Con la
filtración de la noticia sobre los “Papeles de Panamá”, la realidad de nuestras
sociedades vuelve a desencadenar la indignación de los honestos. La de esos
millones de españoles a los que tantas veces recurre nuestro Presidente del
Gobierno para darnos la idea de “normalidad”; de que no existe una corrupción
sistémica, sino casos aislados…
A mi juicio,
la corrupción que ha invadido a una importante capa de nuestra colectividad y
corroe nuestra economía, es fundamentalmente moral. El consciente abandono a su
suerte, por parte de los poderes públicos, de los perdedores de la crisis y, en
consecuencia, la evidencia de la brutal desigualdad de renta y riqueza entre
las clases sociales, no solamente es éticamente incalificable, sino que
comporta el mayor desprecio a la condición de seres humanos de los más
necesitados.
Y hablo de una
corrupción moral que vulnera dos principios básicos en una sociedad íntegra y
honesta: la cohesión social y la igualdad de oportunidades. Y estos dos
preceptos esenciales se corrompen cuando unos jornaleros perciben 2,50 euros de salario por hora de
trabajo. Cuando para ganarse ese miserable jornal trabajan de sol a sol hasta cargar
un camión con 22.000 kilos de naranjas. Cuando pernoctan en cobertizos por los
que llegan a pagar hasta 100 euros mensuales por persona. Y…cuando el convenio
ordena y dispone una precepción mínima de 42,83 euros por cada jornada de seis
horas y media de trabajo. Y todo esto no ocurre en el sureste asiático, sino en
nuestra propia casa; en determinadas zonas del valle del Guadalquivir, como
denunciaba hace escasas fechas el diario El País
Esto es lo que verdaderamente corrompe a una sociedad. Esta flagrante
injusticia para con los más necesitados que, a causa de la crisis, aceptan
cualquier cosa con tal de echarse un mendrugo de pan a la boca. Y esta actitud
moral, contrasta con la otra cara de la moneda. La de esos ejecutivos del Ibex
35 que, en esta misma época de crisis, han visto
sumados alegremente en los números de sus cuentas corrientes, aumentos de hasta
el 300% de sus elevados salarios.
La indignidad de los “Papeles de Panamá”, al igual que los salarios de los
ejecutivos del Ibex 35, no estriba en el hecho de que unas determinadas
personas posean mucha más riqueza que la inmensa mayoría de los ciudadanos y
obtengan por su trabajo unos rendimientos inmensamente más elevados, sino que
encima nos hagan trampas para no pagar, lo que al resto de los mortales sí nos
obligan a cotizar. Por lo que parece, la dignidad de
la vida humana no estaba contemplada en los planes de globalización mundial.
A veces el pueblo, los más necesitados, se cansan de soportar situaciones
llenas de frustración y humillación, de atravesar caminos
intransitables… La historia es
pródiga en ejemplos.
Ya lo advirtió Willy Brandt: “Permitir una injusticia significa abrir el camino a
todas las que siguen”. En eso estamos…
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