Es difícil explicar y hacerse una idea
clara de lo que está pasando en Cataluña, sobre todo para aquellas personas que
no residen en dicha comunidad. No obstante intentaré compartir algunos de mis
puntos de vista de manera que permita, a quien lo lea, hacerse una opinión sobre
la situación
Esta pasada semana, la promulgación de la
Sentencia sobre el Procés, ha ocasionado que cientos de miles de personas se
hayan echado a la calle indignados con la sentencia. Son personas que han
vivido como una agresión personal que, a nueve políticos democráticos y líderes
sociales pacíficos, les hayan impuesto unas penas de prisión como las que
podría llevarse un asesino. Quizá por ello, en las manifestaciones, mucha
gente, comentaba: “Yo no soy independentista pero… Y, el pero era: “no estoy de
acuerdo con la sentencia del Tribunal Supremo”.
La sentencia, a mi modo de ver, ha sido
durísima. Y, por este motivo, para miles y miles de catalanes, que se califique
como delito de sedición una manifestación o un referéndum les parece
intolerable. Fundamentalmente para aquellas personas que ilusionadamente
participaron en la consulta y cuya única violencia que vieron en las calles fue
la ejercida y ocasionada por la policía.
Por todo ello, no nos debe extrañar que
la gente se haya echado a la calle indignada y hayan perpetrado determinados
actos como el del bloqueo del aeropuerto de Barcelona, cortes de vías férreas y
accesos por carretera en diferentes lugares y provincias de Cataluña. Unos
actos acometidos de manera pacífica y muy bien coordinados por la plataforma
autodenominada “Tsunami Democratic” Y… ¿Quiénes eran todas esas personas del
aeropuerto? ¿Y las de los cortes de carreteras y autopistas? ¿Y las de las
marchas? Pues, trabajadores, parados, profesionales liberales, funcionarios,
jubilados, obreros precarios, becarios, estudiantes, gente con los mismos
sueños y las mismas esperanzas que, ilusionadamente, desean que Cataluña sea
una Nación. Gente con dificultades para llegar a fin de mes. Gente que jamás
pensó que un día ocuparía un aeropuerto; pero que han llegado a esta situación
por puro hastío.
Y es que llueve sobre mojado, porque los
presos llevan ya dos años en prisión preventiva. Y, con la sentencia, crece la
preocupación; ya que se tiene la sospecha y el temor de que a partir de la
doctrina dictada por el Tribunal Supremo, ir a parar un desahucio, por poner un
ejemplo, vaya a resultar ser un delito de sedición.
Y, si ya de por sí la situación es
compleja, hay que añadirle un suceso muy trascendente. Y es, el inaudito hecho
de ver a un President de Govern de la Generalitat llamando a la movilización. Quizá
por ello, no debe de extrañar que durante toda esta pasada semana, por primera
vez, se hayan producido actos vandálicos contra el mobiliario urbano en todas
las principales ciudades catalanes y muy especialmente en Barcelona. Esto también
ha sido una novedad, ya que no había ocurrido nunca en nueve años de protestas.
Son hechos espectaculares, escandalosos, inaceptables, condenables y muy
mediáticos, pero minoritarios. Noches de barricadas provocadas por gente muy
joven, estudiantes y millennials enfrentándose a la policía con tácticas muy
bien diseñadas de guerrilla urbana. ¿Y quiénes son éstos jóvenes que queman recipientes
de basura, se parapetan detrás de contenedores de obra y lanzan a los Mossos y Policía
Nacional, todo tipo de objetos? No lo sé, pero supongo que son muchachos y
muchachas independentistas, presuntamente, vinculados directamente o de la
órbita de Arran, grupos de antisistemas, algunos llegados del otro lado de la
frontera y, muy probablemente, algunos infiltrados neonazis que campan a sus
anchas por Barcelona. Lo que sí tengo claro es que se mueven en perfecta
coordinación y esto no se improvisa en una algarada callejera. Y, lo que
también tengo claro es que, cada vez, los independentistas son más, y más
jóvenes, y que te dicen que se han cansado de ir con el clavel en la mano, que
no quieren que les tomen más el pelo, y que si tiene que “arder Cataluña” unas
cuantas noches seguidas, pues que arda, aunque muchos de ellos no participen en
la movida.
En consecuencia, muchos pacíficos
catalanes o personas no catalanas residentes en Cataluña, nos preguntamos:
¿Cómo es posible que estos jóvenes hagan lo que hacen si no lo han visto hacer
en casa? Creo que no cabe más que una respuesta. Es una generación de jóvenes
catalanes que ha crecido observando que el Estado sólo tiene una respuesta a
sus demandas: “No”. No a un Estatuto aprobado por las Cortes y votado en
referéndum. No a una mejora de la financiación, no a las inversiones previstas
por Ley, no a la negociación política sobre el autogobierno o el referéndum.
Son muchos oídos sordos a nueve años de manifestaciones pacíficas y
multitudinarias. Es decir, si la respuesta política siempre es “no”, si lo
único que ofrece el Estado a Cataluña son policías y jueces, es razonable que
pueda haber jóvenes que se planten y digan: “Pues…, si el Estado no hace
política tal como me dijeron que se hacía en democracia, nos encontraremos en
la calle”. Y creo que esa forma de pensar es lógica; pues si el Estado bloquea
el camino de la política, la política se termina haciendo en la calle. Por eso
ha sido, viene siendo y será, tan peligrosa la inacción política del Estado en
Cataluña.
Sin embargo, poner solo el foco en las
revueltas de estos días, es, a mi modo de ver, desenfocar el tema. Digo esto,
porque, en paralelo a esas calles ardiendo por las noches y a todos los
disturbios callejeros ocasionados, hemos asistido, también, a unas pacíficas
concentraciones ciudadanas y, sobre todo, a cinco marchas desde cinco puntos
distintos de Cataluña que convergieron en Barcelona. En esas marchas, miles y
miles de personas han caminado juntas durante tres días en un ambiente festivo y
de enorme compromiso y solidaridad en el más genuino estilo de la revolución de
las sonrisas. Y esas imágenes son también espectaculares y demostrativas de lo
que es el pueblo de Cataluña.
Por todo ello, pienso que la gestión de
la frustración va a ser compleja. De momento esta semana pasada nadie ha sido
capaz de pararla. Y, además, hay mucha gente molesta con el relato de los
medios españoles de lo que pasa en Cataluña. Más que nada, porque lo que ven
que cuentan en la pantalla y lo que ven que pasa por la ventana de sus casas, a
menudo, no concuerda con lo que ha pasado en todos estos días. Por otra parte,
el sueño de algunos catalanes y españoles de un gobierno progresista dispuesto
a negociar con formaciones independentistas, creo que se ha esfumado. Y para
colmo de la irresponsabilidad, “algún lúcido asesor” animó, no hace mucho
tiempo, al Presidente del Gobierno en funciones, a convocar unas elecciones
generales en un momento como éste.
Quizá algunos políticos se arrepentirán
de la sentencia cuando vean hasta qué punto el auto de condena solamente habrá
servido para que la sociedad catalana avance por el camino hacia la
independencia. Y posiblemente, lo lamentarán; pero…, tal vez, ya será demasiado
tarde.
Y es que, entre todos, en unos tiempos en
los que las emociones están a flor de piel, están poniendo las condiciones
idóneas para una ciclogénesis explosiva
perfecta.