Cuando el Sol se rinde y el mundo se envuelve en un manto de
quietud, el solsticio de invierno se desliza, discreto, por la bóveda celeste.
En la noche más larga, la Tierra susurra secretos antiguos, arrullada por el
crujido de las ramas desnudas y el canto lejano del viento. Los días se acortan
y el frío se instala como un huésped duradero, mientras las sombras se alargan
y las luces de la ciudad resplandecen con la promesa que trae la alegre Navidad.
Es una pausa, un suspiro de la naturaleza, un instante de reflexión entre el
bullicio de los días que se fueron y los días que vendrán. Y es que,
en el solsticio de invierno la Tierra, en su danza cósmica, alcanza su punto
más cercano al abismo. Y el Sol, tímido y esquivo, se oculta tras un velo de
sombras, regalándonos la noche más larga del año. Es el comienzo del invierno que
con su hábito, unas veces gris y otras blanco, envuelve a todos con un gélido
abrazo.
Segre 30.12.2024 |
Y es que, a partir de este día, no todo es quietud. Comienza el invierno y de las profundidades de la naturaleza, surge un latido sutil, casi imperceptible que anuncia un nuevo amanecer. Las semillas, dormidas bajo la tierra, sueñan con la caricia de la primavera, mientras los árboles, desnudos y silenciosos, acumulan fuerzas para renacer. Y nosotros, seres humanos, conectados a los ritmos de la Tierra, empezamos también a sentir esa misma ansia de renovación. A partir de este ciclo, si la nieve se decide a cubrir el suelo, se recreará en una envoltura de pureza, en un lienzo en blanco que quedará en espera de que lleguen las primeras huellas de la primavera. Y con cada nueva aurora, el Sol que se aproxima ganará fuerza, alargando los días y llenando de vida a los seres vivos. El invierno es un maestro que nos enseña la importancia de la paciencia, de la resiliencia. Nos recuerda que después de cada noche, llega un nuevo día, más luminoso y esperanzador. Y así como la naturaleza se renueva cíclicamente, nosotros también tenemos la oportunidad de hacerlo. El solsticio de invierno es una llamada a la transformación, a dejar atrás lo que ya no nos sirve y a abrazar lo nuevo. Es el momento de cultivar la esperanza y de celebrar la nueva vida que surgirá en todas sus formas.
En el solsticio de invierno, un letargo cósmico envuelve la Tierra con un abrigo de silencio y con su belleza austera y su majestuosa calma, nos recuerda que la rueda del tiempo nunca se detiene. Un instante eterno donde lo frío y lo cálido, lo oscuro y lo luminoso, se entrelazan en un delicado equilibrio. La naturaleza, en su sabiduría ancestral, se retira hacia adentro, como una semilla que guarda en su interior la promesa de la primavera.
Así pues, como escribió Albert Camus en su obra Retorno a Tipasa, un relato lírico incluido en el libro El verano, publicado en 1954: “En medio del invierno, aprendí por fin que había en mí un verano invencible". Dejémonos por tanto envolver por su misterio y su magia, y en cada latido, recordemos que, incluso en los momentos más oscuros, la luz siempre volverá a renacer.