el Estado de Alerta?, ¿ hemos asumido como realidad alguna otra
información distinta de la narrativa oficial?, ¿estamos entrando en un mundo de
hipervigilancia masiva y de conformismo supersticioso, donde el cientifismo, que no la ciencia, sirve
de brújula?, ¿vivimos en una sociedad plena de un delirio generalizador, llena
de juicios de valor, sin ninguna referencia ni fuente y con afirmaciones absolutas,
gratuitas, perentorias y sin matices?. Aparentemente sí, o ¿acaso no? Y es que
las palabras no siempre quieren decir lo que dicen. Piénselo.
Cito, para
terminar, lo que ya nos hacía saber Maquiavelo: “El que controla el miedo de
las personas se convierte en el dueño de sus almas “
Buen día.