Muchas veces, presenciando
el incívico comportamiento de algunos de mis congéneres en la playa o viendo
los programas e informativos de las cadenas de televisión o leyendo el diario, pienso
que este país, en su conjunto, está asilvestrado. Es muy probable que la razón
estribe en que, por este solar patrio, la ilustración pasó tan de puntillas
que, en realidad, solamente nos rozó y eso se nota y mucho.
A lo mejor, ahora que
comenzamos a entrar en dimensiones cuánticas, sea posible que dentro de algún
tiempo vuelva la civilización a nuestra historia y la vida, algo más sensible y
cuerda, entre a borbotones en nuestra efímera existencia de forma tal que
podamos disfrutar de los placeres de la avanzada madurez sin repulsas ni
estridencias.
Otras muchas veces, en
este extremadamente caluroso verano, regreso, de manera un tanto inconsciente e
ingenua, a otra fase de mi vida en la que me veo como en mis curiosos y
furiosos juveniles años, lleno de un idealismo desatado. Y me acuerdo de las
vivencias con mis amigos de entonces, cada uno en su rol, con los que reía,
lloraba, gritaba, callaba, compartía y me explayaba con alguna amiga especial.
Y, algunas otras veces, tras
amainar alguna esporádica tormenta, decido perderme unos días en un mundo
aparte conmigo mismo. ¿A ver si esto va a ser un síntoma de madurez
avanzada...?
Y, en el mientras tanto,
así va transcurriendo el verano, con algún despiste, que hace que la vida se
encargue de traerme a la realidad, al aterrizar mi cuerpo violentamente en el
suelo junto a la moto. Como me ocurrió el pasado viernes 27.
Curadas las heridas, sigue
haciendo calor en Cambrils y mi corazón late. ¿Puedo pedir más...? Sí. Ser en
la vida romero, romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos, como nos
decía el genial poeta zamorano, León Felipe.