Creo que son los británicos los que dicen que
ya que no se puede cambiar la realidad, cambiemos al menos las palabras con las
que nos referimos a ella. Sin embargo, me parece que, en esta ocasión, no va a
ser posible efectuar esa permuta; pues, hoy en día, no se trata de intereses
financieros, ni de puestos de trabajo; se trata de vidas humanas. Y, en este
sentido, la negativa del Gobierno alemán de Angela Merkel y el holandés de Mark
Rutte que, apoyados por los de Austria y Finlandia, han rechazado, en la pasada
cumbre europea del 26 de marzo, que se utilicen recursos comunitarios para
aliviar y amortiguar las consecuencia de la pandemia del coronavirus en los
países más afectados actualmente, como son Italia, España y Francia, es una clara
muestra del más vergonzoso egoísmo que practican algunos países de la Unión
Europea.
En este contexto, esos “avanzados” países que
han prosperado y se han enriquecido a costa de la mano de obra de los del sur, han
conseguido cuadrar el círculo de la más mezquina inmoralidad. Y no será fácil
superarla. Seguramente, esos ejemplares ciudadanos de la U.E., ya no recuerdan los
lejanos tiempos en los que colonos alemanes, flamencos y suizos, a partir de
1767, en un acto de generosa solidaridad, fueron traídos a España, durante el
reinado de Carlos III, por el aventurero bávaro Johann Kaspar Thürriege, para
colonizar Sierra Morena y parte de Andalucía, debido a que, en esa época, Centroeuropa
se hallaba en una crisis, debida tanto a los conflictos internacionales como a
malas cosechas, y sus habitantes se morían de hambre. Claro está que, muy
probablemente, los actuales Gobiernos centroeuropeos anteriormente citados,
desconocen lo que significa la palabra “Solidaridad”. Una palabra que se define
como la adhesión o apoyo incondicional a causas o intereses ajenos,
especialmente en situaciones comprometidas o difíciles.
Solidaridad es lo que están haciendo con
Italia, países tan denostados y reprobados por la U.E., como China, Rusia y
Cuba, cuyo país transalpino está recibiendo toneladas de material sanitario y
decenas de profesionales provenientes de dichos países. En este sentido, las
declaraciones del doctor Ricardo Pérez Díaz, médico que guía el equipo de
profesionales sanitarios cubanos en Lombardía (Italia), entrevistado por Javier
del Pino en el programa A vivir que son
dos días, de la Cadena SER, el pasado domingo 29, nos da una muestra clara
de lo que significa la palabra, al decirnos: “Solidaridad no es repartir lo que
nos sobra, sino compartir lo que se tiene”. Toda una lección para el ministro
holandés de Finanzas Wopke Hoekstra que, conjuntamente con los de Alemania,
Austria y Finlandia, se han negado a mutualizar los costes de la peor crisis
sanitaria vivida en Europa, bloqueando cualquier paso hacia un acuerdo. Y,
además, el citado ministro holandés, no solamente se ha cerrado y rechazado la
colaboración, sino que ha llegado a exhortar, en las sesiones sostenidas con
sus homólogos comunitarios por videoconferencia, que la Comisión Europea debería
indagar por qué algunos países del sur europeo no disponen de cierto margen
presupuestario para hacer frente a la crisis derivada de la pandemia del
coronavirus, a pesar de que la zona euro lleva siete años de crecimiento
ininterrumpido. Una declaración que ha sido respondida y calificada por el
primer ministro de Portugal, Antonio Costa, como “Re-pug-nan-te”.
Decía al principio, refiriéndome al dicho
británico, que cuando no se puede cambiar la realidad, cambiemos al menos las
palabras con las que nos referimos a ella. Y es que, visto lo visto, así actúan
los Países Bajos, que van cambiando de nombres, pero insisten en mantener
personas con el mismo perfil. Digo esto, porque si ya nos resultaba
insoportable escuchar las declaraciones del señor Dijsselbloem, antiguo
Ministro de Finanzas en el segundo gabinete de gobierno de Mark Rutte, no menos
intolerables son las de su actual ministro de economía y hacienda.
No sé, si, con excepción de la sabiduría, los
“dioses inmortales” han otorgado al ser humano
algo mejor que la solidaridad. Si es así, busquémosla pues; pero no como
un fin, sino como un medio encaminado a lograr que nuestra Unión Europea cumpla
la misión para la que fue constituida. Aunque, quizás no sea posible, ya que
“no es lo peor que el hombre descienda del mono, como dijo Darwin, sino que
está evolucionando directamente hacia el mono”, como afirmó Schopenhauer”.