Hace escasamente dos
meses, el 28-A, que a más de 36 millones de ciudadanos nos convocaron a
participar en las Elecciones Generales para dirimir quién será el próximo
presidente del Gobierno. Y los electores, siendo conscientes de que votar en unas elecciones es un derecho a realizar y un deber que desempeñar,
cumplimos sobradamente con un índice
de participación del 75,75 %. Y acometimos ese
derecho, mayoritariamente, a pesar de que algunos conciudadanos se vieran
impulsados o movidos a abstenerse de emitir su voto, al comprobar que ninguno
de los partidos presentados les proponía el programa que ellos desearían.
Un mes más tarde, el
26-M, más de 37,7 millones de ciudadanos, volvimos a ser convocados a las urnas
en una triple cita electoral. En esta ocasión, para elegir a nuestros
representantes Municipales, Autonómicos, en aquellas autonomías en las que se celebraban
elecciones, y en el Parlamento Europeo. Y volvimos a plasmar nuestro sentido
cívico con una participación global que superó el 65%.
La Mañana 21.06.2019 |
Sin embargo, habiendo
dado la ciudadanía muestras de su sentido cívico con los citados porcentajes de
participación, da la sensación de que nuestros representantes elegidos no
tienen la misma sensatez ni percepción de la realidad que los electores y nos
demuestran con sus actuaciones que lo político y la política es una pareja
rota. Y para corroborar lo que afirmo, es suficiente comprobar cómo,
finalizados los procesos electorales con los resultados de todos conocidos,
“los políticos”, se dedican afanosamente a buscar y conseguir el mejor parto,
reparto, aparto y pacto, atendiendo exclusivamente a sus intereses personales, los
de sus partidos y los de aquellos que los sustentan, olvidándose de las
preocupaciones de los ciudadanos.
En este sentido, creo que
“la política”, ha dejado de ser una fuerza interna básica para la
transformación de la sociedad, y se ha convertido en una fuerza externa. Y es
que, desde hace ya varias décadas, suponiendo que no haya sido siempre así, las
reales fuerzas que gobiernan las sociedades occidentales escapan al control,
tanto de las instancias soberanas legales y de las instituciones, como de las
clases políticas. Estas fuerzas que han pasado a ser endógenas y sin ninguna
voluntad de cambio, ni dotadas de un proyecto que se haga cargo de ellas. Son
el resultado de presiones multiformes por parte del sistema económico derivado
de la globalización, de las empresas multinacionales que operan a través de
lobbies, despachos de abogados y consultoras
profesionales y de las grandes
corporaciones tecnológicas con sus gigantescas fortunas. Y, además, este poder
en la sombra, viene ejecutando un eficaz trabajo ideológico y cultural
subterráneo que le permite, como denunciaba el poeta romano Juvenal con su
sátira panem et circenses, entretener al pueblo haciéndole olvidar su derecho a involucrarse
en la política y denunciar las malas praxis institucionales, empresariales,
comerciales y de los políticos. De modo que podría sostenerse la siguiente
paradoja: lo político está en todas partes, salvo en la política; ya que las
verdaderas cuestiones políticas son tratadas “en otra parte”.
A mi modo de ver, una de las
razones de semejante sinrazón, es bien sencilla. Desde que desapareció de los
planes de estudio la filosofía, madre de todas las ciencias por su carácter
multidisciplinar, ya que desarrolla el pensamiento crítico, reflexivo y
analítico, con una visión ética, las ideologías de los partidos políticos, sus
doctrinas y dogmas, se han visto degradadas y, sus políticos, en demasiadas
ocasiones corrompidos. Y, en consecuencia, muchos de los miembros de dichos
partidos, a causa de esas carencias citadas anteriormente, no poseen los mínimos
instrumentos y herramientas mentales necesarios para pensar, políticamente,
como deberían hacerse y articularse las leyes que permitieran al pueblo, en
estos ya largos comienzos del siglo XXI, vivir mejor que en el pasado siglo. Y,
esto es así, porque las ideas de los partidos políticos, ya no son ideas
políticas; sino que se han convertido en determinados intereses y sus proyectos
y presentaciones electorales, han pasado a convertirse en ideas publicitarias y
comerciales.
Quizás vivimos una época
que se caracteriza por el fin radical de toda coincidencia entre lo político y
la política. Pues, si bien es cierto que la política inunda la sociedad y los
“mass-media”y sus actores extienden por todas partes un discurso
superabundante, llenando muchos espacios televisivos, la realidad es que
nuestras sociedades, paradójicamente, están más despolitizadas que nunca y
rechazan como anticuerpos los debates serios que recogen la esencia de lo
político. Y, de esta forma y con semejante conducta,
el ejercicio del poder queda reducido a unos grupos selectos que son los que
ejercen la política y toman las decisiones sobre el conjunto. Quedando así el
poder reducido a su mínima expresión y lo político pasa a convertirse en un reality
show.
En este contexto, convendría
no olvidar que la política es una disciplina que abarca la organización de un
país; es decir, sus instituciones, el gobierno, los partidos, etc. Y lo
político, en cambio, es un concepto más amplio, porque se refiere a las
relaciones de poder que se dan dentro de una sociedad en todos los ámbitos. Es
por ello importante reconocer que, cuando los ciudadanos transfiguramos y
deformamos el sentido de la política y lo político, los representantes
políticos y sus partidos que no se han transformado, se convierten en fantasmas
de su propio pasado y su voz y sus mensajes resuenan en nuestros oídos como si
vinieran de la región de las sombras.
Finalizo haciendo alusión
política a un hecho político que nos afecta a todos los que vivimos en esta
ciudad. El nuevo alcalde de Lleida, Sr. Pueyo, ha
enfatizado en su investidura que, “no avanzaremos mientras no volvamos al
espacio de la política, si no lo hacemos así, la cronicidad del conflicto está
asegurada”, por lo que ha abogado por “volver a la política, al diálogo y la
negociación”. En virtud de ello, espero y deseo que desde la Paería se obre de esa manera y
no se cumpla el aforismo del escritor suizo Louis Dumur, cuando decía que: “La
política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les
sirve a ellos”.
Feliz comienzo del
verano.