Llevo muchos años leyendo
diariamente la prensa aferrado al papel Después de leer los artículos de
cabecera, lo único que puedo añadir es que, a pesar de que cada uno de ellos
expone aspectos distintos, conforman un todo. Y ese conjunto bloque es su línea
editorial, con la que no siempre estoy de acuerdo; pues las noticias, crónicas reportajes,
comentarios me interpelan y obligan a hacer una reflexión sobre mi posición
individual ante las situaciones que los autores proponen. Y, en ocasiones, no
es coincidente con mi apreciación.
Frecuentemente, los
medios me hablan, y nos hablan, sobre la necesidad actual de configurar unas leyes
y unas sociedades más equilibradas, por ser más permeables a la novedad y
porque nos permitirían buscar el equilibrio necesario para que nada se
descomponga. Ya que es evidente que hay determinados grupos sociales que han
logrado imponer sus ideas y presentarlas como algo nuevo, cuando, en realidad,
nos hacen retroceder a posiciones que ya creíamos superadas.
La Mañana 28.01.2019 |
En este contexto, me llama
la atención que en una época, como la que estamos viviendo en este y otros
países, en la que, globalmente, la gente está mejor formada que nunca y que se
le supone poseedora de suficientes herramientas intelectuales como para poder
hacer un análisis certero sobre los intereses de los grupos dominantes, estén
cayendo en la trampa de creer todas las “ocurrencias” de cualquier vendedor de
sueños, aunque sean manifiestas mentiras. Y, además, aceptar como verdades
irrefutables, una distorsión deliberada de la realidad que manipula creencias y
emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.
Me refiero a lo que nos ofrecen todos esos demagogos, maestros de la posverdad.
Y en este ambiente de
enredo, se hace intensamente tenaz la máxima de que todas las opiniones son
valiosas. Es una afirmación de la que discrepo; pues, a mi entender, todas las
opiniones son opiniones, pero no siempre valiosas. Serían valiosas si de su
análisis sacásemos conclusiones provechosas, en el sentido de ser beneficiosas
para la sociedad. Desde mi punto de vista, en ocasiones, somos tan simples que
después de tantos años y tanta historia, seguimos buscando mesías y continuamos
sin escuchar a los que proponen soluciones más sensatas. En este sentido, quizá,
sería conveniente ver y valorar qué es lo que hemos aprendido. En el campo
político me temo que poco o nada y en el económico me pregunto si los Estados,
han tenido alguna vez, y tienen hoy en día, capacidad suficiente para imponerse
al gran capital. Pues conocido es que aquellos que provocaron el horror,
sobresalto y angustia de la última crisis mundial, la gran recesión económica
que comenzó en el año 2008 y que fue originada en los Estados Unidos, están en
la calle.
Estoy preocupado, seguramente
porque viendo lo que sucede a mí alrededor, atisbo la llegada de una sociedad
en la que no me reconozco y esa presunta sospecha me provoca desazón. La
inseguridad, la pobreza, el miedo y la desigualdad crecen de forma exponencial
en nuestro mundo. Cuando uno lee, oye y ve en los medios que Jeff Bezos, el
dueño de Amazon, tiene una fortuna valorada en 90.284
millones de euros, que Amancio Ortega, propietario de Inditex, posee un Patrimonio neto de 62.700
millones de Euros, por citar dos ejemplos de riqueza, y que en Valencia una
señora de 66 años, desahuciada y con un hijo discapacitado, se ha tenido que ir
a vivir a un trastero de 5 metros cuadrados, me pregunto: ¿qué se puede hacer
ante esta inmensa paradoja? ¿Tirarnos a la calle como los chalecos amarillos en
Francia? Y lo más triste, ante semejante y brutal desproporción, es intuir y
percatarse de que, al final, el sistema absorberá la revuelta, como absorbió el
mayo del 68 y ha absorbido el 15M. Y es que con las leyes pasa como con las
salchichas, es mejor no saber cómo se hacen. Así que, mientras tanto, ante tan
inhumana y cruel incongruencia de una sociedad en la que cabalgan juntas la más
ignominiosa riqueza imaginada y la mayor desesperanzada miseria, me preparo
para que, si llega el momento de hacerse realidad semejante absurdo
contrasentido, no me vea corriendo detrás de la seguridad y la supuesta verdad.
Decía Confucio que, “En
un país bien gobernado debe inspirar vergüenza la pobreza. En un país mal
gobernado debe inspirar vergüenza la riqueza”. Y esto es lo que ocurre en nuestro
mundo, que, hoy por hoy, en nuestros días, no hay vergüenza.