Hemos conmemorado el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos. Unas festividades que, como otras muchas celebraciones cristianas, encuentran sus raíces en antiguos rituales paganos. En este sentido, es conocido que los pueblos celtas organizaban su calendario comenzando con la festividad de Samhain, llamada también Samonis. Unas palabra que significan "fin del verano" en gaélico y que se celebraba el 1 de noviembre. Era, pues, una festividad que marcaba el final de la temporada de cosechas y el comienzo del invierno, considerado el "lado oscuro" del año. Durante la celebración del Samhain, se pensaba que el velo entre el reino de los vivos y el de los muertos se hacía más tenue, permitiendo que los espíritus de los ancestros volvieran a reunirse con sus seres queridos. Las hogueras y los rituales eran comunes, y se hacían ofrendas de comida y bebida para aplacar a los espíritus y asegurar la protección y la supervivencia durante el invierno. Años más tarde, concretamente en el 998 de nuestra era, San Odilón, abad del Monasterio de Cluny, en el sur de Francia, estableció el 2 de noviembre como el Día de los Fieles Difuntos dentro de la orden benedictina. Y el Papa Gregorio III adoptó esta tradición y la extendió a toda la cristiandad. Quedando así fijados tanto en Europa como en América, el día 1 de noviembre como Día de Todos los Santos y el día 2 Día de los Fieles Difuntos. Día, este último, que se dedica al recuerdo de nuestros seres queridos con la visita a los cementerios, aunque cada país o región mantiene sus propias tradiciones específicas.
Sobre estos citados Días de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, conservo un lejano recuerdo de la calle del barrio de las Letras de Madrid en la que viví mis primeros años de vida. Y es que, llegadas estas fechas, aparecían en la aledaña Plaza de Santa Ana unos puestos de flores que eran como unas manchas festivas de color que contrastaban con la luz gris de llovizna que marcaba el otoño. No obstante, mi madre no las compraba, ni tampoco íbamos a ningún cementerio para poder depositarlas, pues nuestros seres queridos se encontraban muy lejos, en un viejo pueblo de Castilla.
En este contexto, años más tarde, en un anochecer adelantado y lluvioso del 2 de noviembre, me viene a la memoria aquellas velas que los frailes encendían a una determinada hora de la tarde, en el internado en el que estaba, para honrar a los muertos. Flotaban en una especie de tazón de aceite que nutría la llama. Las ponían en la capilla del colegio, en la sala de estudio, en el enorme comedor sobre una mesa, en un rincón del dormitorio colectivo junto al pedestal de la Virgen de la Inmaculada y hasta en algunos de los pasillos colgando de unas oscuras lámparas de hierro forjado. Aquellos rituales imprimían en mi imaginación, que acababa de finalizar la infancia y transitaba por la primera adolescencia, el misterio de los muertos.
La primera vez que fui a un cementerio para honrar a mis familiares fallecidos, tenía ya casi treinta años. Fue acompañando a mi madre a cumplir con este ritual al pueblo de sus ancestros, en donde vivía mi abuela. Una mujer ya octogenaria que a simple vista conservaba casi indemne el mismo aspecto con el que recordaba haberla conocido desde la niñez. O, tal vez, con cambios menores, que yo no apreciaba, sobre todo porque en aquella época aún no había aprendido a fijarme bien en las personas reales, y menos aún en las que se quedaban atrás, detenidas y fieles en los mismos lugares en los que yo solamente había estado en algunas vacaciones de verano llegando de Marruecos.
Han pasado más de cuatro décadas desde aquel entonces treintañero y solamente he vuelto al cementerio del pueblo en tres o cuatro ocasiones, todas ellas, para dar sepultura a mis seres queridos muertos. Y eso, a la edad que tengo, me provoca una tristeza súbita, manchada de remordimiento. Y es que los muertos, aunque sean directos, se quedan rezagados en el tiempo. Un tiempo que transcurre mucho más lento que el de los vivos, quizá desalentado por esa fatiga que advertimos en ellos cuando alguna noche agitada los encontramos en un sueño.
Seguramente, porque la imaginación y la memoria, por sí solas, son demasiado insustanciales o volubles; necesitan un anclaje en las cosas concretas, en rituales, en lugares, en fechas establecidas de conmemoración. Mis padres, mi hermano, mi abuela materna y una muy querida prima carnal, junto con mis tíos, van conmigo siempre, en mis recuerdos. Y me gusta saber que sus tumbas, en ese viejo pueblo de Castilla, aunque no las visite, están siempre limpias gracias a la bondad y generosidad de una sobrina segunda y su marido, un familiar francés indirecto. Me entristece en el especial Día de los Difuntos, en el que se honra y recuerda a los seres queridos que han fallecido, no haberme desplazado hasta el cementerio del viejo pueblo, para, en su memoria, depositar unas flores en sus tumbas mientras guardo silencio mirando hacia el cielo. La distancia es larga y me voy haciendo viejo.
Siempre, desde muy niño, he tenido miedo a la muerte. Quizás, porque me encontré muy pronto con ella y, tal vez por eso, despertó en mí la consciencia de que durante nuestra vida caminamos acompañados de ella. Y es que la realidad de la muerte ha sido siempre una constante. De hecho, la filosofía comenzó con una reflexión sobre la diferencia entre mortalidad e inmortalidad. Y así seguimos, en la misma agonía y tesitura, cuestionándonos si verdaderamente merecemos la inmortalidad. No obstante, la cuestión fundamental que me planteo es si nosotros, como seres mortales, podemos conseguir algo durante nuestra vida que valga la pena transmitir a otra generación. Producir algo que sobreviva a nuestra vida. Pienso que de esta manera es como se enfrentan los filósofos a la cuestión de la mortalidad, poniendo la firma al final de un texto; pero yo no sé bien cómo hacerlo, pues no soy filósofo.
Muy bonito artículo con buenos y malos recuerdos.
ResponderEliminarBuenos días.
Antonio Puig
Muy bien, como siempre cargado de nostalgia.
ResponderEliminarAbrazos
Helena Andreu
¡Qué sentimientos tan hermosos describes en tu artículo! y con que delicadeza.
ResponderEliminarMª Eugenia García Quer
Una bella descripción en recuerdo de tus seres queridos.
ResponderEliminarAbrazos
Cecilia Silva
Pues yo he convivido con la muerte desde que aún no había cumplido ni los 3 años. Mi padre murió con 32 años. Y a día de hoy tengo más seres queridos en el cementerio que en el mundo real. No le temo en absoluto a la muerte. Creo que he vivido y disfrutado mucho más que mucha gente y cuando llegue llegará, como decía Pau Casals
ResponderEliminarMagda Sellarés
Acabo de leer tu artículo. Muchas Gracias de hablar de nosotros. Es un honor y desde luego te lo repito, lo hacemos cuando podemos con respeto y placer…es importante recordar a los seres queridos.
ResponderEliminarUn abrazo
Dominique Touchard
Este día, quizá porque no soy creyente, cuando me levanto, envío un beso mentalmente a todos aquellos que estimo he estimado y ya no están en este mundo.
ResponderEliminarDespués, cierro la carpeta y no quiero pensar más el resto de la jornada.
En la muerte, no me gusta pensar demasiado, eso sí, hago lo posible para estar preparada, por si acaso.
Magda Díez
Gracies per compartir. El text literari de l'article es magnífic. Després de llegir-lo, m'he donat compte que, en el nostre entorn mes proper, hem oblidat la diferencia entre el dia de Tots Sants i el dia de Difunts. No conec cap familia que el dia dels difunts faci algun ritual en record dels seus, la gran majoria, per no dir tothom, anem a honrar els nostres morts el dia 1 i l'endemà tornem a la rutina del dia a dia. Be, es possible que el meu cercle social sigui reduït!
ResponderEliminarTon Solé
Hoy es un día para el recuerdo de los que no están aunque , yo lo hago todos los días. Tu artículo es muy interesante y explicativo.
ResponderEliminarMª Jesús González
¡Qué bonito y qué humano...!
ResponderEliminarMe ha hecho retroceder a lo más hondo de mis recuerdos familiares. Abuelos, tíos ,primos y ¡¡mi niña!! Aunque ella siempre está en mi pensamiento y corazón.
Juan Antonio me ha gustado mucho es muy profundo además de una lección de Historia. Gracias
Un abrazo.
Anna Extremera
Buenas noches en el "Día de los Fieles Difuntos"
ResponderEliminarTu artículo me ha llenado de tristeza con tus recuerdos, que me han removido los míos. La primera vez que fui al cementerio de Reus fue con las monjas de mi colegio, yo tendría nueve o diez años, y aquel año murieron dos monjas una muy joven y la otra muy mayor. Entramos en un panteón con iglesia y altar, allí nos hicieron rezar, recuerdo que pasé miedo, mi madre que perdió dos hijos muy pequeños a principios de los cuarenta. con dos meses de diferencia uno del otro, nunca fue al cementerio no sabía dónde los enterraron y eso me quedó, le quedó grabado para siempre.
No me gustan los cementerios. Volví a entrar para enterrar a mis abuelos paternos , fui con mi padre y sus hermanos, mi madre me dijo: Acompaña a tu padre que yo me quedo con los niños...
Tú triste relato de hoy dedicado a los difuntos me ha conmovido y removido mis temores a la tristeza que pasó mi madre.
Abrazos
Pili Obre
Comparteixo molts dels sentiments i reflexions que ens regales en el teu escrit. Ahir a les tres de la tarda, i a mig dinar, vaig anar al cementeri, havia parat de ploure i calia aprofitar. Vaig portar les flors a Ferran i a la Pepita. No hi havia ningú en aquell moment i es respirava una pau dolça.
ResponderEliminarGràcies i bona nit.
Mati Hernández
Buenos días, muy chulo el artículo tío..me ha gustado…Lo único que espero es que nuestros seres queridos nos guarden y cuiden.
ResponderEliminarAbrazos
Nacho Valero
Cada artículo tuyo es una delicia leerlos, aunque sean tristes, como este último.
ResponderEliminarSarito Gaspar
Un poco filósofo si eres, por lo menos pensador.
ResponderEliminarPensando recuerdas a tus difuntos y los honras aunque no vayas a sus sepulturas.
En Soria pusimos flores a los nuestros y a mí eso no me dice gran cosa.
En mi tierra se dice el Día de las Ánimas. Y en Soria llevan casi 40 años celebrando el ritual y muchas cosas más, presididas por "El monte de las ánimas"
Un abrazo
Pepe Pascual
Buenas tardes amigo Juan Antonio, acabo de leer tu escrito y lo primero que quiero es contradecirte, ya que tú realmente eres un filósofo, tanto en su sentido literal, "amante de la sabiduría o conocimiento", como demuestras constantemente, ya que siempre aportas muestras de tu saber, como es, por ejemplo, la presente mención sobre los antecedentes celtas de la celebración de la jornada. Como también por los planteamientos que siempre desarrollas en tus escritos, ya que constantemente intentas enfrentarte a las grandes cuestiones y misterios del ser, la consciencia, la razón, el mundo, la vida y la muerte, cuestiones éticas etc. exponiendo unas reflexiones lúcidas y coherentes, a semejanza de reputados pensadores.
ResponderEliminarAparte de esto y en relación con tus escasas visitas a los cementerios, debo decirte que personalmente los frecuento asiduamente, como un reconocimiento visible y público de recuerdo hacia los seres queridos fallecidos, reflejo de un sentimiento íntimo y permanente que siempre me acompaña.
Un cordial saludo.
Jordi Testar
Querido Juan Antonio:
ResponderEliminarEn el relato del “día de los fieles difuntos” se aprecia un poco tu pavor a la muerte. Es lógico, dado que la muerte o lo que viene después de la muerte, es totalmente desconocido, imprevisible, indescifrable, y por tanto produce ese temor lógico a lo “que habrá tras ella”. Los católicos la vemos como algo natural a lo que todos debemos llegar. No produce un dolor especial. Otra cosa muy distinta es como llegamos a ella. De golpe, tras una breve enfermedad mortal, o quizá con un dolencia muy dura y difícil de llevar, larga, dolorosa y angustiosa. Esto último si que preocupa, y mucho, a todo aquel que se lo plantee.
Un fuerte abrazo,
Rafa Santiago
Me he leído tu artículo y me ha gustado mucho, te luces cuando vienen a tu memoria recuerdos, no importa si viejos o nuevos; además, informas muy correctamente sobre los orígenes de estas fiestas. Me acuerdo que de pequeño con mis padres y hermana íbamos al cementerio, yo, al contrario que tú, mis antepasados están enterrados aquí, en Lleida. Estos artículos en los que explicas vivencias tuyas, son narraciones muy personales en las que, a mi parecer, demuestras más tus dotes de escritor de una muy buena pluma.
ResponderEliminarTe adjunto el mío que publica hoy La Mañana. Lo escribí el miércoles porque me dijeron que lo enviase el jueves por ser el viernes fiesta, ya me explicarás enviar un pequeño texto tres días antes de su publicación; te lo comento porque si lo hubiera escrito como siempre el fin de semana, no lo hubiese escrito igual, las inundaciones han cambiado el escenario político, pero ahora ya está. Yo no me enfado tanto como tu cuando hablas de la oportunidad de la publicación, ya paso totalmente.
Un abrazo.
Ramón Morell
Para no ser filósofo, tus reflexiones se acercan mucho a las suyas...
ResponderEliminarMe ha gustado y también he aprendido.
Elena Novo
Hola Juan Antonio,
ResponderEliminarGracias por este artículo tan sincero y sentido. Me atrevería a decir que muchos compartimos contigo estas inquietudes y reflexiones y que no hay un sentimiento o actitud mejor o peor ante esta celebración.
No eres filósofo, eres pensador y escritor filántropo. Ayudas a los semejantes con tus planteamientos y escritos a vivir sus - nuestras - vidas con mayor sentido y propósito.
Un abrazo,
Miguel Ángel Cerviño
Escribe muy bien Juan Antonio. Me ha gustado mucho tu relato.
ResponderEliminarAbrazos
Rosa Acebal
Em va agradat molt l'article de Tots Sants. Un text per reflexionar sobre la mort . Molt bonic.
ResponderEliminarJoana Companys