lunes, 21 de diciembre de 2015

Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano



Cartel de la obra
Sentado confortablemente en casa, abro el ordenador, como si fuera ese baúl viejo que todos llevamos puesto. Comienzo a escribir, me recreo, y voy llenando de letras, de metáforas, de frases y alguna ironía que suelto, los documentos de Word que, unos días deprisa y otros con mucho esfuerzo, gradualmente van surgiendo. Los relleno con vivencias del presente, con recuerdos del pasado y algún suceso, circunstancia o futurible acontecimiento que, a veces, causalmente preveo.

El pasado día 12, concurrió uno de ellos. No fue un sábado cualquiera. Había niebla. Hacía frío. Anochecía. Estaba oscuro y era escasa la gente que caminaba por la vía; pero casi ni nos inmutamos con tan crudos y severos elementos, pues teníamos que ir a su encuentro. Sócrates, el filósofo, maestro de nuestros más lejanos tiempos, nos esperaba en la Llotja.

Por la avenida Tortosa, caminábamos deprisa para espantar al frío. Y a cada paso que dábamos, al exhalar el vaho que de nuestro cuerpo salía, íbamos formando una especie de rocío con el aliento. El aire gélido, ingrato y húmedo que se nos pegaba al cuerpo, de él, nos costaba desprendernos, como siempre ocurre con un mal recuerdo.

Por fin llegamos. Ya dentro, el calor era notable. Al igual que la bulla de la gente, restallidos de palabras, que junto a la luz cimbreaban el aire. Miramos a diestro y siniestro y casi sin darnos cuenta, vemos que unos ojos inquisitivos, traviesos, nos sonríen al encontrarse con los nuestros. Nos acercamos a ellos, son Joanna, su marido y Anna S. que, también, han acudido al evento. Tras unos rápidos saludos y varias entrecortadas frases, al cabo de unos minutos, nos despedimos felices por el  casual encuentro.

Cerca de donde estamos, en un reducido grupo, veo a Ernest y su mujer. Están hablando animadamente con una elegante señora que cuenta algo a sus contertulios, con todo lujo de detalles, lo intuyo por sus aspavientos…
Avisan. Va a comenzar la función. Nos movemos. Avanzamos entre la gente. Y al pasar junto a ellos, reparan en nosotros, se apartan un momento del grupo, y nos saludan corteses.

Subimos las escaleras. Entramos en la platea. Buscamos nuestra fila y el asiento. Ya estamos acomodados. Veo a Ramón, compañero de la universidad, al otro lado, lejos. Leo el programa y por unos instantes, me quedo sólo con mis pensamientos... Imagino a Sócrates, predicando sin pretenderlo.

Avisan de nuevo. En la sala se hace el silencio… Se apagan las luces. Más de 900 espectadores sentados en las confortables butacas, estamos a punto de ver aparecer en escena a los  intérpretes.

Expectación. Comienza la obra, “Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano”. Los actores van saliendo. Y cuando le llega el turno a Meleto, cuyo nombre significa "aquel al que le importa", tras un resentido antagonismo y rencorosa hostilidad que le dura hace más de 20 años, acusa al filósofo de proponer nuevos dioses y corromper a la juventud. A partir de ahí, José María Pou, en el papel de Sócrates, inició un vertiginoso ascenso, o descenso, al corazón de los misterios.



A lo largo de la representación, y través de su magnífica interpretación, Pou, nos dio a conocer a un hombre al que le gustaba, más que nada en el mundo, hablar, discutir y razonar, y cuyos nortes eran la verdad, la honestidad y la justicia. O sea, un tipo incómodo, peligroso en aquella época, como en la nuestra y en cualquier otra. Era íntegro. Era valiente. En consecuencia, “un enemigo del pueblo…”.

Sócrates argumenta en su defensa
En el juicio, Sócrates, se enfrenta a un tribunal compuesto de hostiles adversarios y no mide bien el peligro: se presenta como la voz de la verdad. Sesenta hombres piden su muerte. Hace un sarcasmo improcedente con una moneda, que caerá sobre su cabeza como una losa. Los sesenta ascienden a más del doble. “Con un solo gesto”, reflexiona, “he desbaratado mi humilde prédica”. Más tarde agrega esta frase esencial: “Nazco cada día, vivo en todas las épocas y nunca moriré”.

Hasta el último momento de su vida, Sócrates, soñaba con ser recordado como un patriota y un poeta que el imaginario identificara con el castillo inexpugnable de los misterios eternos. La frase final es buena muestra de ello: “¡Es hora de irse, yo para morir, y vosotros para vivir. Quién de nosotros va a una mejor suerte, nadie lo sabe, solo los dioses lo saben”!  Esa frase no es una clausura, sino un pretexto, una puerta abierta a los ecos que va a dejar su muerte; un  instrumento para seguir formulando futuras preguntas que ya no podrán tener respuesta ni en el espacio ni en el tiempo.

Resumiendo la velada con Sócrates. La puesta en escena magnífica, directa, seca y despojada de todo artificio, en el que la palabra y el pensamiento se erigen en protagonistas. Trata de reproducir el juicio al que fue sometido Sócrates en el año 399 a. C., que se conoce fundamentalmente a través del testimonio de Platón y de sus «Diálogos».

El texto de Mario Gas y Alberto Iglesias, a mi juicio, está muy bien construido y atractivamente escrito. La escenografía de Paco Azorín me resultó natural y básica: un ágora con bancadas al fondo.

Y en cuanto al trabajo de los actores, José María Pou acercó su llama a las palabras del filósofo y le dio vida, cuerpo y mirada. Un Sócrates sensacional. Borja Espinosa interpretó magníficamente a Ánito, fiscal de la causa. Pep Molina que hizo de Méleto, el poeta acusador, estuvo muy bien en su papel. Amparo Pamplona encarnó a Jantipa, la esposa del filósofo. Realizó un monólogo, a pie de escenario, con un leve traje rústico, de mucho lucimiento.
Critón suplica a Sócrates que intente salvarse
Carles Canut, en el papel de Critón, me  resultó conmovedor por la sobria ternura que muestra en la relación de los dos viejos amigos  que eran,  en la escena de la cárcel, cuando trata de salvar a Sócrates. Y Ramón Pujol y Guillem Motos, los discípulos, están muy bien, con autoridad y una sabia alternancia de furia y calma.

Había una justificada expectación en la Llotja  y eso se pudo palpar en la extensa y reiterada  salva de aplausos y algunos “bravos” con la que  el público asistente coronamos la función de este Sócrates, juicio y muerte de un ciudadano.

Bajamos las escaleras. Salimos de la Llotja. Retornamos a casa. Yendo en silencio, le imagino, le siento diciendo: “El grado sumo del saber es contemplar el por qué….”






















1 comentario:

  1. Buenas tardes.
    Lo primero perdón por aparecer sin llamar, pero de alguna manera quería agradecer tus palabras sobre nuestro espectáculo sobre Sócrates. Me alegra mucho que disfrutaras de la función. Me permitirás el atrevimiento... Por un error en el programa no figura que soy yo mismo el actor que interpreta a Ánito en sustitución de Borja Espinosa. Sólo para que lo supieras. Mi satisfacción al leer tu opinión no merma en lo más mínimo por el error -del que somos culpables- en el programa.

    Sólo me resta despedirme aplaudiendo tu blog y agradeciendo que hayas dedicado tu tiempo a comentar nuestro trabajo.

    Un saludo,
    Alberto Iglesias

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