A veces,
cuando voy simplemente paseando o de camino hacia mi casa, me surgen
pensamientos que mi mente construye sin que yo se lo ordene. En otras
ocasiones, acuden, en un determinado momento, cuando voy al volante del coche
por una carretera a cualquier parte. Y, de vez en cuando, también me ocurre
cuando elevo la vista al cielo sin ver nada y dejo vagar mi mente soñando muy
despierto. Y este hecho me resulta extraño; porque, no obstante las diferencias
de esa curvatura del espacio-tiempo, todas las cavilaciones tienen algo en
común: surgen, aparentemente, sin saber por qué o quizá sí y es mi
subconsciente que traiciona a mi mente sin yo saberlo. La última citada, la de
soñar despierto, es una de ellas. La voy rumiando sin haber salido aún de una
clase en la UDL. Y ha florecido en mí como lo hacen las primeras flores de los
almendros, sin que mi olfato se haya desprendido aún del olor a geosmina, esa
sustancia que produce un microbio tras liberar las esporas cuando la húmeda
tierra se encharca, y sin que de mis ojos se apague esa “luz en retratos” de
los telediarios que nos arroja la deslumbrante miseria en la que
infrahumanamente “viven” una considerable legión de refugiados sirios,
iraquíes, afganos, eritreos, sudaneses, pakistaníes… que adornan las fronteras
del este de Europa en los Balcanes… Hay, en esas imágenes, niños, hay mujeres,
hay ancianos, padres y madres de familia y hay jóvenes, todos ellos hacinados
junto a una naturaleza extraña para ellos e inundada de barro, de penurias y
desdichas, y a los que una repugnante Europa retiene en sus fronteras como si
fueran un mero trámite o la peste que viniera a arrebatarnos la vida que miles
de ellos ya perdieron...
Refugiados sirios en Idomeni |
Finaliza la
clase. Despierto… y poco a poco, voy buscando en el zurrón de mis recuerdos las
voces de los padres de aquella Ítaca que firmaron el Tratado de Roma. Voces que
animaban a los ciudadanos de Europa a formar parte de esa tarta que alegremente
se nos presentaba como la panacea democrática y solidaria de sus pueblos.
Quizá, aquellos eran otros tiempos… y es cierto, pero no me refiero a eso, sino
a modelos de comportamiento concretos y no hace falta hablar de nombres del
presente para saber quiénes son ellos. En todo caso, espero, que el público,
cuando vea algún líder de esos en la televisión, reflexione sobre que, en
realidad, tal vez piensa lo contrario de lo que está diciendo.
El drama:
Idomeni, Lesbos, siento que va por dentro, brotando con la mansa y sumisa
cadencia de una obra de Chejov, y, sin aspavientos, me pregunto: ¿por qué me vendrán
esos pensamientos…?
¡Hay que ser
realista! Me contesta el subconsciente. Y yo…., posiblemente, solamente sueño.
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