Busco el silencio, porque vivimos en una sociedad con mucho ruido, en la que la clase política se ha apalancado en la bronca y la descalificación y la retórica de cada cual envuelve los hechos cotidianos que hablan por sí mismos. El griterío y la gresca lo son todo. La polarización va en aumento, tiene que ver con las emociones y esto hace que cerremos filas no solo en torno a nuestro partido o nuestro líder y valores, sino en relación con otros votantes o seguidores, generando un sentimiento de pertenencia hacia los nuestros y, a la vez, de rechazo y casi hasta odio hacia los oponentes. Es un tipo de divergencia y discrepancia que origina una confrontación del mundo entre ellos y nosotros. Se concibe y propaga una manera de entender la realidad en la que los míos son los buenos y los otros son los malos. La Ley de Amnistía, pactada entre el PSOE y los partidos independentistas catalanes, como parte de los acuerdos para asegurar la investidura de Pedro Sánchez, es un claro ejemplo del posicionamiento personal y colectivo de la sociedad de nuestro país. Y las protestas e impotencia ante la inhumana, cruel y despiadada guerra de Gaza y la ilegal, perversa y brutal guerra de Ucrania, son otros dos arquetipos y demostración de la crispación de otras sociedades europeas y mundiales sobre lo que anteriormente indico. Y es que tenemos una sociedad global llena de contradicciones que son una especie de grietas que nos meten a todos en unos cajones estrictos y demasiado estáticos. Una sociedad que es a la vez compleja y simple, plural e individualista, serena y líquida, y en la cual la incertidumbre que causa la vertiginosa rapidez de los cambios ha debilitado los vínculos humanos, produciendo una peligrosa deshumanización y cierto miedo existencial. Y que además, se ha vuelto cosmética, haciendo cirugía plástica a cada instante para olvidar que, además de las guerras de Gaza y de Ucrania que afectan al confortable y glamuroso mundo occidental, hay actualmente otras 56 guerras activas en el planeta que conciernen a más de 1.100 millones de personas, el 14 % de la población mundial, que han provocado más de 108.000 víctimas solo en 2023 y de las que nadie se acuerda al estar alejadas de nosotros, ni los medios de comunicación se hacen eco de ellas.
La Mañana 29.11.2023 |
Esas guerras están ahí, pero nadie las hace caso. Como tampoco parecen importar mucho otros conflictos y desavenencias urgentes como el cambio climático. Y es que ningún Gobierno de los poderosos Estados del mundo, ni ese 1% de los acaudalados multimillonarios que, según datos de Oxfam, acumula el 82% de la riqueza global del planeta Tierra, juzgan necesario tener tiempo para ocuparse seriamente de las noticias diarias sobre las catástrofes que están produciendo los escalofriantes récords de temperaturas que se están dando a causa de la acción criminal y suicida de empresas y gobiernos que incrementan las inversiones en combustibles fósiles. Todo un cínico despropósito realizado por los Gobiernos de los más importantes e influyentes países mundiales, teóricamente comprometidos a poner un límite a la contaminación atmosférica. Y lo peor es que todo da a entender que no hay voluntad de cambio. Quizás porque las sociedades de hoy día, debido a la globalización y transculturación, se han vuelto miméticas, pues se replican las mismas mediocridades en todas, aunque en unas los sesgos estén más exacerbados que en otras. Y es que hemos llegado a tal mimetismo que somos casi iguales en casi todas partes y en cualquiera lugar y nos conformamos, y solamente protestamos ante hechos puntuales que directamente nos afectan. Y, en ocasiones, ni siquiera nos manifestamos cuando perdemos derechos, probablemente porque se ha normalizado también el marco mental de la subsistencia. Tal vez por eso, la calle calla y se siente afortunada por ciertas subidas salariales en el sector privado o las revalorizaciones en lo público y ha legalizado la precariedad en la que vive para no empobrecerse más todavía.
Vivimos además en unas sociedades en las que los hechos y las cosas son y no son al mismo tiempo. Y quizá por ello, siendo más libres que nunca, es cada vez es más difícil tener libertad. Dándose la paradoja de que, por un lado, hay gradualmente más grupos sociales que pelean por las libertades, por más pluralismo y más respeto al individuo y sus proyectos de vida; pero sorprendentemente, por otro lado, aumenta progresivamente cada día más el conservadurismo y los seguidores y electores votantes de partidos políticos de extrema derecha. En este contexto, a mi modo de ver, el mayor problema actual del mundo es que vivimos en unas sociedades que poseen algunos pequeños sectores de población muy dinámicos; pero, al mismo tiempo, hay otros, que son mayoritarios, cada vez más apáticos y que creen que las cosas se acomodarán solas. Y así, acabaremos con una multiplicidad de catástrofes: ruptura ecológica, ascenso del autoritarismo, caos y desintegración social. Y es que asumimos tener unas sociedades que, si bien engañosa y ciertamente no se adviertan, están hiperestratificadas y diversas, cuya realidad y circunstancias ha bautizado el filósofo italiano de origen armenio Giorgio Agamben, como “el coraje de la desesperanza”; es decir, la comprobación de que el optimismo pasivo es una fórmula para la autoindulgencia y, por consiguiente, una dificultad contra un pensamiento y una acción significativos que nos permitan avanzar en las circunstancias actuales de la historia.