La prestigiosa publicación Science realizó en 2005 una clasificación de las 100 preguntas más trascendentales para la humanidad a las que la ciencia aún no había logrado dar una respuesta plausible. La primera era ¿De qué está constituido el universo? y la segunda ¿Cuál es el fundamento biológico de la consciencia? Casi veinte años después, seguimos sin tener respuesta a ambas preguntas. Respecto al universo, llevamos milenios preguntándonos por su esencia y aunque se han realizado algunos avances, continuamos desconociendo qué es la materia y la energía oscura, así como el concepto de espacio vacío. No se sabe nada. Y en relación a la segunda cuestión, tampoco se conoce qué es la consciencia. De hecho, los psicólogos, neurobiólogos e incluso físicos que investigan sobre ella, continúan sin conocer dónde está ubicada esa función tan específicamente humana. A este respecto, comprendemos lo que es la inteligencia e intuimos cómo ejecuta el cerebro determinadas funciones cómo escribir, hacer cálculos y qué áreas regulan todo eso. Pero…, de la consciencia, ese conocimiento intrínseco de que existimos, poseemos un pasado, disfrutamos de un presente y abrigamos la esperanza de un futuro, que conocemos que vamos a morir y nos permitimos creer en cosas que no existen etc., de todos esos procesos mentales tan excepcionalmente humanos, de momento, no tenemos ni idea del lugar en el que se elaboran y realizan.
La Mañana 17.02.2023 |
En relación con esto, siempre se ha considerado que la consciencia reside en el cerebro. Sin embargo, algunas recientes investigaciones sospechan que probablemente no toda la consciencia habita y se genera en el cerebro. Sino que algunos órganos como el corazón que tiene 40.000 neuronas y que posee un campo electromecánico cinco mil veces más potente que el del cerebro, podría albergar parte de esa intangible facultad psíquica. Además, de la misma manera que hoy día se acepta la Teoría de las Inteligencias Múltiples de Gardner, como un modelo de pensamiento que plantea la existencia de un conjunto de capacidades y habilidades que pueden ser desarrolladas por las personas en función de factores biológicos, personales y sociales, se habla también de la consciencia compartida, de la consciencia universal. De hecho, la universidad de Princeton, EEUU, lidera desde 1998 el Proyecto Consciencia Global, utilizando 60 sensores repartidos por todo el mundo, capaces de captar la actividad cerebral global y establecer la relación entre consciencia colectiva y realidad física mediante una red informática. Es decir, dicho estudio sugiere que la consciencia no es solo cosa del cerebro de cada individuo, sino que posiblemente ni siquiera se circunscriba al ámbito de nuestro cuerpo. Si bien todo es muy sutil y las referencias a la consciencia global son tan solo una metáfora; o sea, solamente una expresión para un potencial hecho cuyos alcances y correlaciones siguen siendo misteriosos.
Realmente, la consciencia es lo que nos hace humanos, lo que más nos distingue como especie del resto de los seres vivos. Es nuestra característica fundamental, ya que las demás carecen de ella, si bien sigue existiendo una polémica bastante considerable sobre si algunos animales, como el chimpancé, con el que compartimos el 98,7% del ADN, podría tener consciencia; pero, la mayoría de los investigadores indican que no. En este sentido, apuntan como arquetipo y representación que el “ordenador” que configura el cerebro de un simio u otro animal similar, es como si no tuviera en su software los atributos de la consciencia. Es decir, dichos animales alcanzan a tener actividades mentales, logran aprender determinadas habilidades, consiguen resolver problemas, se les puede enseñar a apretar una palanca para comer y lo asimilan; pero eso no es consciencia. En este sentido, el gorila, que es el familiar más próximo al ser humano y que sabe servirse de utensilios como nosotros, no recuerda, por ejemplo, lo bien que se lo pasaba tal día como hoy cuando era un bebé; ya que no tiene consciencia del pasado ni del futuro. Por eso no hay que confundir inteligencia, mente y/o actividad mental con consciencia. Son cosas diferentes. La consciencia es el conocimiento sobre la propia existencia; pero, como nos dicen los científicos e investigadores, es algo que difícilmente puede ser estudiado porque no forma parte de la actividad mental. Cuántos de nosotros, cuando éramos niños o adolescentes o tal vez hace pocos años, hemos visto una película de Superman y al acostarnos, antes de dormirnos, nos hemos imaginado alguna aventura emulando al superhéroe. Eso es una actividad única y exclusiva de la consciencia, no es la mente, no es la inteligencia, no es una habilidad la que la produce, sino el sentimiento que hemos experimentado al ver la película y que luego lo reproducimos y protagonizamos nosotros mismos. Otro ejemplo que suele ponerse para intentar comprenderla es que un ordenador puede jugar contra el campeón del mundo de ajedrez y ganarle, como de hecho ya ha ocurrido. Pero, los sentimientos y emociones sentidas por el jugador humano durante la partida; es decir, su consciencia, que no hay que confundir con su capacidad cognitiva y habilidades para intentar realizar una determinada jugada, el ordenador no puede experimentarlas porque no las posee. Y es que, ni siquiera los ordenadores cuánticos la tienen ni pueden conseguirla, porque sus algoritmos no son capaces de reproducir una actividad tan íntima y profunda como son los sentimientos y la imaginación que poseemos los miembros de nuestra especie.
En conclusión, sobre la consciencia no se sabe prácticamente casi nada, sigue siendo uno de los problemas más intrigantes de la ciencia contemporánea. No existe, por el momento, un acuerdo sobre la definición ni el concepto de consciencia, aunque, tal vez, algún no lejano día seamos capaces de conocer qué es y el material del que están hechos los sueños.
(Continuará)