lunes, 5 de octubre de 2015

Regreso al Otoño



Reabro el kiosco. Hace unos días que se me escapó el verano y me recibió un otoño que me trae los recuerdos de un pasado no tan lejano.
Después del letargo estival en la playa de Cambrils, plagado de unos ritos que han sido soportados gracias a algunas lecturas selectivas, regreso al ritmo de Lleida ansioso de encontrar algunas inesperadas propuestas que me hagan olvidar, con prontitud, el sol del estío y las largas zambullidas en el cálido  mar Mediterráneo.

Vuelve la “tardor” y, con ella, los sugestivos colores de la naturaleza y los postreros días de rebajas. Desde el balcón de casa, contemplo la alameda del “Parc dels Camps Elisis” en la que empiezan a hacerse notar algunas hojas recién teñidas de cobre. Es el arranque del paso de una estación a otra que rizará el rizo de la variedad cromática.

Regresa el otoño. Me asomo a él. Comienzo otra andadura e ingreso en otra estación del año en la que otras serán las pautas que regularán mi sendero. Un nuevo ciclo me llama a participar del juego. Mi ser es el mismo, mi cuerpo no tanto. Mis pasos más lentos. Mis esfuerzos más arduos. Mis sentidos más atentos, mis urgencias demorando el tiempo...

Y……., también, reabro el kiosco en espera de que los chamanes políticos nos den y aporten soluciones al pueblo; aunque no espero milagros; pues sabido es que la filosofía de fondo es análoga en todos ellos y el fin se confunde con el miedo…

Pasó la esquizofrenia política del 27S, y cerró su puerta septiembre. Comenzó octubre su andadura. Y en estos primeros días, cada atardecer, desde mi privilegiada atalaya, a pocos metros de distancia, he visto absorto el hip hop de las golondrinas. Danzaban, con un sinfín de movimientos, como marionetas de juegos ambulantes, reflejando sus formas en la dorada cúpula del cielo. Y también he visto, un día de estos, junto a la pasarela que cruza al Segre, la refinada forma con la que una corneja desmembraba una paloma gris que, tendida en el suelo, remedaba sin pretenderlo a cualquier ritual sacrificio de la historia.

Y del mismo modo, en estos días, contemplo las algas que aporta el Segre…¿Qué traerán esas singulares plantas acuáticas.?  Dibujan extrañas siluetas al observarlas sumergidas en las ondas de los rápidos que se forman junto a la pasarela del río. Nunca acaban de reposar. Siempre están en movimiento. Es como si alguien, desde la otra orilla, me las hubiese mandado reclamando una apremiante respuesta. Algas..., caprichosas algas, vestidas con múltiples colores. Suaves al tacto, melosas y envolventes, como un amoroso sueño. Absorben los aromas de las aguas y me los trae hasta mí que estoy anclado en la pereza de este balcón, varado en la penumbra del recién comenzado otoño.

Y ahora, hace un instante, en mi puesto vigía, como cada ocaso, unas brisas inquietas juegan con mis palabras. Brisas templadas, crepusculares. Brisas que rezuman momentos, que divagan, que sueñan. Brisas de hoy y de siempre, las que trajeron el fin de la fiesta mayor lleidatana. Brisas que, como cada año, engalanaron la ribera de Cappont modificando su habitual fisonomía, liberando sentimientos, atormentando el nocturno cielo con una atronadora explosión de fuegos artificiales llenos de luces de colores… Fin de fiesta. San Miguel ha terminado.

Se me hizo tarde. Al día ya no le queda tiempo. Ya no le cabe más. Me hace daño. Y es que no sé qué puedo hacer con tanto tiempo nocturno que no me cabe en el alma. Sencillamente, hoy no te he visto. No te he oído. Solamente he desgranado las horas de tu destiempo. Me he tenido que conformar con eso, con lo que he descubierto y el rosario de mis recuerdos…

El tiempo produce una gran desazón cuando uno llega a determinada edad. Hoy cumplo años. Quizá sea por eso…

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