lunes, 21 de septiembre de 2015

La Historia Nacionalista




Bandera Indepenista de Cataluña
Cada tribu, pueblo, país, nación, estado o potencia mundial ha contado, cuenta y contará, a través de sus historiadores oficiales, la crónica sublimada de sus avatares a través de los tiempos. La historia de cada pueblo es el canto poético y trascendental de sus héroes y batallas. Hasta ahora, la grandilocuencia narrativa ha sido la pauta utilizada por todos los historiadores, salvo raras excepciones, para contar las virtudes de su raza y de sus hombres y mujeres desde el origen hasta los tiempos actuales del desenvolvimiento patrio. El ensueño y la melancolía adornan la leyenda de la amada tribu en sus vicisitudes históricas por los mundos de Dios. Actitud normal. Cada pueblo es el centro del universo geográfico e histórico. Cada pueblo es el centro del acontecer humano. Es la ley de la perspectiva individual como única forma de interpretar el entorno humano. La fuerza del sentimiento tribal de la comunidad rompe todos los esquemas del análisis frío e imparcial de los hechos históricos. Siempre se ha de barrer para adentro a la hora de la interpretación de los conflictos tribales en el curso de la historia. Los “otros” son las sombras que envuelven y dificultan el pleno desarrollo de la tribu en expansión. En este sentido, cada tribu se considera el centro del universo. Y la interpretación de la historia siempre ha de estar condicionada por este sentimiento tribal partidista, irracional y apasionado.

Para cada tribu concreta los demás pueblos son adversarios aliados o enemigos. Cuando una tribu o nación agrede a otra, el historiador oficial de la agresora procura no considerar este hecho como una tal agresión, sino como una reacción noble de su pueblo contra la provocación de la patria enemiga. Lo que para el pueblo agredido significa un criminal ataque, es considerado por el agresor como una defensa necesaria. .Esto se ve claramente en el proceso eterno del imperialismo tribal a lo largo y ancho de la historia. Cuando los europeos se lanzaron, a la aventura de colonizar el Nuevo Mundo, justificaron “ingenuamente” su agresión contra los pueblos indígenas con la excusa de que les guiaba una misión culturizante y evangelizadora. Asesinaron, robaron, usurparon a unas tribus menos “civilizadas” sus tierras y sus riquezas en nombre de una “sublime cruzada”.

Este autoengaño piadoso del imperialismo devastador del ser humano curioso y dominador es la norma generalizada de la justificación histórica de los peores “crímenes”. Los ambiciosos líderes tribales que lograron ampliar las fronteras de su patria hasta límites insospechados, siempre sintieron la necesidad de justificar su desmedido afán imperialista, sacando a relucir providenciales misiones celestiales, salvaciones y redenciones. Las gestas imperiales son contadas con todos los recursos demagógicos, con todas las alusiones a los designios divinos y como exaltación de las virtudes de la raza que intenta ganar nuevos y fervorosos hijos conversos. Toda la grandeza y el honor de la rama tribal victoriosa se ensaña contra el enemigo indefenso que siente caer sobre su cabeza la mano asesina que le despoja de vida y hacienda. Para el historiador oficial de cada determinada tribu imperialista no existen tales crímenes. Al contrario, se enaltece semejante barbarie, propia de la ley de la selva, amparándose en el mito redentor. Así se ha escrito la historia nacional en cada país o estado y así se continuará enseñando a los discentes en las aulas de los colegios, institutos y hasta universidades de cada tribu patria. El patriotismo tribal es el símbolo del fanatismo interesado.

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