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sábado, 21 de diciembre de 2024

Solsticio de Invierno: el susurro de la noche más larga

 

Cuando el Sol se rinde y el mundo se envuelve en un manto de quietud, el solsticio de invierno se desliza, discreto, por la bóveda celeste. En la noche más larga, la Tierra susurra secretos antiguos, arrullada por el crujido de las ramas desnudas y el canto lejano del viento. Los días se acortan y el frío se instala como un huésped duradero, mientras las sombras se alargan y las luces de la ciudad resplandecen con la promesa que trae la alegre Navidad. Es una pausa, un suspiro de la naturaleza, un instante de reflexión entre el bullicio de los días que se fueron y los días que vendrán. Y es que, en el solsticio de invierno la Tierra, en su danza cósmica, alcanza su punto más cercano al abismo. Y el Sol, tímido y esquivo, se oculta tras un velo de sombras, regalándonos la noche más larga del año. Es el comienzo del invierno que con su hábito, unas veces gris y otras blanco, envuelve a todos con un gélido abrazo.

 

Segre 30.12.2024
Y al caer la noche más larga, aparecen las primeras estrellas como joyas dispersas, y en su compañía nos invitan a que miremos al cielo e intentemos comprender ante la infinitud del cosmos, nuestra insignificancia. Tal vez es por ello, que el solsticio de invierno nos induce a mirar hacia adentro, a descubrir en la penumbra las llamas y voces de nuestro interior. Y es que, en este solsticio de invierno, la oscuridad es más que ausencia de luz. Es un útero cósmico donde germinan las esperanzas, donde se gestan los sueños. El momento de reconectar con nuestra esencia más profunda. De agradecer lo vivido y de abrirnos a lo que está por venir. El 21 de diciembre comienza un tiempo nuevo para celebrar la sabiduría que trae la oscuridad, la serenidad que otorgan las prolongadas noches. Cuando el invierno envuelve el mundo en un abrazo gélido en el que el viento susurra melodías antiguas entre las ramas desnudas, mientras los copos de nieve, como plumas blancas, caen del cielo y cubren la tierra con un manto de silencio. Y el aire, cargado de la esencia de la madera, crepita en las chimeneas, invitándonos a la introspección. Es en este momento de quietud, cuando la naturaleza nos susurra al oído que la vida es un ciclo eterno de muerte y renacimiento. Y es en esta fecha del año, cuando el día es más corto y la noche más larga, cuando cada hoja caída y cada aliento helado, guarda en su esencia la promesa de la luz que, inexorablemente, comienza a regresar.

 

Y es que, a partir de este día, no todo es quietud. Comienza el invierno y de las profundidades de la naturaleza, surge un latido sutil, casi imperceptible que anuncia un nuevo amanecer. Las semillas, dormidas bajo la tierra, sueñan con la caricia de la primavera, mientras los árboles, desnudos y silenciosos, acumulan fuerzas para renacer. Y nosotros, seres humanos, conectados a los ritmos de la Tierra, empezamos también a sentir esa misma ansia de renovación. A partir de este ciclo, si la nieve se decide a cubrir el suelo, se recreará en una envoltura de pureza, en un lienzo en blanco que quedará en espera de que lleguen las primeras huellas de la primavera. Y con cada nueva aurora, el Sol que se aproxima ganará fuerza, alargando los días y llenando de vida a los seres vivos. El invierno es un maestro que nos enseña la importancia de la paciencia, de la resiliencia. Nos recuerda que después de cada noche, llega un nuevo día, más luminoso y esperanzador. Y así como la naturaleza se renueva cíclicamente, nosotros también tenemos la oportunidad de hacerlo. El solsticio de invierno es una llamada a la transformación, a dejar atrás lo que ya no nos sirve y a abrazar lo nuevo. Es el momento de cultivar la esperanza y de celebrar la nueva vida  que surgirá en todas sus formas.

 

En el solsticio de invierno, un letargo cósmico envuelve la Tierra con un abrigo de silencio y con su belleza austera y su majestuosa calma, nos recuerda que la rueda del tiempo nunca se detiene. Un instante eterno donde lo frío y lo cálido, lo oscuro y lo luminoso, se entrelazan en un delicado equilibrio. La naturaleza, en su sabiduría ancestral, se retira hacia adentro, como una semilla que guarda en su interior la promesa de la primavera.

 

Así pues, como escribió Albert Camus en su obra Retorno a Tipasa, un relato lírico incluido en el libro El verano, publicado en 1954: “En medio del invierno, aprendí por fin que había en mí un verano invencible". Dejémonos por tanto envolver por su misterio y su magia, y en cada latido, recordemos que, incluso en los momentos más oscuros, la luz siempre volverá a renacer.

miércoles, 11 de diciembre de 2024

La Realidad bifurcada: entre lo tangible y lo virtual

 

A veces, no sé muy bien porqué, al leer un artículo científico en la prensa, me siento atraído por quienes demuestran con una fórmula algo que funciona en la teoría, pero no en aquello que llamamos realidad. Tal vez sea porque a mi memoria llegan algunos recuerdos de cuando terminé el Preuniversitario y comencé a estudiar Químicas en la universidad, aunque al cabo de dos años, inicié otra cosa que, con el paso de los años, se transformó en mi cotidiana realidad y medio de vida. Y esa realidad que mi fascinada ignorancia de entonces no entendía, flota ahora dentro de mí algunas veces cuando escribo y construyo historias sobre algún acontecimiento ocurrido o vinculado a determinados conocimientos de reflexión y/o filosóficos

 

Y este es el caso de la realidad, esa trama entretejida de sueños y materia, que se despliega ante nuestros ojos como un lienzo infinito. En sus recovecos se ocultan las verdades más profundas y los misterios más insondables. Camina de la mano de la ilusión, desafiando nuestras percepciones y a cada paso nos invita a explorar sus capas, a veces nítidas, otras veces difusas. Y como un espejo quebrado, va reflejando fragmentos de lo que es y de lo que podría ser, recordándonos que entre lo tangible y lo intangible, siempre existe un espacio para la maravilla y la contemplación. Sin embargo, la realidad, con las nuevas tecnologías, podría quedar para siempre atrapada en un bosque virtual donde todo sería, a la vez, real y ficticio, verdadero y falso, bueno y malo. Un entretenimiento fascinante y perverso, manejado con las manos, pero sin opción de regresar a la realidad tangible.

 

A este respeto y dadas las circunstancias actuales, creo que la realidad está cada vez más definida por el uso de las nuevas tecnologías. Nuestra relación con los demás y con el mundo pasa por ellas, y nos amoldamos sin chistar a su lógica perversa: la previsible muerte de la realidad habitual y cotidiana que conocimos Ahora, con la realidad tecnológica, nada permanece, todo es consumido de inmediato. No hay elaboración, reflexión, autonomía, tiempo. Tampoco queda apenas lugar para la memoria que tuvimos, la cual, en un contexto como éste, se convierte en algo casi potencialmente subversivo. Pues la memoria real, entendida en un sentido amplio, la que poseemos de nuestras familias, pero también la de los libros, las películas, las pinturas y, en general, la del arte, la cultura, el folclore y el pensamiento, alberga modos distintos de mirar y vivir que parece tiende desaparecer. Mientras que la tecnológica “Realidad Aumentada” ha dejado de ser una distopía, ya que Apple, hace casi un año, ha empezado la comercialización de las gafas Vision Pro, y ya se ve a personas abstraídas y concentradas en su mundo mientras se desplazan en el metro o atraviesan un paso de peatones. Una RA que, con la creación de avatares, parece que va a ser el próximo hype en cuanto a las expectativas generadas artificialmente alrededor de las personas o productos construidos a partir de la sobrevaloración de sus cualidades. En este contexto, según David Lindlbauer, profesor del Instituto de Interacción Humano-Computadora de la Universidad Carnegie Mellon (Pittsburgh, EE UU), la RA nos brinda o brindará la oportunidad de mejorar nuestras vidas al permitirnos hacer cosas que pueden resultar difíciles, como comunicarnos con seres queridos que están lejos; compartir contenido de manera divertida; ser productivos, estar menos estresados, y/o aprender cosas nuevas más fácilmente.

 

No obstante, a pesar de ese supuesto mundo fascinante que nos presentan, la realidad clásica es terca y, después de tanto anhelar e imaginar la tecnológica, continúa apareciendo a diario en los informativos tras los cristales traslúcidos del coche en el que viaja para mostrarnos la real y casi enigmática naturaleza humana, trayéndola hasta nuestros ojos con los horrores de las guerras de Gaza, Ucrania o Siria alimentadas por el infinito afán del poder que alimenta el dinero. Y es que a esa realidad tradicional le pasa lo mismo que le ocurriría a Sigmund Freud, que le daría algo si tuviera que formular su famosa tesis sobre el principio de placer y el principio de realidad, que, según el afamado neurólogo austriaco, rigen el funcionamiento mental, dado que la ancestral realidad común es algo cada vez más resbaladizo. Pues, redondeando la paradoja, lo cierto es, creo yo, que hoy día, junto a personas muy brillantes, coexiste y se topa uno cada vez más con un borreguismo creciente que considerándose muy especiales, libres e individualistas, se mueven en realidad en masa y sin criterio propio por raíles infinitos en los que pescan los Trump, Bolsonaro, Orban, Abascal y hasta Alvise.

 

Decía Goethe que toda la teoría está en la realidad y que no hay que buscarla fuera. Tal vez opinara así, porque lo más difícil de aceptar es probar que la realidad es una mentira.

 

 

martes, 3 de diciembre de 2024

Ganó Trump, venció el populismo demagógico.

 

Lo indescriptible, lo incomprensible, el miedo al abismo, ha ganado. Y lo ha logrado democráticamente gracias a la ignorancia, al fervor religioso de sus seguidores y la retórica incendiaria del odio. Ingredientes de la receta milagrosa, además de la lejía para curar el COVID, de Donald Trump, el nuevo salvador de la patria americana, la democracia y el mundo occidental. Y es que ese citado trinomio que lleva siglos utilizándose con enorme éxito en todo el mundo, ha sido también ahora inoculado como un virus ideológico a millones de personas de la sociedad americana, haciendo que muchos cerraran los ojos ante la realidad y abrazaran un discurso de odio y miedo. Solamente así, se puede entender que un personaje racista, sexista, fascista, mentiroso y casi viejo, pueda atraer a las gentes latinas, negras, asiáticas, mujeres, obreros con y sin cualificación, creyentes en la verdad y en la mentira y hasta a cientos de miles de jóvenes. Y creo que, únicamente de esta manera, es posible comprender que su atractivo y éxito como candidato a la Casa Blanca, haya cautivado también a la mayoría de los electores de raza blanca no hispana de ciudades y pueblos, a empleados de gasolineras, de supermercados, a abogados, jueces, escritores, periodistas y…hasta poetas que lo han aceptado y apoyado como referente para presidir los EE.UU, el todavía país más poderoso del planeta.

 

La Mañana 3.12.2024

Esto conlleva a considerar que la sociedad de los EEUU está enferma. Y no es de ahora. Los referentes sociales y políticos no son más que el espejo de la ignorante y distópica sociedad americana. Trump es la anécdota, solo el síntoma de estos turbulentos tiempos que vivimos y si no hubiera estado él, habría sido otro igual. De hecho, es una realidad aterradora que el país más poderoso del mundo esté retrocediendo de manera tan alarmante a unos niveles de deterioro ético y social nunca conocidos. Hasta el punto de que un supuesto desequilibrado, ególatra y supremacista, procesado y condenado, instigador del asalto al Capitolio desde el despacho oval de la Casa Blanca, volverá a detentar ese inmenso poder porque el sistema electoral de EE.UU. es anacrónico y escasamente democrático, al igual que su entramado institucional. Y todo ello, ocurre en un país en el que hay más armas que población y en el que la hiperpolarización contempla al adversario como un enemigo. Un hecho incompatible con la democracia, propio de una sociedad enferma y violenta que ha puesto su futuro en manos de un supuesto psicópata, peligroso y mentiroso que puede llegar a convertirse en un tirano. Nos dice Platón en sus Diálogos que los demagogos son esclavos de la masa; es decir, sugería que eran prisioneros de la muchedumbre porque se dejaban llevar por las opiniones populares en lugar de buscar la verdad y el bien común. Y es a esa “masa enfurecida” a la que Trump busca, necesita, quiere y se dirige. La misma que le exige que le digan esas estupideces descomunales, esas mentiras tan clamorosas que es imposible que nadie con dos dedos de frente se las crea, excepto ella. Esta es la base social de los EE.UU, la que solo cree en las armas y en el dinero. Los republicanos se dieron cuenta y se aplicaron a darle gusto en todo. De ahí su triunfo electoral. Y lo peor de semejante individuo, encarnación de la maldad y del desprecio a los demás, es que logra que, de mi lado más oscuro y el de muchos ciudadanos, aflore una animadversión y antipatía cerval hacia todo lo que representa. Consiguiendo que aborrezcamos su egolatría, su xenofobia y su racismo. Despreciemos sus modos y sus actitudes machistas, su afán de destruir a quienes no adoran sus patrañas, sus mentiras. Odiemos su odio. Y nos aterre la animadversión que es capaz de suscitar su barbarie delirante, susceptible de llevar a su país a una nueva guerra civil.

 

Ha ganado Trump las elecciones, ha ganado su palabra y el populismo demagógico empleado como si fuera una nueva ideología. Un populismo en el que la propagación de la mentira dirigida hacia los ciudadanos más frágiles de la sociedad americana, ha sido su bandera. Y ha vencido porque ha tenido a su lado a Elon Musk, Jeff Bezos, Peter Thiel y tantos otros líderes tecnológicos de Silicon Valley. Y es que ellos disponen de la materia prima más deseada de nuestro tiempo: los datos. Por eso, cuando ellos han escogido el bando republicano, nos indicaban qué es lo que iba a ocurrir. Los demás éramos ciegos.

 

Su triunfo es la autodestrucción de los valores humanista que han construido nuestra civilización. Algo estamos haciendo mal en nuestras sociedades occidentales desarrolladas cuando no somos capaces de formar individuos con espíritu crítico frente a los charlatanes y demagogos, sean éstos de la tendencia política que sean. Y es que erradicar, prácticamente, la filosofía de la enseñanza, como se ha hecho, cuyo fundamento y base reside en la búsqueda de la verdad, el conocimiento y la profunda comprensión de la realidad, la esencia y la existencia, tiene sus consecuencias