Bandera Indepenista de Cataluña |
Cada tribu,
pueblo, país, nación, estado o potencia mundial ha contado, cuenta y contará, a
través de sus historiadores oficiales, la crónica sublimada de sus avatares a
través de los tiempos. La historia de cada pueblo es el canto poético y
trascendental de sus héroes y batallas. Hasta ahora, la grandilocuencia
narrativa ha sido la pauta utilizada por todos los historiadores, salvo raras
excepciones, para contar las virtudes de su raza y de sus hombres y mujeres desde
el origen hasta los tiempos actuales del desenvolvimiento patrio. El ensueño y
la melancolía adornan la leyenda de la amada tribu en sus vicisitudes
históricas por los mundos de Dios. Actitud normal. Cada pueblo es el centro del
universo geográfico e histórico. Cada pueblo es el centro del acontecer humano.
Es la ley de la perspectiva individual como única forma de interpretar el
entorno humano. La fuerza del sentimiento tribal de la comunidad rompe todos
los esquemas del análisis frío e imparcial de los hechos históricos. Siempre se
ha de barrer para adentro a la hora de la interpretación de los conflictos
tribales en el curso de la historia. Los “otros” son las sombras que envuelven
y dificultan el pleno desarrollo de la tribu en expansión. En este sentido,
cada tribu se considera el centro del universo. Y la interpretación de la
historia siempre ha de estar condicionada por este sentimiento tribal partidista, irracional y apasionado.
Para cada
tribu concreta los demás pueblos son adversarios aliados o enemigos. Cuando una
tribu o nación agrede a otra, el historiador oficial de la agresora procura no
considerar este hecho como una tal agresión, sino como una reacción noble de su
pueblo contra la provocación de la patria enemiga. Lo que para el pueblo
agredido significa un criminal ataque, es considerado por el agresor como una
defensa necesaria. .Esto se ve claramente en el proceso eterno del imperialismo
tribal a lo largo y ancho de la historia. Cuando los europeos se lanzaron, a la
aventura de colonizar el Nuevo Mundo, justificaron “ingenuamente” su agresión
contra los pueblos indígenas con la excusa de que les guiaba una misión culturizante
y evangelizadora. Asesinaron, robaron, usurparon a unas tribus menos “civilizadas”
sus tierras y sus riquezas en nombre de una “sublime cruzada”.
Este
autoengaño piadoso del imperialismo devastador del ser humano curioso y
dominador es la norma generalizada de la justificación histórica de los peores
“crímenes”. Los ambiciosos líderes tribales que lograron ampliar las fronteras
de su patria hasta límites insospechados, siempre sintieron la necesidad de
justificar su desmedido afán imperialista, sacando a relucir providenciales misiones
celestiales, salvaciones y redenciones. Las gestas imperiales son contadas con
todos los recursos demagógicos, con todas las alusiones a los designios divinos
y como exaltación de las virtudes de la raza que intenta ganar nuevos y
fervorosos hijos conversos. Toda la grandeza y el honor de la rama tribal
victoriosa se ensaña contra el enemigo indefenso que siente caer sobre su
cabeza la mano asesina que le despoja de vida y hacienda. Para el historiador
oficial de cada determinada tribu imperialista no existen tales crímenes. Al
contrario, se enaltece semejante barbarie, propia de la ley de la selva, amparándose
en el mito redentor. Así se ha escrito la historia nacional en cada país o
estado y así se continuará enseñando a los discentes en las aulas de los
colegios, institutos y hasta universidades de cada tribu patria. El patriotismo
tribal es el símbolo del fanatismo interesado.
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