“Eres un inútil que no sirves para nada”. “Mi pareja me ha tratado de una forma que me ha herido”. “Temo expresar mi opinión en el trabajo por las posibles consecuencias de mi jefe”. Estos son algunos ejemplos que tal vez hemos sufrido y nos provocan emociones que se quedan atrapadas en algún lugar del cerebro y nos hacen sentir mal. A veces son situaciones incómodas, como el trato de soberbia y/o irrespetuoso que hemos recibido. Otras veces son conflictos de mayor magnitud y duración en el ámbito laboral, social o familiar. Pero en todos ellos hay algo en común: sentimos que la otra persona ha cruzado un límite y ha atentado contra nuestra dignidad. Solo si somos conscientes de ello, podremos sanar la herida y, si es posible, construir una relación más sana. Esta es la idea principal que, Donna Hicks, profesora de la Universidad de Harvard, desarrolla en su libro La Dignidad. La autora, nos describe como desde el centro en el que trabaja, ha participado activamente en la resolución de conflictos internacionales de países como Sri Lanka, Colombia, Irlanda del Norte, Siria o Libia, entre otros. Es una mujer muy inspiradora. Gracias a su experiencia y a sus diálogos con los actores de conflictos armados, comprendió que no se puede llegar a ningún acuerdo duradero si no se repara el daño hecho a la dignidad del otro. Este criterio fue y es la clave para entender los problemas que surgen en cualquier interacción cotidiana, ya sea con nuestros amigos, familia, en el trabajo o caminando por la calle y tropezar ante un desconocido. Y es que todos, como si viniese impreso en nuestra carga genética, tenemos un anhelo profundo de ser tratados con respetuosa dignidad, solo así nos sentimos bien, bajamos nuestras defensas y damos lo mejor de nosotros mismos. Por ello, aquellas personas que tienen jefes que no les escuchan, que les tratan casi siempre con cierto grado de superioridad y/o desprecio, probablemente no se atreverán a exponer sus ideas y, en consecuencia, será difícil que puedan desplegar todo su talento. De la misma forma, los que tienen que protegerse constantemente de bromas pesadas con amigos o creen que les rechazan por cómo son, tampoco serán capaces de fluir en dichas relaciones. Ya que cuando la dignidad se daña, se despiertan emociones que influyen en nuestros comportamientos, como son el miedo, el enfado, la injusticia… Además, los neurocientíficos han demostrado que la sensación de exclusión activa en nuestro cerebro las mismas reacciones que el dolor físico. Por esta razón, precisamos ejercitarnos en el tarea de la dignidad a tres niveles: conexión con uno mismo, con los demás y con un objetivo. No obstante habrá que estar atento, debido a que, en ocasiones, la dificultad no está externamente, sino que se encuentra dentro de uno mismo. Pues no siempre nos tratamos cabal y convenientemente bien y en consecuencia, desde ese lugar de nuestro yo, es difícil que otros nos traten de una manera adecuada.
La Mañana 17.06.2023 |
El cuidado de la dignidad, además, se ha de cultivar. No se enseña como materia disciplinar del currículo en los colegios, ni en la universidad, ni en las escuelas de negocio, ni en las empresas, cuando sería un gran remedio ante muchos de los conflictos a los que nos enfrentaremos en la vida actual. Una forma de practicarlo es, según la investigación de la citada profesora Donna Hicks, revisando los elementos esenciales que definen la dignidad y tener alguna conversación sobre la misma en nuestras relaciones personales y sociales más importantes. En este contexto, es imprescindible que cuando nos sintamos ofendidos por algo, lo hablemos con la otra persona, ya sea por haber recibido un comentario inapropiado de un jefe, de un amigo o de la pareja; pues en la mayoría de los casos, dichas críticas, razonamientos y/o manifestaciones son el resultado de comportamientos inconscientes. Y, por lo tanto, requiere conversarlo con calma, explicando cómo nos hemos sentido y buscando soluciones. Y, en el hipotético caso de que no poseamos la ocasión de exteriorizarlo con la otra persona, precisaremos tener a la sazón un amigo de confianza, con el que podamos revelarnos vulnerables y contarle lo ocurrido; pues, solamente cuando convertimos un daño en palabras, empezamos a superarlo.
Y todo ello sin dejar de lado lo más importante: nuestra dignidad. Dado que ésta no depende de lo que los otros hagan, sino que es un atributo inherente a cada uno de nosotros. En relación con esto, hay que tener presente que la dignidad es distinta al respeto; puesto que, mientras aquella es un derecho con el que se nace, el respeto se ha de conquistar y no todos las conductas logran y consiguen ser respetadas. En este sentido, no vendría mal que se lo aprendiesen los políticos y las élites económicas dominantes y comprendieran que la clase trabajadora tiene más necesidad de respeto que de pan. Pero, al parecer, en nuestra actual sociedad mundial, la dignidad de la vida humana y el respeto hacia las personas no estaban imaginados, contemplados ni previstos en los planes de globalización, pues en ellos ha desaparecido el respeto a la dignidad. Y así nos va…