Hace unas semanas, tuve conocimiento de una investigación liderada por el renombrado físico de la NASA, Thomas Campbell, cuyo objetivo es elucidar una teoría con el potencial de transformar radicalmente nuestra manera de entender y concebir el cosmos. Es la llamada Hipótesis de la simulación, que propone que nuestra realidad podría ser una compleja simulación. En este sentido, no sé si dicha conjetura es cierta o no; pero de lo que si estoy seguro es que algo parecido a una simulación ha ocurrido con el regreso y fuga de Carles Puigdemont el pasado día 8. Y es que efectivamente, aunque ha costado verlo, creo que el expresidente de la Generalitat hace tiempo que se convirtió en personaje y dejó de ser político. Tal vez sea como parte de la herencia que la tradición cervantina, en la figura del personaje Perot lo lladre, cuyo callejón encontramos entre la calle Portaferrisa y del Pi, dejó en la Ciudad Condal, en los cinco capítulos de su inmortal obra, el genio de Cervantes. Y digo esto, porque el Líder independentista, como un nuevo Pere Rocaguinarda en tiempos modernos, polariza a la sociedad catalana. Y al igual que el legendario bandolero, es venerado por muchos seguidores como un héroe popular, mientras que para otros tantos, las autoridades lo persiguen y demonizan con razón. Ambos, a pesar de sus contextos históricos muy diferentes, comparten la característica de ser figuras controvertidas que suscitan pasiones encontradas entre la población catalana.
Asimismo, en este contexto, tampoco debemos olvidar el histórico y bohemio Callejón del Gato que inspiró a Valle-Inclán, el lucido gallego creador del esperpento, para escribir su obra Luces de Bohemia, que en estas fechas cumple cien años. Y cuyos personajes Max Estrella y su amigo Don Latino, se pasean por las calles de Madrid terminando en el citado Callejón del Gato, famoso por sus espejos curvos que deforman la figura de quien se refleja en ellos. Y es que dichos personajes, proyectados en Puigdemont y Boyé, tras los hechos ocurridos el pasado jueves en el Arco del Triunfo de Barcelona, deforman la imagen de la política actual catalana y la hacen aparecer, a menudo, distorsionada por intereses partidistas, medias verdades y una constante búsqueda de culpables. Siendo ambos, en todo lo que concierne a ese acto, las figuras claves en esta trama en la que, a través de sus espejos, han intentado con sus acciones y discursos deformar la realidad de la normalización de la política que se estaba realizando a escasa distancia en el Parlament de Catalunya.
El expresidente autoexiliado de la Generalitat de Cataluña, regresó a España en un movimiento que sorprendió a muchos y dejó en evidencia a las fuerzas de seguridad. Puigdemont, logró entrar al país y, tras una breve aparición pública, protagonizó una fuga que ha generado una ola de críticas y debates. El suceso ha suscitado múltiples respuestas. Por un lado, los seguidores de Puigdemont celebran su habilidad para desafiar al sistema y evadir la captura, viéndolo como un acto de astucia y resistencia. Y por otra parte, como indico anteriormente, hay fuertes críticas hacia las fuerzas de seguridad por su incapacidad para detenerlo. Este episodio pone en entredicho la eficacia de los Mossos d’Esquadra y los servicios de inteligencia, y plantea preguntas sobre la coordinación y ejecución de las operaciones policiales en situaciones de alta visibilidad y sensibilidad política. Su habilidad para regresar a Cataluña y luego escapar puede ser interpretada como una burla al sistema judicial español, lo que podría sembrar dudas en la población sobre la capacidad de las instituciones para hacer respetar la ley de forma eficaz. En todo caso, este incidente subraya, a mi modo de ver, la complejidad y los desafíos a los que se enfrenta el país en la gestión de su situación política interna.
De todas maneras, la realidad nos muestra que El Parlament ha consumado el cambio de ciclo en Cataluña con la elección de Salvador Illa como Presidente de la Generalitat. El independentismo ha perdido el poder y los catalanes que desean la independencia no llegan actualmente, según sondeos de opinión, al 39%. A Junts le corresponde solventar sus problemas internos con un Puigdemont dimitido y, si finalmente es detenido y encarcelado, que pueda ser indultado mientras se le aplica la amnistía.
La investidura de Salvador Illa conlleva un renovación de etapa. Ahora bien, todas esas frases, repetidas aquí y allá, de fin del “procés”, de la rotura de la dinámica de bloques, del regreso de la política social; entiendo que vale para tertulianos, pero no para los buenos periodistas que saben bien de todos los entresijos de la política. Estoy con ellos y pienso que no hay nada roto, nada ha terminado, que nadie piense que el independentismo ha muerto. Simplemente, ahora está huérfano de dirigentes y queda, casi todo, en espera. Lo dicen los protagonistas, es de sentido común. Muchos de los que vivimos en Cataluña lo sabemos. Las certezas llegarán con el tiempo. Aunque nadie puede descartar nada, pues la contingencia siempre está agazapada.
Queda por ver qué y cómo se legisla, pero bien podríamos estar, si se cumplen las promesas, ante una mejora del sistema autonómico del que, ordinalidad incluida, nos beneficiemos todos. En la misma estela, convendría evitar que los diputados de Junts sientan descrédito de seguir apoyando a un Puigdemont nuevamente huido; pues puede ser la mejor manera de que éstos se avengan a conducirse de nuevo institucionalmente y permitir así que salga adelante, además de la legislatura catalana, también la nacional. Ya que la cuestión, a nivel nacional, que tiene Junts ahora, es elegir entre apoyar al PSOE o dejarlo caer favoreciendo a PP/VOX. Interesante dilema del que no pueden escapar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tus comentarios.