Reabro el kiosco. Hace unos días
que se me escapó el verano y me recibió un otoño que me trae los recuerdos de
un pasado no tan lejano.
Después del letargo estival en la
playa de Cambrils, plagado de unos ritos que han sido soportados gracias a
algunas lecturas selectivas, regreso al ritmo de Lleida ansioso de encontrar
algunas inesperadas propuestas que me hagan olvidar, con prontitud, el sol del
estío y las largas zambullidas en el cálido mar Mediterráneo.
Vuelve la “tardor” y, con ella,
los sugestivos colores de la naturaleza y los postreros días de rebajas. Desde
el balcón de casa, contemplo la alameda del “Parc dels Camps Elisis” en la que
empiezan a hacerse notar algunas hojas recién teñidas de cobre. Es el arranque
del paso de una estación a otra que rizará el rizo de la variedad cromática.
Regresa el otoño. Me asomo a él.
Comienzo otra andadura e ingreso en otra estación del año en la que otras serán
las pautas que regularán mi sendero. Un nuevo ciclo me llama a participar del
juego. Mi ser es el mismo, mi cuerpo no tanto. Mis pasos más lentos. Mis
esfuerzos más arduos. Mis sentidos más atentos, mis urgencias demorando el
tiempo...
Y……., también, reabro el kiosco en
espera de que los chamanes políticos nos den y aporten soluciones al pueblo;
aunque no espero milagros; pues sabido es que la filosofía de fondo es análoga
en todos ellos y el fin se confunde con el miedo…
Pasó la esquizofrenia política del
27S, y cerró su puerta septiembre. Comenzó octubre su andadura. Y en estos
primeros días, cada atardecer, desde mi privilegiada atalaya, a pocos metros de
distancia, he visto absorto el hip hop de las golondrinas. Danzaban, con un
sinfín de movimientos, como marionetas de juegos ambulantes, reflejando sus
formas en la dorada cúpula del cielo. Y también he visto, un día de estos,
junto a la pasarela que cruza al Segre, la refinada forma con la que una
corneja desmembraba una paloma gris que, tendida en el suelo, remedaba sin
pretenderlo a cualquier ritual sacrificio de la historia.
Y del mismo modo, en estos días,
contemplo las algas que aporta el Segre…¿Qué traerán esas singulares plantas
acuáticas.? Dibujan extrañas siluetas al
observarlas sumergidas en las ondas de los rápidos que se forman junto a la
pasarela del río. Nunca acaban de reposar. Siempre están en movimiento. Es como
si alguien, desde la otra orilla, me las hubiese mandado reclamando una
apremiante respuesta. Algas..., caprichosas algas, vestidas con múltiples
colores. Suaves al tacto, melosas y envolventes, como un amoroso sueño.
Absorben los aromas de las aguas y me los trae hasta mí que estoy anclado en la
pereza de este balcón, varado en la penumbra del recién comenzado otoño.
Y ahora, hace un instante, en mi
puesto vigía, como cada ocaso, unas brisas inquietas juegan con mis palabras.
Brisas templadas, crepusculares. Brisas que rezuman momentos, que divagan, que
sueñan. Brisas de hoy y de siempre, las que trajeron el fin de la fiesta mayor
lleidatana. Brisas que, como cada año, engalanaron la ribera de Cappont
modificando su habitual fisonomía, liberando sentimientos, atormentando el
nocturno cielo con una atronadora explosión de fuegos artificiales llenos de
luces de colores… Fin de fiesta. San Miguel ha terminado.
Se me hizo tarde. Al día ya no le
queda tiempo. Ya no le cabe más. Me hace daño. Y es que no sé qué puedo hacer
con tanto tiempo nocturno que no me cabe en el alma. Sencillamente, hoy no te
he visto. No te he oído. Solamente he desgranado las horas de tu destiempo. Me
he tenido que conformar con eso, con lo que he descubierto y el rosario de mis
recuerdos…
El tiempo produce una gran
desazón cuando uno llega a determinada edad. Hoy cumplo años. Quizá sea por
eso…
Felicidades.
ResponderEliminarPilar
Poétic, preciós, precís, detallista.
ResponderEliminarMoltes felicitats!
Joana