Viendo hace
unas noches en la Sexta, en el programa “El Intermedio”, al periodista Fernando
González «Gonzo», entrevistando a Brahim Gali, Secretario General del Frente
Polisario y Presidente de la República Árabe Saharaui Democrática, me vino a la
memoria un amplio y documentado artículo sobre los “Sefardíes “que leí hace
meses en un diario de ámbito estatal. En el mismo, se decía que eran ya 4.300
los citados sefardíes que habían obtenido la nacionalidad española, mediante
carta de naturaleza, gracias a un decreto aprobado por el Gobierno español el 2
de octubre del pasado año.
En este
contexto, me parece relevante aclarar lo siguiente:
Primero. Que esta
concesión se otorga a los descendientes de los judíos expulsados de España en
1492 y simboliza el reencuentro de la diáspora con Sefarad.
Segundo. Que según
la base de datos que maneja la Comunidad Sefardí en Jerusalén, llegan a unos
500.000 los descendientes que hay su territorio.
Y tercero. Que
a pesar de que el ministerio de Justicia de España no da datos, se calcula que
los descendientes de los judíos expulsados de España y Portugal a partir de
1492, pueden llegar a ser hoy en día entre tres y 3,5 millones, afincados
mayoritariamente en Israel, aunque también hay comunidades en EE UU, América
Latina, Turquía y en los Balcanes. Hasta aquí todo correcto.
Sin embargo,
no he oído ni leído, ni visto en algún medio de comunicación, nada respecto a
otras comunidades que, como ellos, vivían en la misma época histórica, y aún
muchos años después de ser expulsados los judíos, en el Reino de España. Me
refiero a los moriscos; es decir los musulmanes descendientes de aquellos
españoles de Al-Andalus que fueron obligados a hacerse cristianos católicos y
después fueron expulsados de su tierra por el hecho de que aparentaban haberse
convertido al cristianismo, pero practicaban con frecuencia el islam a
escondidas. Estos “Moriscos”, fueron expulsados de España en 1609, un siglo
después de los judíos. Eran unos 300.000 y en su mayoría se instalaron en el
Magreb, sobre todo en Marruecos donde se les llamó andalusíes. Y, curiosamente,
mantienen también apellidos específicos españoles como Bargachi, Piro, Molato,
Sordo, Mulin, Denia etcétera. ¿Qué ocurre con ellos…? ¿Por qué el Estado español
no les “reconoce el mismo derecho que a los judíos expulsados”…? La decisión
es “selectiva”, por no decir racista.
¿Y qué decir
de los Saharauis?, motivo de esta carta. Eran españoles hasta que el Estado les
abandonó en 1975, hace ahora algo más de 40 años, y que más allá de no tener la nacionalidad
española, carecen de ninguna otra. Son cerca de 400 saharauis los residentes en
España, llevan años chocándose con la denegación sistemática de la nacionalidad
española a pesar de cumplir todos los requisitos marcados por el Ministerio de
Justicia. Llevan más de diez años viviendo en España, cotizan a la Seguridad
Social y no tienen antecedentes penales. Tampoco les sirve el argumento de que
sus padres son españoles –cuentan con el DNI español por haber vivido en una
colonia– para lograr la ciudadanía. El motivo expuesto por el Ejecutivo es: “Proceden de un país no reconocido”.
¡Genial…!
Yo creo que,
en el fondo, estas reflexiones que me hago, sean secuela, posiblemente, del
recuerdo que guardo en mi memoria con nostalgia de los años que viví en Marruecos.
Sin embargo, también creo, respecto a la diferencia de trato que el Gobierno
del Estado hace entre los “judíos” por un lado y los “moriscos” y “saharauis”
por el otro, que resulta de un infame compromiso y las discriminatorias
alianzas e intereses del Gobierno. O quizás, todo ello, sea, simplemente,
consecuencia de un sueño promovido por una proverbial maledicencia que cruzó
por mi mente al ver el reportaje, típica de cerebros desmejorados por la edad, cuando
no quisquillosos y suspicaces, como el mío...
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