lunes, 9 de octubre de 2023

Un otoño atrapado en el recuerdo.

 

Uno de los muchos recuerdos que guardo de mi primera adolescencia en el internado Marista en la meseta, en el que estuve dos largos cursos escolares sin ver a mis padres, es que la época del frío empezaba en la primera quincena de octubre, tras las fiestas de San Mateo, patrón de la ciudad. El tórrido verano dejaba aquellas tierras al baño maría, los campos segados, la vegetación reseca, el poderoso y prepotente río que atraviesa la ciudad con un mermado caudal de agua y las caras de las gentes ablandadas de tanto calor. Y era en esas fechas, cuando de improviso, una tarde de un día cualquiera, a esa hora entre dos luces en que la tierra y el cielo se confunden en el horizonte, sentíamos un escalofrío al tiempo que una oscuridad neblinosa que subía desde La Esgueva traía nubes moradas y un aire polvoriento cargado de electricidad y silencio. La sacudida de ese estremecimiento era el aviso de que la temporada del calor tenía los días contados y que la época del frío llamaba a la puerta. Procedente de Galicia, padecíamos el primer temporal de lluvias a la manera de un punto y aparte definitivo del estío. En el colegio, pasábamos de golpe a sacar la ropa de invierno para soportar el incipiente frío. Y los domingos, cuando salía a dar un paseo por la ciudad con los compañeros, comenzábamos a percibir el olor a carbón y leña quemada que inundaba la capital, al tiempo que los humos de las chimeneas empedraban de hollín el cielo.

 

Parece que hable de un tiempo que no es el nuestro y de un territorio extraño o un país lejano, pero esto sucedía hace, tan solo, sesenta y pico años. Hoy, lo que los afectados y pedantes llaman la estación de los baños suele comenzar a finales de abril y se prolonga hasta mediados de octubre, fechas en las que todavía se ve a gente remojándose en las playas, si bien son ya pocos. Y es que el cambio climático y el aumento de las temperaturas han desconcertado a la meteorología que aprendimos de pequeños. El cuerpo y la cabeza, fiduciarios y memoria de un tiempo estable y armónicamente dividido en cuatro estaciones del que gozábamos en aquella época, va de capa caída y ha pasado a mejor vida de forma acelerada en estos últimos años.

 

La Mañana 23.10.2023

En aquel entonces, la época del frío más recio llegaba tras pasar la festividad de Todos los Santos y el siempre agradable veranillo de San Martín. A partir de esas fechas, el otoño regaba el país y comenzaba a recluir a la gente en sus casas. Era el preludio de un invierno que sonaba a Navidad mientras la nieve y el hielo congelaban las tierras de la meseta, gran parte del solar patrio y casi Europa entera. Al comenzar el año nuevo, no había nada más confortable que tomar el sol de mediodía durante las calmas de enero que producían las altas presiones atmosféricas. Después, la impredecible primavera, de una manera u otra, nos trastornaba a todos los seres vivos y el verano, casi por antagonismo, acababa con su madurez sepultándola durante el día al compás de las cigarras y de los grillos por las noches. Sin embargo, la actual realidad, si bien aún se muestra esta clásica división, nos indica que el reloj biológico que sincroniza nuestros cuerpos y cerebros con la madre naturaleza de la Tierra, se ha desquiciado y el tiempo se nos presenta como un impertinente catacaldos.

 

No obstante, a pesar de la certeza de que caminamos de mal en peor, hay matices y presencias que todavía no han cambiado. Me refiero a determinadas particularidades de la naturaleza relacionadas con el movimiento pendular del clima. Una de ellas, que yo uso para no perder la esperanza de que la temperatura media global no supere los 1,5 °C tan temidos que haría el cambio climático prácticamente irreversible, es la presencia de la última mosca. En aquella época de mi internado, cuando llegaba el frío, las moscas se refugiaban en las aulas del colegio y supongo que igualmente en las casas. Aquellas negras moscas, algo torpes, que se estrellaban contra los cristales y que pensaba, de tan gordas que eran, que les costaba volar, constituían y formaban parte de un enjambre del que se iban muriendo y cuyos cadáveres, panza arriba, barría metódicamente cada jornada el Hermano Segundo. Finalmente, al cabo de unos días, solamente quedaba una. La última mosca. Era la más grande y solía zumbar en el marco de la ventana que había junto a la pizarra. La miraba curioso, a veces, hechizadamente embelesado y allí se quedaba hasta que exhausta caía al suelo sin poder levantar el vuelo. Desaparecida la última mosca de muerte natural, quería decir que el invierno había llegado en serio. Por la noche, acostado en el frío y largo dormitorio colectivo del internado, el vaivén de murmullos de la mosca, se imponía, tras las oraciones, a la vigilia de mis pensamientos, hasta inocular el veneno dulce de los sueños en lo más profundo de mi corazón de doce años.

 

 

 

27 comentarios:

  1. Buenas noches,
    Como describes tus recuerdos de infancia, siempre, me hacen retroceder a la mía y revivir cosas que recuerdo, también, haberlas vivido; aunque en provincias diferentes de nuestra geografía.
    Encarna

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  2. Buenas noches tío, qué chulo el artículo. Ya sabes que estos artículos tuyos de recuerdos me encantan. Magnifico.

    Nacho

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  3. ¡Qué bonito!. Escribes muy bien.

    Clarisa

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  4. Me ha parecido precioso y a mí también me ha traído el recuerdo de la mosca panza arriba, girando sobre sí misma sin poder levantar el vuelo y la de alguna otra paseando por el hule de la mesa de la cocina en busca de algún granito de azúcar, caído del tazón de sopas de leche. Qué bellos recuerdos!.
    Gracias y un abrazo.

    Elena

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  5. Pues como aquí en Lleida, pero la niebla la teníamos prácticamente hasta enero. El cambio climático se nota y más nosotros que hemos vivido estas experiencias.

    Antonio Puig

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  6. El otoño de 2023 llegó en el calendario, pero físicamente parece que llegará este fin de semana, aunque el de tu adolescencia que evocas en tu artículo, está presente en tus recuerdos y yo diría en tu corazón como un tatuaje que quedó del internado y de campos y ciudades castellanos con los primeros fríos y la desaparición de las moscas en sus últimos días de su vida.
    Tus recuerdos de los otoños vividos en los dos cursos de internado me fascinan, son como un libro de tus memorias tiernas del niño que llevas dentro.
    Agradecida por este regalo de el día de mi santo, me ha encantado.

    Pili

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  7. El otoño de 2023 llegó en el calendario, pero físicamente parece que llegará este fin de semana, aunque el de tu adolescencia que evocas en tu artículo, está presente en tus recuerdos y yo diría que en tu corazón como un tatuaje que quedó del internado y de campos y ciudades castellanos con los primeros fríos y la desaparición de las moscas en sus últimos días de su vida.
    Tus recuerdos de los otoños vividos en los dos cursos de internado me fascinan, son como un libro de tus memorias tiernas del niño que llevas dentro.
    Agradecida por este regalo de el día de mi santo, me ha encantado.
    Pili

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  8. M'agrada com expliques les històries. Ets com un llibre amb una bona història que et permet viatjar en el temps. Gràcies per compartir ho.
    Eres un crack!! Todos los amigos con los que comparto tus historias están encantados de leerlo.

    Pepa

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  9. Ya lo había leído en tu blog . Me ha gustado la serenidad con que recuerdas esos difíciles, por no decir amargos años.
    Hace un rato lo leí . Y ahora lo he vuelto a leer . ¿Dónde era? 
    Un abrazo.

    Carmen

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  10. Lo he leído en Suiza, en donde estamos pasando unos días. Me ha gustado mucho.

    Paqui.

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  11. Muy bien, Juan Antonio. Me ha gustado mucho.

    Sarito

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  12. Una buena y minuciosa descripción.

    Magda Sellarés

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  13. Muy bien Juan Antonio, me siguen gustando mucho tus artículos que hablan de la cotidianidad, que hablan de tus recuerdos y tus vivencias, te salen muy bien, fáciles y, sobre todo, muy ágiles de leer. Yo también fui a los Maristas y Lleida tiene un clima muy similar al que explicas tú de la meseta (no sé si te refieres a Logroño, que celebra las fiestas por San Mateo), y lo tiene porque Lleida es la única provincia de Catalunya con clima continental.

    Un abrazo,

    Ramón

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  14. La palabra catacaldos, aun intuyendo lo que es, nunca la había oído.
    Lo de la mosca en mi pueblo y en Soria era algo antes, más o menos idéntica experiencia.
    Resumo, muy bien recordar tiempos y vivencias.

    Pepe

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  15. ¡Hola! Juan Antonio,
    Detallas con total sensibilidad y poesía, cosa innata en ti, todo aquello que yo, por edad, lugareña e interna en el colegio Ntra.Sra. del Tránsito de Zamora, he vivido hasta los 18 años, teniendo la suerte de pasear por aquel caudaloso río Duero, algo diferente al actual. Como bien dices, todo esto ha cambiado, en la superficie terrestre y en nosotros mismos. Lo de la mosca....aún las siento o presiento, gordas, negras, amenazantes...
    En fin, aceptaremos e intentaremos poner de nuestra parte, aquel granito de arena que contribuya, al no mayor deterioro del planeta y por tanto, del cambio climático.
    Gracias por compartir.
    Un abrazo,

    Magda D.

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  16. ¿Qué tal? Juan Antonio,
    Ahora pasados “sesenta y pico años” la época de frío se ha retrasado aún no sabemos cuánto, ya no se festeja por San Mateo, desde el cauce tan aséptico de La Esgueva no asoma la neblina y ya no se perciben los olores a carbón o leña quemada, mucho menos a las piñas quemadas que iba repartiendo por las casas el piñero para la lumbre...Por eso, comparto contigo lo de que parece que hables “de un tiempo que no es el nuestro y de un territorio extraño o un país lejano”.
    La presencia que parece no haber cambiado es la de ¿la última mosca? pero, quién sabe.
    Un abrazo,
    Miguel Ángel

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  17. No es la mes gran però crec que també es la darrera de l’estiu. El otoño està quedando atrapada en el recuerdo. Bon article Juan Antonio.

    Ton

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  18. Otra preciosidad de la marca "Valero". Debe ser porque tenemos una edad parecida, pero todo lo que cuentas lo he vivido y lo he sentido yo. No en la Meseta Norte, pero sí en la Sur, en la que los ciclos eran lo que tú señalas. Lo de las moscas no lo puedo datar con tanta precisión, pero sí recuerdo que comentábamos que las moscas estaban tontorronas, y era mucho más fácil cazarlas.
    Buen fin de semana y un abrazo.
    Jaime

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  19. Me parecen muy bien tus recuerdos juveniles. Yo te diré que en el año 1953, en el mes de octubre, pasamos de vivir en Ablitas cerca de Tudela, a vivir en Biskarreta y cayó una nevada que estuvimos 15 días incomunicados. Para que veamos el cambio climático que parece no lo quieren ver; esto es solamente un detalle.
    Un abrazo
    Alfredo

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  20. Me alegra leer tus artículos. Son literariamente muy buenos.

    Anna

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  21. Bona tarda,
    com sempre, tots els articles que escrius i que porten records són poètics i molt emotius. Tal com tu has argumentat vàries vegades, tu ets els teus records. Jo només tinc records. Moltes gràcies per compartir tanta tendresa.
    Una abraçada
    Joana

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  22. ¡Qué bonito! y a la vez triste. Pero es una suerte tener la capacidad de la memoria en lo más profundo de tu mente. La niñez es lo que nos marca más profundamente a lo largo de nuestras vidas. ¡Todo lo posterior pasa volando y sin darnos cuenta nos plantamos en los sesenta!! Llegamos al otoño de nuestra vida contando los veranos que pasamos, que son realmente los que quedan en nuestra retina, ya sea por las vacaciones pasadas o por nuestros primeros amores que se desinhibían en la primavera/ verano de nuestras vidas.

    Anna

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  23. Muy lindo, aunque también algo triste por esa separación de tus padres a esa temprana edad.

    Mirta

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  24. Buenos días J.A.
    Como puedes observar voy un poco lenta en comentar tus artículos, lo cierto es que dedico poco tiempo al tema de internet
    Este artículo que dedicas a tus recuerdos veraniegos me ha parecido muy interesante y bonito al leerlo es fácil imaginar las vivencias de tu época de juventud.

    Anna

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Gracias por tus comentarios.