miércoles, 29 de marzo de 2017

Información y conocimiento



Las nuevas tecnologías imprimen una enorme velocidad a nuestras comunicaciones habituales. Sin embargo, sin querer aparecer como catastrofista o algo parecido, lo cierto es que este hecho provoca en los jóvenes una especie de afasia en su vocabulario. Con tal de expresar más conceptos con menos palabras y de manera más rápida, al escribir, van suprimiendo tantos caracteres que comienza a ser inquietante por el parecido que va teniendo, lo que intentan decirnos, con el Morse. Vivimos en una época en la que la velocidad es el todo. Una época a la que denominamos pomposamente como la era de la información; aunque entiendo que, quizá, sería más correcto denominarla como la era de los WhatsApps . Y el problema es que la palabra WhatsApp significa, hablando coloquialmente, ¿qué pasa? ¿Y qué es lo que pasa?, pues que los mensajes que a millones van diariamente circulando de un lado al otro del planeta, no son realmente información hasta que no se expresan y modulan adecuadamente. Por ello, aprender a leer el lenguaje de los whatsapps es casi tan complejo como aprender a organizar los datos en un nuevo idioma. Un extraño e insólito lenguaje en el que cada palabra la descifra no el órgano del oído, sino la vista. Y esto, siempre y cuando tenga uno un campo de visión muy amplio; pues, en caso contrario, invariablemente lo veremos todo muy borroso, en lugar de visualizarlo con meridiana nitidez, que es el origen y fundamento de la herramienta del lenguaje.
Publicado en el diario La Mañana el 29-03-2017

En este sentido transcendente de la voz y la palabra, y a modo de ejemplo, refiero un hecho que tozudamente se repite en mi vida cada cierto período de tiempo. Tengo un amigo navarro que es un verdadero experto en Micología. Cada año, cuando nos vemos en verano, me habla con pasión de algunas de las más de treinta variedades que recoge en los montes de su tierra: el Cantharellus cibarius, el Boletus edulis, la Amanita caesarea, la Seta calabaza, el Laetiporus sulphureus, el Lactarius deliciosus, los Rebozuelos, las Colmenillas, los Pleurotos, los Bejines o Cuescos de lobo y otras muchas más… y me quedo absorto escuchándole. Luego, algún mes más tarde, cuando ya el estío camina hacia su ocaso y aparecen las primeras lluvias, a veces, salgo al Solsonès, el Pallars Sobirá o el Alto Ribagorça, en busca de semejantes manjares gastronómicos. Constantemente obtengo el mismo resultado, regreso a casa con las manos vacías; pues, aunque vea setas y hongos por doquier, soy un ignorante consumado en la materia y no me atrevo a recoger ninguna. Y es que, como dice el profesor, crítico y teórico de la literatura comparada, George Steiner: “No hay que confundir la información con el conocimiento”.


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