Siento la mayor vergüenza posible como persona de la situación en Gaza. Los habitantes que residen en esa Franja de Palestina: niños, mujeres, ancianos y adultos, todos, se mueren de hambre y de sed y los EE UU nos hablan de que tienen prevista la construcción de un puerto en la costa para dentro de dos meses con la finalidad de que la ayuda humanitaria llegue por mar a dicho territorio. ¡Qué poca vergüenza! Creo que para entonces ya no hará falta y Netanyahu y su Gobierno habrán conseguido su objetivo, matar y/o expulsar a todos los gazatíes posibles y ocupar su territorio. Israel está provocando un genocidio palestino con el beneplácito de la comunidad internacional. No es guerra entre dos ejércitos. Es un asesinato impune de miles de civiles. Por ello, considero que somos también en esto, la UE y todos los ciudadanos que en ella residimos, igual de culpables que aquellos otros europeos que en el siglo pasado consintieron el holocausto, aunque no lo cometieran. Y todo ello, todo nuestro cómplice silencio, para que un Gobierno de un país concreto, “con nombre y apellidos”, se le siga permitiendo matar de hambre y sed a decenas de miles de personas. Esto debe ser, fundamentalmente para U.S.A, algo normal y natural y, por eso, sigue apoyando indiscriminadamente a Israel. Tal vez, la razón de esta actitud estribe en que, como dejó demostrado la investigadora estadounidense de la Universidad de Pensilvania, Amy Kaplan, gran parte de la simpatía de los ciudadanos de los EE. UU. hacia Israel se manifiesta por la equivalencia entre la conquista del Lejano Oeste y la colonización judía, entre el colono sionista armado y el “valiente vaquero americano”. Y es que el secreto de esta analogía lo desvela el académico israelí Benjamin Beit-Hallahmi en su libro “The Israeli Connection: Whom Israel Arms and Why” publicado en 1987, cuando nos dice: “Se puede odiar a los judíos y amar a los israelíes; puesto que, hasta cierto punto, los israelíes no son judíos. Los israelíes son colonos y combatientes, duros y resistentes.”. En este contexto cabe preguntarse: ¿es posible aparecer ante la mayoría de norteamericanos como defensor de Israel y, a la vez, contra el Genocidio o su riesgo? ¿Se pueden modificar las estrategias más amplias de seguridad regional que unen a Israel y los EE.UU o son inamovibles? Sea como fuere, ni lo comparto, ni lo comprendo. Y luego quieren que les consideremos y valoremos como paladines en la defensa mundial de los Derechos Humanos. ¡Qué macabra ironía!
Israel es un Estado que viene cometiendo supuestos crímenes de guerra desde hace 52 años, tiempo en que comenzó la ocupación de territorios palestinos, que desafía las Resoluciones de la ONU y que no respeta la Convención de los Derechos Humanos. ¿Para cuándo Occidente aplicará sanciones político económicas a este país? ¿Cuándo intervendrá con la finalidad de que los colonos judíos ultraortodoxos no se apropien y ocupen tierras palestinas en Cisjordania? ¿Qué es esa actual broma de los EEUU de arrojar paquetes de comida desde aviones a la hambrienta población de la Franja de Gaza, al mismo tiempo que arman y respaldan al régimen sionista en su genocidio y permiten que Israel retenga la ayuda humanitaria de la ONU? ¿De qué sirve que la UE haga llegar el barco de la ONG española Open Arms, cargado con 200 toneladas de comida, tras un ingente esfuerzo técnico-diplomático y la cooperación de la organización internacional World Central Kitchen creada por el cocinero español José Andrés, si la población gazatí se está muriendo de hambre y sed por culpa de que Israel utiliza la hambruna como arma de guerra? ¿Acaso con el lanzamiento de comida desde el aire y la apertura de ese corredor marítimo establecido desde la localidad chipriota de Larnaca, no se demuestra objetivamente que Israel está incumpliendo la orden de La Corte Internacional de Justicia que le exigía y exige tomar medidas inmediatas y efectivas para permitir la prestación de los servicios básicos y la asistencia humanitaria de abastecer a los gazatíes? ¿Puede alguien explicárnoslo?
Dice el sabio refranero español que, “de aquellos polvos vienen estos lodos”. Y dice bien en este caso, pues no todo empezó el pasado mes de octubre. No nos dejemos engañar, ya que bastante antes del execrable acto terrorista de Hamás, en un no muy lejano sondeo del Centro de Estudios Estratégicos de la Universidad de Tel Aviv, se aseguraba que el 46% de los israelíes estaban a favor de la deportación de más de tres millones de palestinos de los territorios de Cisjordania y Gaza a los países árabes cercanos. Asimismo, el estudio señalaba que el 31% apoyaba el destierro de la comunidad árabe de Israel; es decir, el 20% de la población israelí, con cerca de un millón de personas. Y el 60% de los encuestados creía que los 11 diputados árabes, sobre un total de 120, “constituyen un peligro” para el Estado judío. Este estudio, con esos porcentajes sobre los encuestados, creo que refleja y clarifica mucho el porqué de esta ignominiosa confrontación.
Es intolerable lo que está haciendo Israel. Es injustificable la actitud de los EE UU y, en menor medida, la de la UE. Y es vergonzosa la pasividad del resto del mundo. Somos, todos, copartícipes de la muerte de Gaza. El mundo entero lo tolera, empezando por los países árabes. La ignominia nos salpica a todos. Y todo lo que no sea una manifestación ingente, multitudinaria, de millones y millones de personas, no servirá para evitar que Gaza muera.