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jueves, 21 de noviembre de 2024

Netanyahu y el sueño bíblico del Gran Israel.

 

“Recordad lo que Amalec os ha hecho, se nos ha ordenado”. Este breve texto se cita en la Biblia, en el Antiguo Testamento. La referencia específica proviene del Primer Libro de Samuel, capítulo 15, versículo 3. El pasaje habla de la orden dada por Dios a Saúl a través del profeta Samuel para destruir completamente a los amalecitas, un pueblo considerado enemigo de Israel. La citada orden de referencia bíblica, textualmente dice: “Ahora id, atacad a Amalec y destruid todo lo que tienen, sin perdonar a nadie; matad a hombres y mujeres, niños y lactantes, bueyes y ovejas, camellos y asnos”. Y esta referencia la realizó Benjamin Netanyahu en un discurso el 28 de octubre de 2023, como parte de su justificación para la ofensiva militar en Gaza contra Hamás, tras el ataque terrorista de dicha organización el 7 de octubre del mismo año; aunque históricamente los palestinos ni son descendientes, ni tienen nada que ver con los amalecitas. Creo que el hecho, habla por sí solo para comprender razonablemente bien la ofensiva y supuesto genocidio que el Gobierno sionista de Israel está cometiendo en Gaza.

Netanyahu explicando en la ONU su proyecto

 

Se preguntará ahora el lector ¿Y cuál es la justificación de Israel para atacar ahora Líbano? El objetivo de Israel en Líbano es, destruir el país. Destruir a sus principales líderes populares, Destruir infraestructura y su capacidad de defensa. Convertir al Líbano en un zombi y llevarlo al mismo estado de humillación y despojo de Gaza. Y es que los sueños húmedos en el horizonte mesiánico del Estado profundo de Israel, siguen siendo la tentadora idea del "Gran Israel" del rabino Menachem Mendel Schneerson, líder del movimiento Chabad-Lubavitch, que alentaba y decía antes de fallecer un 12 de junio de 1994 en Nueva York: “ante la perspectiva del nuevo orden mundial, se actuará urgentemente para el establecimiento de nuevas conquistas, ahora que no existen línea rojas para el estado de Israel”. Y es lo que estamos viendo a través de la fuerza de los hechos. Un sueño territorial del “Gran Israel” que se refiere a la idea de que debería expandirse para incluir todos los territorios históricamente asociados con las antiguas tribus de Israel, según las descripciones bíblicas. En otras palabras, cumplir la promesa contenida en Génesis 15:18, donde Dios asegura a Abraham y sus descendientes una tierra que se extiende "desde el río de Egipto hasta el gran río, el Éufrates". Lo que incluiría áreas que hoy forman parte, además de Israel, de Jordania, Líbano, Siria, Egipto y posiblemente también de Arabia Saudita e Irak.

 

El sueño bíblico del Gran Israel

Y para ello, una vez arrasada, sepultada y conquistada Gaza por la fuerza de las bombas y la crueldad del ejército de Israel, cuyo máximo responsable es el Ministro de Defensa Yoav Galant, toca ahora Líbano, con la justificación de destruir al otro enemigo territorial que supone Hezbolá, una organización política y militar chií con sede en Líbano que fue fundada en 1985 con el apoyo de Irán y que está activa en la política libanesa desde entonces. No obstante, conviene aclarar que Hezbollah no existía antes de los sucesos en Sabrá y Chatila; unos hechos que ocurrieron entre el 16 y 18 de septiembre de 1982, durante la Guerra Civil Libanesa. Estos dos sucesos citados, fueron dos campos de refugiados palestinos en Beirut, Líbano, donde se llevó a cabo una masacre de civiles palestinos y libaneses por milicias cristianas libanesas, principalmente la Falange Libanesa, con la colaboración y apoyo directo del Ejército de Defensa de Israel, que controlaba el área en ese momento. Se estima que entre 800 y 3.500 personas fueron asesinadas en esos ataques. La masacre fue condenada internacionalmente y se llevaron a cabo investigaciones sobre la responsabilidad de las fuerzas israelíes y sus aliados. El hecho es uno de esos eventos verdaderamente oscuros de la historia del que, por ser perpetrado por nuestros aliados, nunca más se supo…

 

En este contexto de actuación de Israel en el territorio de un país soberano como es Líbano, el Gobierno supuestamente genocida de Netanyahu, ha buscado como unos de sus más inmediatos objetivos el asesinato de Hassan Nasrallah. Un clérigo y político libanés que desempeñó el cargo de secretario general del partido político y cuerpo armado chií Hezbolá desde 1992 y que convirtió a dicha organización en una de las fuerzas paramilitares más poderosas de Medio Oriente, hasta su reciente asesinato en Beirut el 27 del pasado septiembre, tras un ataque  aéreo israelí. Sin embargo, su muerte, no ha traído ni traerá la paz al Líbano, sino todo lo contrario, una escalada de tensiones. Ya que Hassan Nasrallah fue un líder carismático que no llegó a ser presidente del Líbano, porque la constitución del país lo impide. En ella, el Presidente tiene que ser obligatoriamente un cristiano maronita, el Primer Ministro un musulmán sunnita y el Presidente del Parlamento un musulmán chiita. Si las elecciones a Presidente de la República del Líbano hubiesen sido como en nuestros sistemas occidentales tradicionales, no cabe la menor duda de que Nasrallah habría sido Presidente del Gobierno de la República del Líbano, por una amplia mayoría y consenso entre la población. Y es que, durante el liderazgo de Hassan Nasrallah, la milicia de Hezbollah fue asumiendo responsabilidades de Estado, que el propio Estado de Líbano era incapaz de asumir; entre ellas, la seguridad de sus fronteras y la soberanía del país. Dado que, el ejército libanés, llegó a solicitar a Hezbollah que se desplegará en la frontera con Israel, después del conflicto de 2006. Y esta petición hecha realidad, dejó en papel mojado la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, efectuada por la destacada diplomática estadounidense Victoria Nuland, que fue adoptada en 2006 para poner fin a la guerra entre Israel y Hezbolá. Y entre cuyas disposiciones clave se encontraban las siguientes: El cese total de las hostilidades, la retirada de fuerzas israelíes, el despliegue de la UNIFIL, el desarme de grupos armados y el control gubernamental de todo el territorio del Líbano.Unas disposiciones que ninguna de ellas han cumplido ninguna de las partes en conflicto. Y así sigue la historia, Irán financiando a Hezbolá y los EEUU, con la complicidad del Reino Unido, Francia y el conjunto de la UE, haciendo lo propio con Israel.

 

 

 

jueves, 7 de noviembre de 2024

El suicidio, un silencio devastador.

 

Un suicidio es siempre demoledor y el silencio solo agrava la situación. Los familiares y más íntimos allegados que rodean a las personas que padecen problemas de salud mental, tampoco saben qué hacer ante estos sucesos. De hecho, cuando salió la noticia de que Verónica Forqué, se había quitado la vida, la información causó una verdadera sorpresa en la sociedad y estupor, de manera especial, en muchos de sus amigos del mundo de la cultura. Y es que la omertà, que casi siempre rodea a estos tristes hechos como si fuera tabú hablar de ellos, produce un profundo agujero en el corazón de las personas más cercanas que, con empeño, intentan encontrar alguna causa o justificación concreta que les permita apartar de sus pensamientos y sentimientos un determinado grado de culpabilidad, por no haber hecho o sabido hacer algo para evitar su muerte. Quizás por ello, generalmente, a los seres queridos del fallecido, el acontecimiento les genera un pozo de tristeza que se instala en sus corazones para quedarse y formar parte permanente de su nueva manera de ser. En este contexto, Robert Redford, en 1980, dirigió su primera película titulada “Gente corriente”. Una película en la que trata cómo el dolor y el sentimiento de culpabilidad de las personas más cercanas, ante la muerte de un ser querido, incontrolablemente puede también arrastrarles al suicidio. Y es que, para ese entorno íntimo del suicida, el dolor por la pérdida no pasa fácilmente; quizás se mitiga un poco o simplemente se aprende a vivir con él. A este respecto, me comentó hace bastantes años una amiga que había pasado por el trance de perder a un hermano, que es un proceso transformador del que se sale convertido en otra persona que ya no es la que se era y que, a veces, no se reconocía. Debe ser una experiencia horrible.

 

La Mañana 7.11.2024

El suicidio se define como la muerte de un ser humano por un acto de violencia dirigido hacia uno mismo con la intención de morir. Por ello, siendo esto así, ¿cómo hacer para que se entienda como una opción natural y normal que una persona decida realizar una acción de esta suerte frente a un problema, una frustración, un dolor insoportable o alguna otra causa que desconocemos? Tal vez de ninguna manera, ya que en nuestra cultura occidental, por valores religiosos, normas sociales, impacto familiar y repercusión en la comunidad, el suicidio se rechaza sistemáticamente y no se contempla como una opción personal del individuo. Cuando en realidad, al final, no se trata de otra cosa que adelantar un suceso inevitable por un tiempo que, en el contexto temporal de la vida en la Tierra, es fantásticamente minúsculo. En contraste, en otras culturas, el suicidio se ve como algo natural, incluso noble u honroso. Y es que, en nuestra civilización judeocristiana y otras similares monoteístas tienen una paradoja; por un lado, mantienen la creencia de poder disfrutar tras la muerte, de una vida eterna y placentera en el más allá; pero, al mismo tiempo, los creyentes, se aferran a cada minuto de esta vida, aunque sea al coste de gran dolor, y quebranto anímico y hasta económico para los que se quedan.

 

Realmente, el suicidio es un tema muy complejo en el que interactúan múltiples factores de riesgo; por lo que es difícil comprenderlo. Sobre el particular, los psicólogos clínicos y los psiquiatras expertos en la salud mental dicen que la conducta suicida es dinámica y cambiante, lo que la hace difícil de predecir. No obstante, existen variados y determinados patrones de comportamiento que preceden a muchos intentos de suicidio. En este aspecto, a veces, las personas que sufren un proceso de depresión o fuerte angustia les parece que la vida no vale la pena y les cuesta luchar contra esa devastadora corriente destructiva. Y además, con frecuencia, lo van rumiando durante un tiempo porque el sufrimiento que padecen es horrible y se cuestionan si merece la pena el seguir vivos. Es como si se estuviesen torturando psíquicamente durante años de lucha para sacar fuerzas de donde no las tienen y, en consecuencia, quieren acabar con su existencia porque les resulta insoportable seguir viviendo. Otras veces, como indica el psicólogo y psicoterapeuta argentino-español Guillermo Miatello, después de sufrir lo indecible, la idea de suicidio les viene en unos instantes y, como si fueran robots, se preparan unos minutos y lo cometen. Asimismo, ocurren casos en que los suicidios son consumados bajo un estado de enajenamiento, en el que las personas, en el momento de cometer ese acto violento contra ellos mismos, no son conscientes de lo que hacen. Y también existen otros casos en que la decisión se toma fríamente, de forma natural y sin que exista trastorno mental alguno o brutal sufrimiento físico, como el célebre marino y escritor gallego, Ramón Sampedro que, aquejado de tetraplejía desde los 25 años, expresó reiteradamente su profundo deseo de morir, debido a su condición de vida, la cual consideraba indigna.

 

En conclusión, el suicidio es un problema de salud que nos concierne a todos y afecta directa y profundamente a quienes quedan atrás. Según la OMS, más de 800.000 personas se suicidan cada año en el mundo, con tal vez 20 veces ese número de intentos de suicidio. En España, las cifras oficiales del año 2023 ascienden a 3.952 personas. Es crucial por ello, promover y fomentar  la desestigmatización de la salud mental, el diálogo abierto y el apoyo emocional para aquellos que sufren, así como para sus seres queridos. Solo a través de la comprensión y la empatía podremos mitigar el impacto devastador de estos dramas. Es hora de romper el silencio, buscar ayuda y construir una sociedad más compasiva y solidaria. En este sentido, el Ministerio de Sanidad tiene el teléfono de ayuda 024, disponible las 24 horas, todos los días de la semana. Juntos podemos prevenir estas tragedias y ofrecer un futuro más esperanzador a quienes lo necesitan.

 

 

lunes, 4 de noviembre de 2024

El bombardeo del Liceo Escolar: 87 años de memoria

 

Era una de esas tardes grises, desapacibles, frescas y húmedas de mediados de otoño. El viento frío del Pirineo que soplaba levemente, no parecía presagiar la tragedia que acaecería en un breve espacio de tiempo. Aquel día, el Segre portaba un extraordinario caudal, tanto que estaba a punto de sobrepasar el muro de contención. La presión del agua era enorme y muchos viandantes se habían parado y hacían conjeturas sobre si podría o no soportar su empuje. Las dudas se disiparon rápidamente; con gran estruendo, la voluminosa potencia del agua lo derribó como si fuera un gigante abatido por las fuerzas de la naturaleza y una inmensa ola arrasó todo lo que encontraba a su paso. Aquel reventón del río fue solamente el preludio de lo que, un rato más tarde, sucedería. Y…, así llegó la tragedia. Eran las 15:40 horas del día 2 de noviembre de 1937, el Liceo Escolar, junto al mercado de Sant Lluís y los edificios circundantes, fueron destruidos. En aquel infame y perverso ataque fascista, en un instante, perdieron la vida medio centenar de alumnos y varios profesores del colegio. La población de Lleida que transitaba por las calles, aterrorizada y confusa, se refugiaba donde podía ante la masacre que se estaba produciendo. Y se quedó muda y perpleja, como los humanos nos quedamos a veces, mirando a los estudiantes y educadores que yacían en el suelo, esperando que se levantasen y volvieran a caminar en cualquier momento. Pero…, ellos, no volvieron.

“Tres cuarenta de la tarde. Se abrió el cielo y de pronto se hizo grande, arrojó fuego... Paseo, miro hacia donde estaba el Liceo. Rememoro la tragedia y, de nuevo, siento miedo. Recorro las calles de Blondel y alrededores esperando veros y no os encuentro. Os busco, compañeros, os llamo y desespero. Ya solo queda el recuerdo. Tres cuarenta de la tarde… Silencio”

Estos sucesos, mucho más largos y extensos, casi entre lágrimas, me los relató hace años, un día de otoño, mi suegro.

 

Segre 11.11.2024

Hasta hace pocos años, se creyó firmemente que la Legión Cóndor fue la responsable de una de las masacres más crueles que sufrió la capital del Segriá. Sin embargo, una investigación de los periodistas Jordi Guardiola y José Carlos Miranda reveló que el terror fascista no provenía de Alemania, sino de la Aviazione Legionaria Italiana. Y además, parece ser, que fueron las  condiciones meteorológicas las que decidieron el fatídico destino el 2 de noviembre de 1937. Entonces, casi como ahora con la Dana, fueron unas abundantes y pesadas nubes que había sobre la localidad de Flix, en Tarragona, las que determinaron el futuro de medio centenar de alumnos y varios profesores del Liceo Escolar de Lleida. Por lo que se conoce, inicialmente el objetivo de las fuerzas aéreas sublevadas era Flix, pero las citadas nubes llevaron a Lleida a ser el blanco de los bombardeos. No se sabe si fue una casualidad o un plan B premeditado. El hecho es que durante el ataque, parte del Liceo Escolar fue destruido, causando la muerte, como indico anteriormente, de cincuenta niños y algunos profesores. Y que el mismo bombardeo también impactó el Mercado de San Luis, donde muchas mujeres y niños perdieron la vida.

 

Ayer, 3 de noviembre, Lleida volvió a recordar estos hechos, una de las páginas más oscuras de su historia: el bombardeo del Liceo Escolar. La Paería, conmemoró el 87 aniversario del trágico suceso con un acto sencillo pero cargado de emotividad, en el que autoridades municipales y familiares de las víctimas se reunieron, una vez más, en la calle Blondel junto al monumento “Dignidad, Memoria y Vida” que homenajea a las víctimas y supervivientes del bombardeo, para recordar a los más de cincuenta alumnos y profesores que perdieron la vida aquel fatídico 2 de noviembre de 1937. El acto se abrió con una introducción histórica a cargo del historiador Oriol Bosch. Seguidamente, el regidor de Educación, Xavier Blanco, pronunció unas palabras en las que recordó el horror vivido aquel día, subrayando la importancia de mantener viva la memoria de este suceso para que tragedias como ésta no se repitan. A continuación la compañía de Teatre La Màxima, de la Fundación Privada Ilersis, bajo la dirección artística de Jaume Belló y Mireia Freixas, recreó los hechos sucedidos, acompañada por la alumna de viola del Conservatorio Municipal de Música de Lleida Laura Baraut, que interpretó El cant dels ocells. El Sr. Sampedro, uno de los escasos alumnos que continúa con vida, nos recordó a los asistentes el dolor y la injusticia de aquel día haciendo un emotivo llamamiento a la paz. Y cerró el acto el Sr. Alcalde, Félix Larrosa que, tras pronunciar unas emotivas palabras, realizó la ofrenda floral, conjuntamente con varios regidores y familiares en memoria de los alumnos y profesores fallecidos.

 

Ofrenda floral 4.11.2024

Un lienzo gris, manchado por la tragedia, se desplegó sobre Lleida aquel aciago otoño. El viento, como un susurro de fatalidad, anunciaba la tormenta que se cernía sobre la ciudad. El río, embravecido, rugía como un león enjaulado, presagiando el caos que se avecinaba. Y así, entre el cielo plomizo y la tierra anegada, la muerte sembró su terror, transformando un día cualquiera en un eterno lamento. Las bombas, como látigos de odio, azotaron la ciudad, dejando una estela de dolor y desolación. La inocencia de los niños, la sabiduría de los maestros, se apagaron en un instante, víctimas de una guerra cruel y despiadada. Lleida, marcada por la cicatriz de aquel día, ha decidido no olvidar. Con cada aniversario, la ciudad reafirma su compromiso con la paz y la justicia. El recuerdo de las víctimas nos obliga a construir un futuro donde la violencia no tenga cabida. Que la memoria de aquellos niños y profesores sea un faro que ilumine nuestro camino hacia una sociedad más justa y equitativa.

 

domingo, 3 de noviembre de 2024

Día de los Fieles Difuntos

 

Hemos conmemorado el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos. Unas festividades que, como otras muchas celebraciones cristianas, encuentran sus raíces en antiguos rituales paganos. En este sentido, es conocido que los pueblos celtas organizaban su calendario comenzando con la festividad de Samhain, llamada también Samonis. Unas palabra que significan "fin del verano" en gaélico y que se celebraba el 1 de noviembre. Era, pues, una festividad que marcaba el final de la temporada de cosechas y el comienzo del invierno, considerado el "lado oscuro" del año. Durante la celebración del Samhain, se pensaba que el velo entre el reino de los vivos y el de los muertos se hacía más tenue, permitiendo que los espíritus de los ancestros volvieran a reunirse con sus seres queridos. Las hogueras y los rituales eran comunes, y se hacían ofrendas de comida y bebida para aplacar a los espíritus y asegurar la protección y la supervivencia durante el invierno. Años más tarde, concretamente en el 998 de nuestra era, San Odilón, abad del Monasterio de Cluny, en el sur de Francia, estableció el 2 de noviembre como el Día de los Fieles Difuntos dentro de la orden benedictina. Y el Papa Gregorio III adoptó esta tradición y la extendió a toda la cristiandad. Quedando así fijados tanto en Europa como en América, el día 1 de noviembre como Día de Todos los Santos y el día 2 Día de los Fieles Difuntos. Día, este último, que se dedica al recuerdo de nuestros seres queridos con la visita a los cementerios, aunque cada país o región mantiene sus propias tradiciones específicas.

 

Sobre estos citados Días de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, conservo un lejano recuerdo de la calle del barrio de las Letras de Madrid en la que viví mis primeros años de vida. Y es que, llegadas estas fechas, aparecían en la aledaña Plaza de Santa Ana unos puestos de flores que eran como unas manchas festivas de color que contrastaban con la luz gris de llovizna que marcaba el otoño. No obstante, mi madre no las compraba, ni tampoco íbamos a ningún cementerio para poder depositarlas, pues nuestros seres queridos se encontraban muy lejos, en un viejo pueblo de Castilla.

 

En este contexto, años más tarde, en un anochecer adelantado y lluvioso del 2 de noviembre, me viene a la memoria aquellas velas que los frailes encendían a una determinada hora de la tarde, en el internado en el que estaba, para honrar a los muertos. Flotaban en una especie de tazón de aceite que nutría la llama. Las ponían en la capilla del colegio, en la sala de estudio, en el enorme comedor sobre una mesa, en un rincón del dormitorio colectivo junto al pedestal de la Virgen de la Inmaculada y hasta en algunos de los pasillos colgando de unas oscuras lámparas de hierro forjado. Aquellos rituales imprimían en mi imaginación, que acababa de finalizar la infancia y transitaba por la primera adolescencia, el misterio de los muertos.

 

La primera vez que fui a un cementerio para honrar a mis familiares fallecidos, tenía ya casi treinta años. Fue acompañando a mi madre a cumplir con este ritual al pueblo de sus ancestros, en donde vivía mi abuela. Una mujer ya octogenaria que a simple vista conservaba casi indemne el mismo aspecto con el que recordaba haberla conocido desde la niñez. O, tal vez, con cambios menores, que yo no apreciaba, sobre todo porque en aquella época aún no había aprendido a fijarme bien en las personas reales, y menos aún en las que se quedaban atrás, detenidas y fieles en los mismos lugares en los que yo solamente había estado en algunas vacaciones de verano llegando de Marruecos.

 

Han pasado más de cuatro décadas desde aquel entonces treintañero y solamente he vuelto al cementerio del pueblo en tres o cuatro ocasiones, todas ellas, para dar sepultura a mis seres queridos muertos. Y eso, a la edad que tengo, me provoca una tristeza súbita, manchada de remordimiento. Y es que los muertos, aunque sean directos, se quedan rezagados en el tiempo. Un tiempo que transcurre mucho más lento que el de los vivos, quizá desalentado por esa fatiga que advertimos en ellos cuando alguna noche agitada los encontramos en un sueño.

Seguramente, porque la imaginación y la memoria, por sí solas, son demasiado insustanciales o volubles; necesitan un anclaje en las cosas concretas, en rituales, en lugares, en fechas establecidas de conmemoración. Mis padres, mi hermano, mi abuela materna y una muy querida prima carnal, junto con mis tíos, van conmigo siempre, en mis recuerdos. Y me gusta saber que sus tumbas, en ese viejo pueblo de Castilla, aunque no las visite, están siempre limpias gracias a la bondad y generosidad de una sobrina segunda y su marido, un familiar francés indirecto. Me entristece en el especial Día de los Difuntos, en el que se honra y recuerda a los seres queridos que han fallecido, no haberme desplazado hasta el cementerio del viejo pueblo, para, en su memoria, depositar unas flores en sus tumbas mientras guardo silencio mirando hacia el cielo. La distancia es larga y me voy haciendo viejo.

 

Siempre, desde muy niño, he tenido miedo a la muerte. Quizás, porque me encontré muy pronto con ella y, tal vez por eso, despertó en mí la consciencia de que durante nuestra vida caminamos acompañados de ella. Y es que la realidad de la muerte ha sido siempre una constante. De hecho, la filosofía comenzó con una reflexión sobre la diferencia entre mortalidad e inmortalidad. Y así seguimos, en la misma agonía y tesitura, cuestionándonos si verdaderamente merecemos la inmortalidad. No obstante, la cuestión fundamental que me planteo es si nosotros, como seres mortales, podemos conseguir algo durante nuestra vida que valga la pena transmitir a otra generación. Producir algo que sobreviva a nuestra vida. Pienso que de esta manera es como se enfrentan los filósofos a la cuestión de la mortalidad, poniendo la firma al final de un texto; pero yo no sé bien cómo hacerlo, pues no soy filósofo.