Todos los años me
sorprende el otoño. Debe ser porque cuanto mayor voy siendo, peor me organizo
el tiempo. Y un día, de repente, sin saber cómo, contemplo que una tarde
cualquiera se otoña y las hojas de los árboles comienzan a caer etéreas meciéndose
en el aire de la nada. Al principio de forma imperceptible y después,
rebosando, comienzan a amontonarse hasta que empapan el cielo de una luz
cobriza. Y entonces, privado del sentido del tiempo, plantado en medio de algún
lugar del paseo central del Parc
dels Camps
Elisis, converso con ellas y las interpelo a medida que van
cayendo, de la misma manera que desciende mi tiempo.
Rememoro. Y ahora
no estoy seguro en qué otoño, de qué año, comencé a pensar el tiempo. Fue
quizás una tórrida noche de verano, mientras oía suspirar de alivio a los
rosales del jardín y el canto de los pájaros se convertía en una nana
apasionada. O tal vez, cuando la luz argentada de la luna se disfrazó de pretexto
para recordarme un encuentro, un sueño, una vigilia, un susurro, una caricia,
un horizonte azul…
Sigo sin estar
seguro del momento. Evoco y a la memoria me llega un día de otoño en el que una
lágrima silenciosa se quedó alojada en un recodo del alma como penitencia de un
lejano ocaso de mi vida en la meseta. Un mar de cristales en la quietud de una
tormenta furiosa. Una palabra quebrantada naufragando en el libro de la nada. Y
otro otoño en el que casi sin saber cómo, apareció un baile de luciérnagas
violetas. Un latido despistado en el gesto inoportuno de un enamorado
preguntándose qué haría el resto de su vida. Un arabesco atesorado en el fondo
de una acuarela todavía sin pintar.
Y en ese otro otoño,
sin darme cuenta, me convertí en un alegre sembrador de palabras, en espectador
de inéditas fotografías llenas de hojas infinitas. Hojas todavía enmarañadas en
las brisas de una nueva vida. Guiños en ocres, en dorados, en rojos, en blanco
y en verdes, decretando ataviar los segundos, los minutos y las horas de mi
tiempo, bajo la atenta sorpresa de mi semblante y la atónita mueca de mi
mirada, amueblando sentimientos y pensamientos en un orden aún por descifrar.
La melancolía que
siempre me invade en otoño no es otra cosa que la nostalgia hacia otro tiempo
pasado, una metáfora de la vida que veo correr ya sin freno. Quizás sea porque
en otoño los días se hacen más cortos, la luz se vuelve más pálida y la prisa
se instala de nuevo insidiosa en mi vida. O, tal vez, esa añoranza, suceda
porque en esta estación del año, llena de sorprendentes anocheceres, casi
súbitos, me pilla siempre desprevenido y, entonces, tengo la sensación de que
se me escapa el tiempo. De alguna manera, la caída de las hojas en otoño, es
una la dulce alegoría de apellidar y señalar el declive de la edad…
Y es que la
nostalgia del tiempo pasado es, sobre todo, el recuerdo hacia la niñez y con
ella, hacia la alegre vida carente de preocupaciones, hacia la naturaleza plena
de plantas y flores que con tanto empeño trataron de cultivar los ilustrados y
que se trasluce en el libro autobiográfico de Jean Jacques Rousseau Sueños de un paseante solitario, para
quien la naturaleza actúa como consuelo de la soledad. Posiblemente, por eso,
cuando la tristeza otoñal señala intrigante hacia mi cabeza, voy raudo al
encuentro del libro situado en las estanterías de la librería de casa, como
quien persigue a tientas el calmante somnífero en una angustiosa, amarga y
perturbadora noche de insomnio, y me dispongo a releerlo con fe homeopática, con
la esperanza de que la nostalgia, el desconsuelo y la tristeza de Rousseau cure
la mía. Y así, me ensimismo tanto en su lectura que acabo por pensar que
aquellos autores a los que leo son en realidad mis interlocutores.
Como Einstein
decía, “la eternidad está incluida en un instante, en una sola hora, esa que
nos puede cambiar la vida y hacernos inmortales”. Y es que el tiempo no existe.
El tiempo son solo los sucesos que nos llegan y acontecen. Puesto que el valor
del tiempo y de de las historias que vivimos no está en lo que duran, sino en
la intensidad con que suceden. Seguramente por eso, el instante es la
continuidad del tiempo, pues une el tiempo pasado con el tiempo futuro y así,
año tras año, cuando de marcha el otoño regresa el invierno.
Dime Juan, ¿por qué no te has dedicado solo a escribir ? Me inquieta pensar lo que hemos perdido. Los libros , novelas y poesía que podían haber salido de esa pluma. ¡¡JOPE !!.Un abrazo y ...a escribir, que son dos días y uno estás durmiendo.
ResponderEliminarCarmen
Querido Juan Antonio:
ResponderEliminarVerdaderamente,el texto encierra una gran melancolía, una pérdida de algo que fue en un momento, un estado de ánimo y del alma que destila una añoranza de lo vivido.Lo que realmente me llama la atención, no sólo en este texto sino en otros muchos, es que lo vivido y que traes al presente casi nunca te aporta una alegría y un gozo. Extrañamente,la mayor parte de las veces, lo muestras como una pérdida y no como un bagaje que ha conformado tu ser. No me gusta ese tono plañidero en ti; tú que has vivido de una forma intensa cada una de las etapas de tu vida. Pérdidas las hemos sufrido todos pero no se trata de fustigarse y llorar por ello . Eso hace más difícil disfrutar de lo presente. Repasa, por favor, y suma y resta y analiza el saldo.
Un abrazo
Merche
Poesía enredada entre las hojas,sueños que se columpian.
ResponderEliminarRosa
Precioso artículo. Descrito impecablemente. Una gozada leerlo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Magda
¡Hola!,
ResponderEliminarCada vez estas mas inspirado. Me ha gustado mucho.
Que paséis unas buenas Fiestas Navideñas
Un abrazo Pilar
¡Hola! J.A.
ResponderEliminarTu artículo es tan maravilloso, tan profundo, tan romántico, con tanta nostalgia(de la que es difícil salir)...., porque, en realidad, la nostalgia es amor a la distancia que nos separa de....., ya sea tiempo o espacio, da igual.
Por eso, se puede sentir nostalgia por algo que no has vivido, por algo que sí viviste, por lugares que no has visitado, por lo que jamás sentirás y te hubiera gustado.....Tu nostalgia, creo, es una mezcla de todo eso.
En fin, que tu artículo es tan precioso, que me impide expresar nada más de todo lo que tú expresas y el destino dirá cuando acabamos o si seremos eternos y que las últimas hojas de este otoño, al caer, acaricien la sensibilidad de tu alma.
Un abrazo
Magda
Es muy de mi agrado. Es nostálgico y melancólico a la vez. Muy bonito y asociado al devenir de cualquier vida.
ResponderEliminarUn abrazo.
Jaime
Es, al menos, la segunda vez que te lo digo, tienes que intentar escribir una novela. Digo una novela porque el ensayo es mucho más difícil, tampoco hace falta escribir una novela ni larga ni muy larga, creo que tus reflexiones en boca de los personajes que puedes crear a partir de la idea escogida, quedarían muy bien. Con la cantidad de artículos que llevas escritos, muchos de ellos ya publicados, tienes material suficiente para escribir, como digo, una novela. Me gusta eso que dices que el tiempo no existe.
ResponderEliminarSaludos
Ramon Morell
Amigo mío, un gran soñador. Con la sensibilidad a flor de piel, esa sensibilidad hace que una y otra vez indagues en las entrañas de tu vida, de tu niñez. Esa niñez lejana con tu hermano, con tus compañeros de juegos y estudios, niñez qué debió ser hermosa ya qué una y otra vez aflora en tus pensamientos. Qué bonito poder llegar al otoño de la vida y cuándo haces un recuento de todas las primaveras pasadas…. las recuerdas con nostalgia, con amor, éso quiere decir que las sentiste hasta la médula!!!
ResponderEliminarSólo puedo decirte que disfrutes de tu otoño vital al igual que de tu niñez.
Tú amiga
Ana
¡Hola!,
ResponderEliminarVoy ha intentar contestar sobre la marcha, para evitar que después tus escritos queden enterrados entre múltiples mensajes de toda índole y olvide rescatarlos para poder expresar mi poco elaborada opinión o comentario, a tus siempre bien elaborados escritos.
Y este buen hacer se manifiesta sobradamente en el presente artículo, como buen literato sacas jugo a las palabras, les das contenido y te recreas en ellas, para crear imágenes evocadoras de sensaciones y sentimientos. Pero, al mismo tiempo, nunca te olvidas de la didáctica que subyace en el aprendizaje y la transmisión de la cultura, al citar argumentos y aforismos de pensadores y científicos de prestigio, lo que da mayor lustre a tus escritos.
Felicidades.
Jordi
Amigo mío, eres un gran soñador. Con la sensibilidad a flor de piel, esa sensibilidad hace que una y otra vez indagues en las entrañas de tu vida, de tu niñez. Esa niñez lejana con tu hermano, con tus compañeros de juegos y estudios, niñez qué debió ser hermosa ya que una y otra vez aflora en tus pensamientos. ¡Qué bonito poder llegar al otoño de la vida y haciendo un recuento de todas las primaveras pasadas!!!. Las recuerdas con nostalgia, con amor, eso quiere decir que las sentiste hasta la médula.
ResponderEliminarSólo puedo decirte que disfrutes de tu otoño vital al igual que de tu niñez.
Tu amiga,
Ana
Gracias por sembrar palabras que nos provocan ensoñaciones y que transportan también a la infancia aunque se vistan de otoño. Gracias por proporcionarnos siempre la referencia de nuevas lecturas, profesor.
ResponderEliminar“A veces mis ensoñaciones acaban en la meditación, pero más a menudo mis meditaciones acaban en la ensoñación, y durante estos extravíos mi alma erra y planea por el universo en las alas de la imaginación en éxtasis que superan a cualquier otro goce.”
Jean Jacques Rousseau. Sueños de un paseante solitario.
Un abrazo
Miguel Ángel
Me parece el escrito más literario de cuantos me has enviado, y ya van unos cuantos. Son muchas y muy bellas las imágenes que has creado. No sé si el instante es la continuidad del tiempo y tampoco sé si algún día me lo preguntaré. Asumo que las hojas de nuestros "tacos" caen cual hojas de los árboles en ese otoño que con maestría describes. Y me alegro de que tú sientas o expreses de este modo el pasar del tiempo, que, supongo, sí existe y nosotros en él. Nos dirás algo del invierno y me alegraré.
ResponderEliminarUn abrazo
Pepe
¡Hola!, Juan Antonio,
ResponderEliminarSiempre me impresiona la facilidad que tienes para transformar en palabra escrita tus sentimientos y pensamientos y agradezco que los compartas generosamente con las personas que formamos, de una u otra manera, parte de tu entorno. Para mi es agradable y estimulante leer lo que escribes.
Muchas gracias y un abrazo,
Elena