Eran las tres y media de la tarde del pasado martes 17 de septiembre, cuando los “buscas” comenzaron a sonar simultáneamente. Algunos de sus propietarios estaban en casa, otros en el supermercado, en el trabajo, en la calle, paseando, o conduciendo coches o motocicletas. Después de unos segundos de pitidos que permitieron a algunos acercar el dispositivo a sus ojos para leer el mensaje, el aparato explotó. Al final del día, al menos una docena de personas habían fallecido y más de 2.700 heridos saturaron los hospitales en Líbano. Una verdadera barbarie y tragedia. Pero la operación terrorista cometida supuestamente por el ejército de Israel no finalizó ese día. Sino que, al siguiente, pese a la experiencia previa ejecutada sobre los “buscas”, realizó un ataque aún más letal sobre los ‘walkie talkies’ que portaban los miembros de Hizbulá. Unos aparatos de comunicación que son casi tres veces más pesados que los buscapersonas que estallaron el día anterior y que, por eso, contenían una mayor cantidad de explosivo. Y, aunque las detonaciones no fueron tan generalizadas como con los “buscas”, provocaron incendios mayores, ya que hasta calcinaron vehículos. Israel aún no ha confirmado ni desmentido su responsabilidad en el ataque, que ha sido uno de los que ha ocasionado un mayor número de víctimas mortales desde el comienzo de los enfrentamientos el 8 de octubre de 2023. Y, por otra parte, al menos oficiosamente, tampoco ha generado la condena de ningún país occidental. En este contexto, los dispositivos electrónicos que se accionaron para explotar los “buscapersonas” del martes y los “walkie talkies” del miércoles, fueron preparados por la Unidad 8200 dependiente de las Fuerzas de Defensa de Israel en colaboración con el Mossad, el Servicio de la Inteligencia israelí, según han confirmado fuentes de seguridad al The New York Times. Estos agentes habrían usado al menos tres empresas tapaderas para encubrir la operación, entre ellas, la húngara BAC Consulting que supuestamente distribuyó los dispositivos a Hizbulá bajo la firma de la empresa taiwanesa Gold Apollo.
Sin embargo, los citados hechos, sí han sido condenados rotundamente por la ONU que los ha calificado como una violación del Derecho Internacional Humanitario; ya que el uso de objetos civiles como armas explosivas está prohibido y constituye un crimen de guerra. Por su parte, muchos medios y analistas han descrito estos eventos como actos terroristas, porque su objetivo principal es generar miedo y caos en la población civil. A este respecto indico que, tal vez porque ya tengo cierta edad, no me sorprende casi nada el proceder del Estado de Israel. No obstante, estoy atónito y perplejo con el ataque terrorista efectuado contra el Líbano. Los “buscas” los llevaban miembros de Hizbulá, sí; pero también muchas personas y profesionales que no tienen absolutamente nada que ver con el partido político y grupo paramilitar musulmán chií libanés. Y, a pesar de ello, han hecho explotar casi tres mil aparatos en diferentes ubicaciones. Sin importarles que fueran personas las que reventaban o saltaban en pedazos por los aires al lado de sus hijos, esposas, padres, amigos o compañeros de trabajo. Y todo esto ocurría en los bazares y mercados de Líbano, en lugares públicos atestados de personas.
Un escalofrío nos atraviesa directamente el corazón al pensarlo, dejándonos sin aliento a cualquier individuo humanamente sensato. Y es que Israel ha convertido los sistemas de comunicación del enemigo en herramientas mortales para sus usuarios. Parece ciencia ficción y es sorprendente. Pero, a la vez, ingenuamente me pregunto si con el grado de sofisticación que Israel ha desarrollado para intervenir las comunicaciones de sus enemigos, no habría podido hacer lo mismo con los miembros de Hamás, que tienen todavía retenidos a un centenar de ciudadanos israelíes. Y otra cuestión que planteo, cómo es posible que esa secreta y fantástica Unidad 8200 del ejército de Israel que supuestamente ha realizado la planificación técnica y el desarrollo de los explosivos insertados en los dispositivos de los “buscas” y “walkie talkies” y la no menos extraordinaria y magnífica Agencia de Inteligencia del Mossad, no hubiesen previsto los acontecimientos del 7 de Octubre de 2023. O, tal vez, lo sabían y esperaban esa justificación para comenzar la guerra total contra Gaza con el objetivo de apoderarse de su territorio. En este sentido, tal vez, convendría no olvidar que el sionismo sigue defendiendo y en la práctica llevando a cabo su teoría del Gran Israel. Un Lebensraum o espacio vital que abarca las políticas y prácticas de colonización de territorios, como en su día realizaron en la Alemania nazi. Unos espacios que incluyen todas las tierras palestinas, más el sur del Líbano y algunas pequeñas partes de Siria, Jordania y Egipto. Y no cejarán en su empeño a menos que alguien los pare, pero… ¿quién? De momento, nadie. El Israel sionista de Netanyahu juega con el tiempo y los hechos consumados. Se percata que el 5 de noviembre debe tener terminada su misión, pues en esa fecha EE. UU. puede empezar a plantear objeciones, sea quien fuere el ganador de las elecciones. Hasta entonces, Netanyahu sabe bien que nadie le pondrá freno
Y una última pregunta dirigida al silencio del viento que nos lleva, ¿cuánto tiempo los ciudadanos del mundo permitiremos que nuestros dirigentes apoyen a un país terrorista que llama operaciones antiterroristas a sus actos de terror?. El ataque terrorista de Hamas no justifica lo que estamos viendo en Gaza y ahora también en el Líbano. Y es que Israel es, en este momento, supuestamente un estado terrorista al que nadie se atreve a llamar por su nombre. Si alguna vez pensamos que sería imposible ver otro régimen tan cruel, inhumano y genocida como el de los nazis, es evidente que nos equivocamos.