No cabe la menor duda de que el
ex presidente del Gobierno Mariano Rajoy es un hombre con un perfil psicológico
singular, digno de ser estudiado en alguna cátedra de Facultad Universitaria.
Digo esto, porque no se entiende que la tarde en la que se jugaba su futuro político,
en vez de estar en el hemiciclo del Congreso
de los Diputados escuchando atentamente el debate sobre la moción de
censura presentada por Pedro Sánchez contra él, estuviese en el restaurante Arahy,
situado en la calle Alcalá. Pero, si bien este hecho resulta insólito, no
debería extrañarnos; ya que, siendo ministro de Interior del segundo Gobierno
de Aznar, cierto día, les dijo a unas personas que cenaban con él: “cuando hay un problema lo mejor es estar
por ahí…”. De la misma manera, siendo ministro de Educación y Cultura, “estuvo por ahí” cuando explicó que las
quejas de la gente de la enseñanza era materia de Administraciones Públicas. Por
ello, no es extraño que haya estado, “igualmente
por ahí”, mientras la corrupción hacia metástasis en el cuerpo del PP. Y es
que, Mariano Rajoy, siempre “ha estado
por ahí” como una forma de sobrevivir.
Quizá, esta actitud de “estar por ahí”, es la que explica que
Mariano Rajoy se haya tomado tan a beneficio de inventario la pasada sesión
parlamentaria en la que se celebraba la moción
de censura” contra él y su Gobierno. De repente, los que, atentos a la
pantalla, seguíamos el debate, comprobamos con asombro que el presidente del
Gobierno se había esfumado y, en su
lugar, había un bolso. Nadie sabía la razón. Todo hace suponer que su ausencia
se debió a que, él mismo, tenía la sensación de que estaba interviniendo en un proceso
no democrático; un simulacro político en el que una cohorte de aventureros y
villanos, convertidos mágicamente por los hados en eventuales “Señorías
Diputados”, estaban haciendo algo parecido a un asalto al Congreso. Solamente al
final de la sesión parlamentaría, cuando tuvo el gesto de decir sus últimas
palabras, en el saludo, pareció entender que lo que había ocurrido era algo
impecablemente democrático. La realidad objetiva de Rajoy acababa de
evaporarse. Su indignación moral mostrada durante el debate de la moción de censura, había sido similar a
la estrategia tipo que utilizan los idiotas para dotarse de una supuesta
dignidad. Y es que, cualquiera puede dominar un sufrimiento, excepto el que lo
siente.
No es la primera vez, ni será la
última que algún otro político, como Rajoy, intente enfrentarse al pasado,
patrimonio exclusivo de los hombres, con la mirada fresca del presente. La
fabulosa capacidad demostrada por el ex presidente del Gobierno, para echar sus
propias culpas en cara a los demás, le permite convertir al tiempo en losa o
entelequia, le faculta, directamente o de rondón, a contestar al pretérito, a
vitalizarlo y hacerlo tal y como quisiera que hubiera sido. Ya lo dijo Kipling,
al final de alguna de sus historias: “así
debería haber ocurrido”. Pero…, no sucedió.
Como siempre brillante, de ese señor no me extraña nada.��������
ResponderEliminarMirta
Me ha gustado mucho tu artículo. Efectivamente, Rajoy siempre ha estado por ahí.
ResponderEliminarSantiago
Me parece muy bien lo que dices y lo comparto. Pero también entiendo que es humano reaccionar de forma "no debida" cuando te la juegan como se la jugó el PNV. Pero ya sabemos que los nacionalistas siempre caen de pie.
ResponderEliminarUn abrazo.
Jaime
Bravo!
ResponderEliminarJuan Antoniuo estás a todo. Gracias por ilustrarnos.
Un abrazo.