La vida, nuestras vidas, se mueven siempre en
la frontera entre lo posible y lo imposible, entre la realidad y el deseo. Es
un territorio en el que algunas personas se mueven de una forma natural sin
forzar nada, mientras que a otras les cuesta un supremos esfuerzo modificar el
rumbo que el destino les ha marcado. Estas últimas son los que, un buen día, se
acercan al espejo y se preguntan incrédulos ¿cómo he llegado hasta aquí? Y es
que, todo lo que conforma lo que llamamos vida, es la suma de haber tomado unas
pequeñas decisiones que bien podrían haber sido otras y, en ese supuesto,
nuestra vida no sería la misma, habría cambiado.
Realmente, lo que somos está repleto de una
sucesión de hechos reales y posibles. Pero que podrían haber sido otros y nos
produce vértigo imaginar lo que nos hubiera ocurrido si hubiéramos optado por
alguna de esas otras vías alternativas. La vida la vamos modificando casi cada
día, ya que las grandes deliberaciones que adoptamos siempre vienen precedidas
por otras más pequeñas que, generalmente, nos pasan inadvertidas.
La Mañana 29.01.2020 |
Somos lo que somos gracias a entusiasmos y
afanes que revolotean a nuestro alrededor con la misma destreza que lo hace una
abeja en busca del néctar de una flor. Tal vez por eso, lo que somos o lo que
llagamos a ser tiene mucho que ver con juicios de valor aparentemente nimios. ¿Qué
hubiera sido de mi vida si aquella noche no hubiera salido de casa con los
amigos? o ¿qué hubiera ocurrido si hubiese rechazado la proposición que
dulcemente me hizo estando juntos en el sofá de aquella discoteca? En ambos
casos, si hubiésemos tomado otra determinación, hoy seríamos otro, no digo ni
mejor ni peor; pero sí distinto. No seríamos el mismo. Probablemente nos
reiríamos con otras personas diferentes, leeríamos otros libros, viajaríamos de
vacaciones a otros lugares… Y es que la vida, a través de nuestros juicios,
osadías, valores y/o ánimos, nos va inclinando a escoger entre una cosa y otra.
Y lo hace de una forma tan sutil y casi tan imperceptible hacia un determinado lado
de unas vidas paralelas que, cuando nos damos cuenta, ya no podemos escapar.
A lo mejor no somos más que instantes,
coyunturas, efímeros soplos temporales y un encadenamiento de recuerdos. Con
nuestro tiempo repleto de horarios y reuniones de trabajo, hemos pervertido la
trascendencia de la vida. Desde esta perspectiva el tiempo se vuelve escaso y
echamos de menos todo aquello que no hemos hecho. Y es que caminando en estos
espacios y con estas realidades, no es aceptable vivir ni proceder de tal
manera que no nos ocasione ningún daño.
Ya nos lo indicó el escritor británico
Gilbert Keith Chesterton: “Siempre se ha creído que existe algo que se llama
destino, pero siempre se ha creído también que hay otra cosa que se llama
albedrío. Lo que califica al hombre es el equilibrio de esa contradicción”. Posiblemente
la historia de nuestra vida está escrita, como dice el citado autor, por el
hecho de que el destino agita y revuelve las cartas, y nosotros las jugamos. Quizás,
al final, recogemos lo que nos hayamos merecido o, tal vez, nuestro éxito o
fracaso no son más que las decisiones del destino.