La mentira ha sido siempre un instrumento de la diplomacia y de la política. Maquiavelo, en su Príncipe, la teorizó abundantemente. En dicha obra, el autor llena de prevenciones al gobernante contra la buena fe y la franqueza, le recomienda comportarse con astucia y disimulo, le asesora en cuanto a la conveniencia de hacer promesas a fin de ganarse el corazón de los hombres y le avisa de la necesidad de faltar a la palabra dada cuando la ocasión lo requiriese.
En el pasado y en el presente, el uso político de la mentira ha buscado y busca unos objetivos meridianamente claros: conseguir el poder, retenerlo y aumentarlo. Y tenía y tiene unos destinatarios definidos: los rivales, los enemigos y, sobre todo, el engaño al pueblo.
Pero… vayamos por partes. El papel político de los súbditos, reducido, antes y ahora, a ser meros comparsas de los poderes públicos, ha hecho y sigue haciendo necesaria la mentira para ganarse su favor y su fervor. Antiguamente, cara al pueblo, los reyes, príncipes, duques marqueses y otros “prohombres feudales” sólo tenían que parecer honrados, sin que les fuera necesario serlo; ya que, en la medida de lo posible, debían evitar ser despreciados y odiados. No obstante, y en todo caso, debían ser temidos, para lo cual bastaban las armas. Esto permitía que la diplomacia y el ejercicio del poder tradicionales hicieran un uso meramente instrumental de la mentira; puesto que no se pretendía engañar a todos, sólo a los adversarios. Por ello, las mentiras se referían a secretos de Estado auténticos que aspiraban a durar más allá del tiempo que las hacían necesarias. No obstante, esas mentiras, no alteraban sustancialmente el contexto en el que eran dichas. Si se me permite una metáfora, diré que sólo hacían un agujero en el tejido social de la realidad, fácilmente identificable a posteriori si se observaban las incongruencias entre ellas y los hechos en los que estaban enmarcadas.
La Mañana 29.10.2020 |
Y es que, hoy en día, la mentira política, al igual que la económica, ha llegado a su mayoría de edad; ha crecido, se ha hecho universal y tiene aspiraciones de permanencia. De hecho, las fake news o noticias falsas y la propaganda, en el sentido más despreciable de la palabra, se ha convertido en la forma de actuar, informar y manipular. Y para ello, todo está permitido, insultar, ofender, difamar, agredir, mentir... Y, como ejemplo, basta citar la guerra abierta entre Twitter y Trump por las fake news. En este sentido, el modo principal que utilizan algunos dirigentes políticos, como el citado anteriormente, es el de intentar despertar los más bajos instintos de la gente, para así hacerles perder su capacidad de razonar objetivamente. Y para ello, lo mejor es buscar, crear o hacer imaginar enemigos que nos amenazan y contra los que hay que luchar hasta exterminarlos.
Leer, ahora, la claustrofóbica fábula del totalitarismo de George Orwell 1984, produce impacto. No solamente a causa de su inquietante trama, sino, sobre todo, porque reconocemos lo que describe como si se tratara de nuestra propia época. Y es que, tengo la sensación, de que 1984 no va a venir, puesto que ya está aquí. Y, además, ha llegado de una manera mucho más avanzada de la que nos podíamos imaginar en la peor de nuestras pesadillas.
En este marco, la mentira, las fake news, la desinformación y los Big Data, hacen un maridaje perfecto, se hermanan, organizan y acoplan muy bien entre sí, para maniobrar y maquinar las estrategias y conspiraciones necesarias a sus intereses. En relación con todo ello, les aconsejo que lean el libro Mindf*ck de Chirtopher Wylie. Una historia lanzada por la empresa de consultoría Cambridge Analytica, en la que nos alerta sobre la extracción de datos y la manipulación psicológica acontecida detrás de hechos históricos de gran dimensión, como han sido la elección de Donald Trump o el referéndum del Brexit. Después de leerlo, seguramente, se darán cuenta que algunos personajes como Steve Bannon, a través de oscuras operaciones digitales, influyen en nuestras decisiones políticas, a la hora de depositar nuestros votos, cuando convergen interesados y despreciables intereses de todo tipo, manejados para desmontar democracias; pues, saben más de nosotros que nosotros mismos y pueden manipularnos a todos. Y digo bien, a todos, cómo y cuándo les apetezca…