Sobre los adoquines desgastados y sabios de la vieja Ilerda, resuena el eco sordo de unos pasos cansados. Se detienen un momento. Apenas pueden ya caminar más; tal vez debido al peso acumulado entre las grietas de sus días. Es como si hubieran sido absorbidos por el pavimento y que pensaran en la posibilidad futura de ser reemplazados. Han transcurridos muchas jornadas arropados entre los colores de los amaneceres, curtidos por luces y oscuridades de senderos y valles, y de haber volado por nubes de colores imposibles. Y, quizás por ello, ya no se sienten capaces de recorrer otros muchos días más y desean cejar en su empeño de querer hacerlo.
Se diría que son estas pisadas como las hojas de un libro viejo, doradas y desgastadas por el silencioso acarreo de los días recorridos a lo largo de este año. Un libro repujado en cuero que uno repasa con la veneración de quien sabe que tiene entre sus manos la memoria de un año. Una joya cuajada de tiempos, de pisadas y de manos, porque ese libro contiene las vidas de aquellos que durmieron entre sus cuentos y lloraron las letras de sus llantos. Y son, también, las pisadas que el libro acumula con todos los caminos que los lectores recorrieron con él entre sus dedos. Unas hojas, unos caminos y unos pasos que se nutrieron de esquinas dobladas, de opiniones, de algunos pocos versos subrayados y de las citas y notas que hasta sus orillas llegaron.
Desde no muy lejos, en la inmediatez de un instante mudo, parecen oírse otros pasos que están llegando. Y es que se acaba, se termina el año y con esos pasos que concluyen y finalizan su andadura quiero traer a este inhóspito presente dominado por el Covid-19, la variante Ómicron y la pandemia, todas las cosas que he ido guardando a lo largo de estos pasados “trescientossesentaycincodias”, en ese recóndito lugar de mi cerebro donde se ubica la memoria. Es posible que, en esta especie de relato, algo se me quede en el tintero fuera del recuerdo, pero ya se sabe que hay hechos que se olvidan; aunque después un día, sin saber cómo, nos llegan de manera veloz al pensamiento y los encontramos mezclados con otros episodios, entre otras cosas, en algún lugar extraño y, tal vez, modificados.
Quiero traerlos casi todos para que tú, amigo lector los leas y, si te parece oportuno, reflexiones sobre ellos; ya que al revisar los sucesos, vicisitudes, sustancias y mercancías que a través de los pasos y sus días me dejó el año encontré algunos tan hermosos que quisiera compartirlos contigo. Me refiero a esos que, como tú bien sabes, cuanto más das, más tienes, pues no se gastan ni desaparecen. Es algo curioso, pero real, son esos días que se pasan llenos de sonrisas y alegrías con compañeros, amigos y/o familia y que cuantos más regalas, más pleno y satisfecho te sientes y así, de esa manera, han quedado grabados entre mis reminiscencias.
Tengo otros extraordinarios recuerdos en los que ha brillado una luz especial que les otorga un color maravilloso y que llenan un sitio personal de mi memoria; son los pasos de esos días que recorrí invadido por el misterio del amor que, aún siendo tan grande, resulta liviano y nada pesa. Y es que compartir los mil colores de esos días, mezclados con los melodiosos sonidos de un sinfín de palabras, es participar y corresponder con trocitos de alma a los seres queridos que en el camino del año a uno le han acompañado en las mañanas, mediodías, tardes y noches.
Y, también tengo en mi memoria guardados los días de abatimiento y de tristezas de este año. Es bueno llevarlos igualmente a cuestas para recordar cuando estamos contentos que, de la misma manera, existe la amargura, el dolor y el sufrimiento; pues no todo en nuestra vida es como un lago de agua pura y cristalina cubierto de un sinfín de estrellas.
Siempre llevo de un año para otro los recuerdos. Y, tal día como hoy, me miro tranquilo en el espejo de mi conciencia y los contemplo, abro ese recóndito lugar de mi cerebro y reflexiono e, invariablemente, guardo en el arcón de mi memoria aquellos que más feliz me han hecho.
¡¡¡Feliz año nuevo 2022 a todos…!!!