En
estos días en los que el Covid19 se ha instalado en nuestros hogares a todas
horas, el conjunto de los medios de comunicación se hacen eco anunciando la tan
temida recesión económica que acontecerá tras la pandemia. El Fondo Monetario
Internacional augura para España una caída aproximada al 8% o más del Producto Interior Bruto y un paro, como
mínimo, del 20%; así como el decrecimiento generalizado de
la actividad económica que traerá, como consecuencia, múltiples desastres en el
paisaje bursátil.
De tal
forma que ahora, cuando la bruma económica agobia e intimida, entre tanto
cambio y duda se nos extravió lo único que nos quedaba pendiente por vivir: el
futuro. Y es que el coronavirus nos ha traído al presente que los humanos de
nuestra avanzada y tecnológica sociedad, somos unos ilustres ignorantes,
desorientados e inexpertos ciudadanos que vamos caminando, todo lo deprisa que
podemos, hacia la búsqueda de un “bálsamo de Fierabrás” que pueda protegernos
contra unos microscópicos microorganismos casi completamente desconocidos. Y así, la urgencia de encontrar
una solución en el presente inmediato desvanece el pasado; ya que, de momento,
lo que pueda venir es una incógnita potenciada por la ignorancia.
Según
parece y nos dicen los expertos, se nos avecina una debacle económica sin
precedentes. No obstante, siendo tan importante nuestra economía y el
consecuente bienestar familiar, ¿por qué no se habla o se hace en voz baja, de
la continua recesión interna que sufrimos en todos los aspectos
afectivo-emocionales a causa de la pandemia? En este contexto, analicemos un
poco el paisaje humano que actualmente tenemos: los ancianos están siendo los
principales perjudicados por la virulenta y rápida expansión del coronavirus,
superando el 40% de los enfermos que han fallecido, y los que van quedando cada
vez permanecen y aguantan más solos, masticando las horas que les quedan
delante de programas-basura mientras anhelan una mano que les acaricie los
recuerdos. Por su parte, los niños, aunque sea el tramo de población menos
vulnerable a los efectos de la pandemia, desde que comenzó en España el decreto
del estado de alarma el 14 de marzo,
permanecen encerrados en sus casas. Y durante este tiempo, esos 8,3 millones de
menores de edad, han aprendido más del coronavirus COVID19, de los virus SARS,
de síndromes respiratorios graves, de síntomas y neumonías, gracias a las
exhaustivas informaciones oficiales que un día sí y otro también, vienen
ofreciendo el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias
Sanitarias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón, y los profesionales
sanitarios. Y no solamente se instruyen con los virus patógenos; sino que, a su
vez, asimilan nuevos conocimientos sobre tecnologías cibernéticas, dietas y
hasta las calorías que contiene un simple yogur y, en cambio, practican menos
la lectura de cuentos infantiles y juegos sencillos. Así pues, me pregunto sin
obtener respuesta: ¿Cuándo se incorporará al Gobierno un ministerio que
proteja, además del PIB, el BIN; es decir, el Bienestar Interior Neto?
Digo esto, porque creo que, esencialmente,
los humanos somos seres porosos. Seres en cuyo interior,
acumulamos inmensos almacenes de sensibilidad en permanente trasiego de
vivencias. Consciente o inconscientemente, nuestra porosidad hace que no
paremos de absorber lo que creemos nos falta y de exhalar lo que sentimos nos
sobra. Nuestra relación con todos los demás es un permanente ejercicio de vasos
comunicantes, que guarda armonía, cuando hay equilibrio, entre lo que se expira
y lo que se inspira, entre lo que se da y lo que se recibe y, por el contrario,
se rompe cuando el desequilibrio es desproporcionado o, simplemente, no existe,
como ocurre en estos días de obligado confinamiento.
Y
mientras tanto, los políticos de los dos grandes partidos de la oposición, en
lugar de apoyar y ayudar al Gobierno en estos adversos, aciagos, amargos y
hasta apocalípticos días, como hacen los portugueses, dedican sus energías en
desprestigiar, a babor y estribor, cualquier iniciativa, cualquier medida,
cualquier propuesta que toma el Ejecutivo del Gobierno Central. Y esos partidos
que antes eran solamente uno, son los mismos que se enrocaron, no hace muchos
años, en el eje del mal del repulsivo Bush y nos ocultaron que tras las armas
de destrucción masiva solamente había el más miserable egoísmo. Una ruindad que
permanece más anclada que nunca en su pasado. ¿Es tan difícil en estas
especiales circunstancias, focalizar su trabajo como oposición en ayudar a vencer
a la pandemia y, posteriormente, coadyuvar para conseguir el bienestar de cada ciudadano
español, asegurando unos niveles dignos de alimentación, sanidad, formación y
una incuestionable ética y justicia social? Deberían de entender, sin
retrógradas fajas cerebrales ni tanta mezquindad encorsetada, que eso es lo que
actualmente, la mayoría de los ciudadanos, esperan de la oposición.
Todo
lo demás es caminar hacia unos tiempos de solventes inquietudes; es decir,
hacia un futuro sin futuro. Solo basta darle tiempo al tiempo.