Razón, según la RAE, en su primera acepción,
es la facultad de discurrir. Y emoción, también, según la RAE, es la alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va
acompañada de cierta conmoción somática.
Dicho esto, es convenirte aclarar que los seres humanos somos una amalgama de percepciones y
de todas las emociones,
sentimientos y pensamientos que tenemos. Todos estos elementos conforman una
unidad y esa unidad da como resultado una forma de ser y de actuar en el mundo.
Así, pues, podemos decir que somos “razón
y emoción.”
Y ¿para qué nos sirve la razón? Según el
glosario de filosofía, nos ayuda, en general, para, utilizando la facultad de
discurrir, alcanzar el conocimiento discursivamente; esto es, partiendo de
premisas para poder llegar a alguna conclusión, o conclusiones que se derivan
de aquellas.
Citando a tres reconocidos filósofos,
para Sócrates, la razón no es un hecho abstracto, sino
una actividad mental que afecta a todo el cerebro y que implica, además a la
voluntad. O sea es la capacidad que tenemos para comprender y un ver con
claridad una determinada acción. Según Aristóteles, la razón es todo aquello que se mueve en nuestro entendimiento y
que es movido, a su vez, por una causa. Y, finalmente,
para Kant, en un sentido general, la razón es la capacidad formuladora de
principios. Unos preceptos que dividía en una fase teórica y otra práctica.
Dicho en otras palabras, en su uso teórico, según Kant, la razón genera los
juicios y en su uso práctico, los imperativos o mandatos.
Sentadas estadas
bases filosóficas sobre la “razón”, y teniendo en consideración que, de hecho,
nuestra especie no deja de ser más que un animal más de los miles que hay en la
naturaleza, cabría preguntarse ¿piensan o razonan el resto de los animales,
incluyendo a nuestro pariente más cercano: el chimpancé…? Evidentemente, y mientras la ciencia no nos demuestre lo
contrario, NO. Sin embargo, si es constatable que los animales, sobre todo, los
mamíferos, tienen “emociones”. En este sentido, cualquiera que haya tenido un
animal de compañía, lo ha experimentado sobradamente.
Los homo sapiens, desde hace
siglos, somos esclavos de nuestras propias “emociones”. Desde mi punto de vista
lo que nos ha ocurrido como especie es que hemos querido avanzar de un “modo
racional” demasiado tiempo y nos hemos olvidado de nuestra evolución emocional,
fundamental para nuestra existencia. Y hoy en día, creo que necesitamos dar ese
paso adelante con más urgencia que nunca. De hecho, el verdadero progreso
consiste en encontrar nuevas maneras de pensar y de “sentir” si queremos ser
libres y felices. Y para ello, hemos de adentrarnos en el complejo mundo de la
“psicología”.
Pero…, lamentablemente, existe un
profundo desconocimiento del dinamismo interior de la psicología humana. La
psicología experimental desarrollada en la actualidad se ha centrado en la
conducta externa y en las manifestaciones afectivas exteriores de los
individuos, en los datos y en las estadísticas. Sabe explicar detalladamente
cómo siente y se conduce el hombre en determinadas circunstancias y según
determinados parámetros, pero no sabe claramente por qué siente y se conduce de
una determinada manera. En general, la psicología experimental explica la
conducta humana desde ciertos instintos básicos y patrones de comportamiento. Razón
por lo que, muchas veces, la libertad de pensar viene a ser, para la intención
explicativa de las ciencias, un gran escollo. En contraste, la sabiduría
antigua, en concreto, la filosofía de la Grecia clásica e incluso de la Edad
Media, presenta un conocimiento bastante exhaustivo y unificado del dinamismo
interior humano, explicado causal y esencialmente y en armonía con la libertad
del razonamiento. Entre los pensadores medievales que presentan análisis
penetrantes de la psicología humana, destaca de manera eminente Tomás de
Aquino, filósofo y teólogo, que supo asumir, sintetizar, reformular y elevar lo
mejor de la sabiduría occidental hasta su época. Sus análisis de la mente por
un lado y de la conducta humana por otro, en su obra Interacción entre la razón y las emociones en el ser humano,
constituye uno de los estudios más brillantes, coherentes y sumamente apegado a
la experiencia humana
Decía al final del segundo párrafo que somos “razón y emoción.” Es decir, somos una amalgama de percepciones y de todas las emociones, sentimientos y
pensamientos que tenemos. Todos estos elementos conforman una unidad y esa
unidad da como resultado una forma de ser y de actuar en el mundo.
Nuestra mente es extraordinariamente poderosa
y hábil para dirigir nuestra conducta, tanto para hacer el bien como para hacer
el mal. Gracias a ella realizamos todos los procesos de “pensamiento racional”;
pero…, también en ella, se dejan sentir unas fuerzas extraordinariamente
poderosas: las emociones. Es por esta razón por la que podemos decir que somos
razón y emoción. Fuerzas que en ocasiones apuntan hacia el mismo lugar, pero
que en otras se enfrentan y nos obligan a tomar una decisión concreta. O sea,
que tenemos la opción de seguir a nuestro corazón o de hacer caso a la lista de
pros y contras que se supone formulamos con la razón.
“Cuanto más abiertos estemos a nuestros propios
sentimientos, mejor podremos leer los de los demás”, nos dice Daniel Goleman,
el psicólogo, periodista y escritor estadounidense que adquirió fama
mundial a partir de la publicación de su libro Inteligencia Emocional.
“Emoción”, como decía al comienzo,
etimológicamente, significa: “movimiento o impulso”; es decir, aquello que me
mueve hacia… Dicho de otra forma, las emociones son experiencias subjetivas que
inducen a actuar. Nacen básicamente de las percepciones que sentimos frente al
mundo, antes que de un razonamiento como tal. Simplemente, algo que se percibe
como beneficioso, desata emociones de agrado e, igualmente, incómodas, en caso contrario.
Y en efecto, muchas de las conductas humanas dependen de las emociones. Estas,
por lo tanto, pueden ser trascendentales o al menos tener un gran peso en las
decisiones que tomamos. Es más, por lo general, son determinantes. En
consecuencia, se puede afirmar, como nos indican la mayoría de los estudios que han realizado en este proceso de decisión,
que, por lo general, en la “batalla” entre la razón y la emoción, de nuestras
decisiones, la ganan las emociones. Y esto es así, básicamente, porque la razón
ocupa un nivel superior en la escala de elaboración de las experiencias
subjetivas. Y, por ello, se necesita más experiencia, más tiempo y un grado
mayor de habilidad para construir razones que para dejar nacer nuestras emociones.
Subsiguientemente,
ateniéndonos a lo explicitado anteriormente, la razón y la emoción, por
separado, se convierten en procesos que pueden perjudicar nuestro futuro por
medio de decisiones desacertadas. En este sentido, somos capaces de valorar una
decisión, a pesar de su racionalidad, como inadecuada; por ejemplo: “matar a
uno para salvar a muchos”. Y también somos capaces de advertir decisiones
inadecuadas por lo exagerado de las razones que las motivan, como les ocurre a algunas
personas con su miedo a volar. En definitiva, nos valemos de un equilibrio
entre lo racional y lo emocional para decidir de manera correcta, proceso éste
que se ha ido conformando gracias a nuestra experiencia vital.
En esta
realidad en la que vivimos, ¿qué es una decisión acertada? En principio la
respuesta parece fácil: sería aquélla que mayor beneficio nos aporta. Pero esta
cuestión no siempre está clara. Aclaratoriamente, pongo otro ejemplo, cuando
nos enamoramos las emociones toman el mando y dirigen nuestras decisiones y una
vez hemos salido de ese estado de “ensimismamiento” nos preguntamos cómo es
posible que actuáramos así, sin tener en cuenta más opciones que las que
dictaba nuestro corazón. Y muchas veces y en muchas ocasiones, incluso,
desatendiendo los consejos de personas que apreciábamos y/o teníamos en alta
estima. De hecho, frases tan populares como “el amor es ciego” nos advierten
del poder que las emociones tienen sobre estas cuestiones, pero no ha sido
hasta fechas recientes que la emoción se ha considerado un elemento
determinante en los procesos racionales.
Llegados a
este punto, cabe preguntarse y preguntarnos, ¿para qué nos
sirven las emociones? ¿Consisten solamente en la experiencia de procesos
corporales o corresponden a valoraciones involuntarias? En este sentido, para
el filósofo y psicólogo americano de la universidad de Harvard, William James,
“las emociones eran sentimientos que acompañaban a ciertos cambios corporales:
no lloramos porque estemos tristes, sino que estamos tristes porque lloramos”.
Sin embargo, el cognitivismo se mostró contrario a la teoría de James, pues
según este enfoque, las emociones siempre presentan su referente; es decir, el
miedo evalúa el peligro, la tristeza valora una pérdida. Quizá por esta última
causa que cito, la nueva teoría de las emociones busca reconciliar la hipótesis
de las sensaciones y el cognitivismo; ya que las emociones no se reducen ni a
sentimientos ni a juicios de valor.
Así, pues,
lo que parece incuestionable es que “las emociones”
celebran desde hace tiempo un renacimiento científico, tanto en la filosofía
como en otras disciplinas: desde la neurociencia pasando por la psicología,
hasta las ciencias económicas y las sociales. El filósofo canadiense Ronald de
Sousa considera que una razón central de tal interés radica en “un narcisismo
de la especie, una suerte de búsqueda infantil de una dignidad especial de la
existencia humana”. Según De Sousa, en una época en la que la competencia de
las máquinas nos parece una amenaza, recordamos que no somos seres
intelectuales puros. Pero, sin embargo, nos distinguimos porque poseemos
emociones; hecho éste que, en cambio, resulta discutible que puedan existir
algún día máquinas emocionales. Esto, a mi modo de ver, significa que los
humanos, como seres emocionales, debemos caracterizarnos por nuestra razón. En
consecuencia, las emociones, habría que considerarlas hoy en día, también, como
racionales.
Siguiendo estos
argumentos que intento explicar, es frecuente y común escuchar que cuando
tomamos decisiones importantes lo hacemos de manera fría y racional. Y que
actuamos así, para evitar que nuestras emociones afecten al juicio que hacemos.
Asimismo, cualquiera de nosotros, cuando pensamos en un líder político,
deseamos que sepa controlar sus emociones y no dejarse llevar por ellas. Y, tal
vez pensemos así, porque, en general, tanto las emociones positivas como las
negativas parecen no tener una buena reputación al momento de tomar decisiones
políticas que afecten a nuestras vidas. Sobre todo, porque estas visiones
pueden hacernos considerar los sentimientos y la razón como dos entes
independientes, y tal mismo parece que actuaran en competencia. La razón nos
ayuda a tomar buenas decisiones, a menos que sea nublada por las emociones. Sin
embargo, hay una corriente dentro de la psicología que argumenta que la razón y
los sentimientos van de la mano; que no compiten, sino que se complementan
entre sí, tal y como defiende el médico y neurólogo de origen portugués
Antonio Damasio.
Finalizo. Decía el filósofo Blaise Pascal que,
"El corazón tiene razones que la razón desconoce”
Esto
quiere decir que el ser humano, con su capacidad de razonar, es capaz de abrir
su corazón a esta capacidad que él la llamó pensamiento y que hoy en día los
neurocientíficos denominan subconsciente. Actualmente, con
los últimos avances y descubrimientos en esta compleja materia, sabemos que el
cerebro humano, nuestro querido cerebro, utiliza, únicamente, el 2% de su
energía en la actividad consciente, el resto, es trabajo del subconsciente. Así
pues, no somos razón sino, “sinrazón”. No somos conscientes de lo que somos. La
cultura, la lengua, la procedencia de la gente. ¿En qué medida afectan estos
rasgos al subconsciente y a la razón de nuestro ser consciente? Aquí lo dejo…,
razonen.