lunes, 19 de diciembre de 2016

Un discriminatorio e infame compromiso




Viendo hace unas noches en la Sexta, en el programa “El Intermedio”, al periodista Fernando González «Gonzo», entrevistando a Brahim Gali, Secretario General del Frente Polisario y Presidente de la República Árabe Saharaui Democrática, me vino a la memoria un amplio y documentado artículo sobre los “Sefardíes “que leí hace meses en un diario de ámbito estatal. En el mismo, se decía que eran ya 4.300 los citados sefardíes que habían obtenido la nacionalidad española, mediante carta de naturaleza, gracias a un decreto aprobado por el Gobierno español el 2 de octubre del pasado año.

En este contexto, me parece relevante aclarar lo siguiente:
Primero. Que esta concesión se otorga a los descendientes de los judíos expulsados de España en 1492 y simboliza el reencuentro de la diáspora con Sefarad.
Segundo. Que según la base de datos que maneja la Comunidad Sefardí en Jerusalén, llegan a unos 500.000 los descendientes  que hay  su territorio.
Y tercero. Que a pesar de que el ministerio de Justicia de España no da datos, se calcula que los descendientes de los judíos expulsados de España y Portugal a partir de 1492, pueden llegar a ser hoy en día entre tres y 3,5 millones, afincados mayoritariamente en Israel, aunque también hay comunidades en EE UU, América Latina, Turquía y en los Balcanes. Hasta aquí todo correcto.


Sin embargo, no he oído ni leído, ni visto en algún medio de comunicación, nada respecto a otras comunidades que, como ellos, vivían en la misma época histórica, y aún muchos años después de ser expulsados los judíos, en el Reino de España. Me refiero a los moriscos; es decir los musulmanes descendientes de aquellos españoles de Al-Andalus que fueron obligados a hacerse cristianos católicos y después fueron expulsados de su tierra por el hecho de que aparentaban haberse convertido al cristianismo, pero practicaban con frecuencia el islam a escondidas. Estos “Moriscos”, fueron expulsados de España en 1609, un siglo después de los judíos. Eran unos 300.000 y en su mayoría se instalaron en el Magreb, sobre todo en Marruecos donde se les llamó andalusíes. Y, curiosamente, mantienen también apellidos específicos españoles como Bargachi, Piro, Molato, Sordo, Mulin, Denia etcétera. ¿Qué ocurre con ellos…? ¿Por qué el Estado español no les “reconoce el mismo derecho que a los judíos expulsados”…? La decisión es  “selectiva”, por no decir racista.

¿Y qué decir de los Saharauis?, motivo de esta carta. Eran españoles hasta que el Estado les abandonó en 1975, hace ahora algo más de 40 años,  y que más allá de no tener la nacionalidad española, carecen de ninguna otra. Son cerca de 400 saharauis los residentes en España, llevan años chocándose con la denegación sistemática de la nacionalidad española a pesar de cumplir todos los requisitos marcados por el Ministerio de Justicia. Llevan más de diez años viviendo en España, cotizan a la Seguridad Social y no tienen antecedentes penales. Tampoco les sirve el argumento de que sus padres son españoles –cuentan con el DNI español por haber vivido en una colonia– para lograr la ciudadanía. El motivo expuesto por el Ejecutivo es: “Proceden de un país no reconocido”. ¡Genial…!

Yo creo que, en el fondo, estas reflexiones que me hago, sean secuela, posiblemente, del recuerdo que guardo en mi memoria con nostalgia de los años que viví en Marruecos. Sin embargo, también creo, respecto a la diferencia de trato que el Gobierno del Estado hace entre los “judíos” por un lado y los “moriscos” y “saharauis” por el otro, que resulta de un infame compromiso y las discriminatorias alianzas e intereses del Gobierno. O quizás, todo ello, sea, simplemente, consecuencia de un sueño promovido por una proverbial maledicencia que cruzó por mi mente al ver el reportaje, típica de cerebros desmejorados por la edad, cuando no quisquillosos y suspicaces, como el mío...

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