Hace unas semanas he terminado de leer un
ensayo que me han regalado en estas fiestas navideñas y que me ha resultado
interesantísimo, fascinante y perturbador. Lleva por título Dios y su autor es el investigador
estadounidense de origen iraní, Reza Aslan. El autor, nos explica cómo todas
las culturas, por antiguas que sean, han creado y creído en su “Ser Supremo”,
casi a imagen y semejanza de nuestra propia especie. Quizá, generando un
reflejo do lo que “somos” o de lo que nos gustaría ser. El Título completo es: Dios. Una historia humana y la ha
escrito a modo de biografía. Una de las razones por la que me ha agradado tanto
es, posiblemente, egoísta, ya que, de
alguna manera, mantiene planteamientos muy similares a lo que pienso sobre el “Ser
Supremo” que, en las religiones monoteístas, es considerado hacedor del
universo. Por ejemplo, en el libro se afirma que la idea de la existencia de un
Dios forma parte de la propia evolución humana; es decir, de la misma manera
que por evolución el “homo sapiens” logró que sus dedos pulgares fuesen
oponibles al resto de los dedos de la mano (hecho único en los primates) o que
perdiésemos la abundante cantidad de pelo que cubría nuestro cuerpo o dejar en
mero testimonio un órgano como el apéndice; de la misma manera, repito, hemos
adquirido la idea de Dios y del alma.
En este contexto, el libro de Reza Aslan
nos desgrana aspectos en los que nuestra fe, nuestras creencias o nuestra propia
vida, nos hacen plantearnos preguntas. Unas interpelaciones, dudas y
cuestionamientos que no han cambiado prácticamente desde que existe el ser
humano: ¿Existe Dios? ¿Qué es el alma? ¿Hay algo más además de la realidad que
percibimos?
La Neurociencia contemporánea se plantea,
frecuentemente, interrogantes sobre la creencia religiosa. O sea, se establece
un diálogo entre ciencia y religión. Dicho de otra manera, se interroga sobre
¿cuál es la relación entre el cerebro y las entidades espirituales como Dios?
Si sabemos que incluso las experiencias religiosas más poderosas están mediadas
o son incluso causadas por la actividad neuronal, ¿significa esto que esas
experiencias no son reales en ningún modo significativo? En este sentido, el
libro Dios, es un brillante ejemplo
literario que recoge algunas de las preguntas fundamentales que, desde los
albores de la humanidad, se han hecho nuestros ancestros.
Creo que es verdad que toda experiencia
consciente, incluida la experiencia religiosa, sucede en la mente, y la persona
la experimenta como real. De este modo, incluso las alucinaciones serían
reales, en el sentido de que son experimentadas como tales por la mente humana;
aunque la ciencia ignore todavía lo que es realmente la “mente”. Pero, por
supuesto, tendemos a querer que la experiencia religiosa sea real en el sentido
más fuerte. El autor, plantea y apunta que existen muchos recursos teológicos
que ayudan a responder a la pregunta de cómo la experiencia religiosa podría
ser una experiencia auténtica de Dios, incluso aunque ocurra en la mente. Por
ejemplo, los estudiosos en el campo de la ciencia y la religión a menudo
emplean modelos teológicos que afirman la actividad de Dios en y a través de
los procesos naturales del mundo físico. Estos modelos no representan a un Dios
más allá de un mundo natural que está aquí, para después tratar de encajar de
algún modo a Dios en este mundo. Sino que, más bien, ven a Dios como un ser
presente y activo en el mundo natural en todo momento y en todos los lugares,
que se encuentra incluso en el fundamento del mundo natural. Si nuestros
modelos teológicos no nos obligan a elegir entre procesos físicos y acciones
divinas, no debería sorprendernos que los auténticos encuentros religiosos con
Dios sucedan en la mente y sean empíricamente identificables en el cerebro.
Soy consciente, y tengo amigos que así me
lo han manifestado, sobre todo, ante la pérdida de los seres queridos, que, el
hecho de ser creyente facilita un determinado grado de felicidad y ayuda
poderosamente, en momentos difíciles, al equilibrio psíquico de las personas A
menudo para la piscología o la psiquiatría la pregunta religiosa se limita a si
la religión nos hace sentir mejor o nos convierte en mejores personas en
términos éticos, pero esto no nos da ninguna pista acerca de si la experiencia
religiosa es objetivamente real o una simple construcción de la mente. En este
aspecto, creo que son pocas las personas religiosas que admitirían que son religiosas debido a los
beneficios psicológicos que les brinda la fe. Más bien, experimentan sus
creencias como un indicador de cómo es realmente la realidad. La pregunta se
vuelve entonces epistemológica: ¿cómo sabemos lo que creemos saber?
Por lo que he leído en este citado libro Dios y en otros varios sobre este tema que
han pasado por mis manos a lo largo de mi vida, he constatado que existen
diferentes enfoques académicos para explicar por qué podríamos tener buenas
razones para tomarnos en serio las creencias religiosas. Una de las respuestas
que leí hace ya varios años, es que proviene de la teoría cognitiva de la
religión. Una teoría que sugiere y explica que la creencia religiosa es
auténticamente natural en términos evolutivos. Es decir, que sería la forma en
la que, nuestra capacidad natural para la creencia religiosa, es exactamente la
que podríamos esperar si hubiera, de hecho, un creador que deseara mantener una
relación con los seres humanos.
Sin embargo, he leído también a otros afamados
autores neurocientíficos que proponen un enfoque multidisciplinar e
interdisciplinario y que enfatiza en la riquísima complejidad de la realidad,
incluidos hechos concretos característicos como la conciencia y la propensión
de los humanos a experimentar la trascendencia. Y esos momentos de
trascendencia bien podrían señalar algo más, algo más allá, por encima y por
debajo del orden natural. Y también he leído que, muchas personas se resisten a
aceptar las explicaciones científicas acerca de la mente porque temen que esto
aboca a una visión reduccionista o materialista del ser humano, ya que descarta
la posibilidad de realidades espirituales. Y, por ello, prefieren pensar que la
conciencia es fundamentalmente inexplicable en términos científicos porque de
este modo creen que ese misterio deja espacio a Dios.
Y respecto al concepto del “alma” la
controversia es similar a la idea de Dios. Los creyentes creen profundamente en
su existencia individualizada del cuerpo como elemento material y los
negacionistas se preguntan si ¿existe un marco físico para afirmar la
existencia del alma humana? Ya que, si el alma es una realidad natural, ¿qué
sucede cuando la persona pierde su conciencia o su memoria, como por ejemplo al
enfermar de alzhéimer? ¿Pierde también su alma? Y aquí surge una nueva
cuestión: ¿Qué versión de la mente de una persona representa a nuestro
verdadero yo?
Es un tema que me suscita mucha
curiosidad, que me preocupa y, de alguna forma, me apasiona por su
incertidumbre. Quizá por ello, por el momento, creo que la ciencia y la
religión deberían colaborar estrechamente, en formas creativas, para abordar
los problemas más apremiantes a los que, en este tema, se enfrenta una gran
parte de la humanidad.
En resumen, desde mi punto de vista
merece mucho la pena leer “a Dios”.
Háganlo y…, después, me lo cuentan.